Noche secreta

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Lo prohibido atrae. Y nosotros estábamos prohibidos el uno para el otro. Mejor dicho, habíamos estado prohibidos. Pero la sensación permanecía. Éramos cuñados, pero ella ya se había separado de mi hermano. Aunque no era tan simple, teníamos familia en común, nuestros hijos eran amigos y unas cuantas cosas que –siendo razonables- hacían pensar que entre Eva y yo no podía haber nada.

Sin embargo, cada tanto tomábamos un café y charlábamos. Hasta que aquella vez ella me sorprendió proponiendo “salir a divertirnos” un viernes a la noche. Nervios. La lucha entre lo que se debe y lo que se desea.

Fuimos a cenar, compartimos una botella de vino, en la sobremesa tomamos café y –tal vez ayudados por el alcohol- se deslizaron algunas insinuaciones. Muy sutiles.

Salimos a caminar para tomar un poco de aire. Entonces le propuse vivir una noche secreta. Me pidió que le explicara a qué me refería. Entonces le dije que la estaba invitando a llevar a la realidad las fantasías que yo, y seguramente ella también, habíamos tenido. Pero que quedaría entre nosotros, sería nuestro secreto. Se río y dijo que le parecía una propuesta interesante.

En el auto nos besamos. Fue mágico, confieso que por momentos estaba temblando. La forma en que me miraba me despertaba un deseo imposible de describir.

Fuimos a un hotel y entramos entre risas a la habitación, como dos niños en plena travesura. Volvimos a besarnos, nos abrazamos con desesperación, mis manos acariciaban su espalda, sus glúteos, su entrepierna. No había palabras, solo suspiros y ligeras exclamaciones. Nos fuimos sacando la ropa en forma torpe y apresurada. Entre besos, entre lenguas que se acariciaban, entre labios que se buscaban con hambre.

Ella quedó solo con una bikini negra. Se arrodillo ante mi, yo me bajé el bóxer y suavemente le puse la verga en la boca. Ella comenzó a chuparla con movimientos lentos, tomándola apenas con la mano izquierda. Silenciosamente la introducía toda en su boca y la volvía a sacar, casi por completo, para luego volverla a introducir. Su lengua la acariciaba en el recorrido. Miré hacia un espejo que había a nuestra izquierda y no pude creer la imagen que devolvía: Eva chupándomela, Eva y yo desnudos, Eva y yo calientes. Cuántas veces lo había imaginado. La tomé de la parte posterior de la cabeza y se la hacía tragar hasta la garganta provocándole una breve arcada. El pelo lacio y oscuro de Eva sobre sus hombros, sus tetas perfectas en la luz tenue del cuarto, sus ojos cerrados y sus labios alrededor de mi pene desesperadamente erecto.

La llevé a la cama, para besarla, para acariciarnos, para explorar nuestras intimidades, que en nuestra noche secreta habían dejado de estar prohibidas. Besé sus tetas, las chupé, las lamí. Besé su abdomen, sus muslos. Ella abrió las piernas con un suspiro y mi boca se encontró con los labios más íntimos de Eva. Besé su sexo, lamí sus jugos, chupé su clítoris. Hice una pausa para mirarla. Ahora la que observaba el espejo era ella.

Me incorporé, la besé una vez más, ella me acariciaba el pene. No esperé más y la penetré mirándola a los ojos. Ella me recibió con un gesto de placer y de súplica a la vez. Mi cadera comenzó a moverse rítmicamente sintiendo un placer supremo a medida que la cabeza de mi verga iba y venía por su interior. Nos abrazamos y fuimos manos, piel, muslos, pies, bocas, sudor, brazos, miradas y jadeos en un juego que nos elevaba en un placer creciente. Sus gemidos eran animales, los míos también. Me movía con furia, clavando una y otra vez mi verga en su concha. Ella pedía más, yo le daba más, sus uñas en mi espalda, mi boca en sus pezones, su lengua en mi boca, mi pene rígido y ardiente metido en su cuerpo.

Acabamos juntos, gritamos juntos, abrazados, los músculos tensos, el semen brotando de mí en un pulso de estallidos, ella en un grito con los ojos cerrados y el cabello sobre la cara. La prohibición había sido transgredida. Un rato más tarde pedimos champagne y brindamos por nuestra noche secreta.


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