El Cuervo Del Peregrino (Parte I)

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Introducción

Yacía posado en la esquina norte del salón, con su vestimenta perezosa, arrastrando sus pies hablando sobre la evolución aviaria y las ventajas que esta habría traído al mercado del transporte con su evolución. Medio calvo, de  voz cavernosa y seguridad magna acerca de su conocimiento, un tanto avejentado y con una característica singular, una cicatriz en su ojo izquierdo que le hacía parecer un tanto malévolo. Esta cicatriz soltaba las amarras de la imaginación de todos nosotros. Era poco o nada el conocimiento que poseíamos sobre la naturaleza de dicha característica o su persona (a un nivel más general). Dispense usted compañero si no le soy proveedor de tan indigente información, pero es que mi destino pasajero se ha varado en este pedazo de papel mutilado por mis ansias de incursar en el enigma de mi mentor. Regresando mi similar y su descripción, una cicatriz ladrona de las atenciones de cada martes y luego jueves, cuando mi curiosidad daba a luz una historia nueva. Al principio me satisfacía con la explicación de un defecto de nacimiento, un simple error en el vientre materno que le suscitaría una marca. Desigualdad, quizás traumas o anécdotas, pero luego la seducción de la tragedia me hizo tropezar en mi razón. Una desgracia en el laburo, un desmán arrebatándole la vanidad, quizás ser guiñapo de la demasía social y la desigualdad de clases, conllevando a una de las mal costumbres más antiguas de la historia.

El peregrino

Su alarma sonó a las cuatro y media de la madrugada,  esa mañana el peregrino amaneció fresco y positivo, siendo parte de la cadena de trabajo que sostiene el mundo que a nuestro parecer, vale la pena luchar por él. Siendo actor del proletariado y sin reniego alguno pues su fe ya habría sido aceptada desde el comienzo de su estirpe, esa mañana después de recitar sus plegarias agradeciendo a un dios por un día más que podía vivir, un día más que podía andar, ver, hablar sin expresar, por la desgracia irónica y satírica de por un día más poder sentir. Logro ponerse en pie de su lecho de descanso (un catre viejo y rugoso), entre la oscuridad alcanzo llegar a su lavatorio, no fue muy difícil pues su casa era pequeña y habría vivido en ella desde su niñez. Habiéndola heredado de su madre al pasar a mejor vida veinte años atrás, nuestro peregrino era llano, sencillo, desvalido, servil y honesto. Habiendo trabajado por treinta y cuatro años en esa fábrica de jabón, este nuca ascendió de posición (estibar materiales), y su sueldo jamás se dilato más de los cinco mil quinientos lempiras al mes. Siendo parte de su clase y habiendo cursado solo la primaria nuestro amigo dócil jamás tubo riña alguna, este promulgaba su perfil de creyente y se mantenía en la idiosincrasia de  “has el bien sin mirar a quien, que dios tiene su propósito en cada cosa que hace”. Sabía que ese día sería un turno largo por lo tanto debía volcarse a la calle lo más pronto posible. Tomo una ducha ligera en la cual repasaba sus quehaceres a cumplir ese día, meditaba de su vida de forma inverosímil y sin furor. Repasaba las posiciones de cada uno de los equipos en la liga nacional de futbol y gustaba de predecir el fortunio de los mismos, algunas veces dejaba escapar el sordo sonido de una risa al acordarse de último episodio de “el cuarto de Luis” de la noche anterior, hasta ahogarse en el agua que se colaba por el desagüe. Luego de vestir las mismas ropas que habría vestido por los pasados dos años y que ya parecían rasgarse por el arduo trabajo y el uso diario, nuestro peregrino se conducía a echar los picatostes del desayuno. Luego de la segunda taza de café que avisparía sus sentidos y escuchar a Renato Álvarez, decidió echar paso y comenzar oficialmente el día. Esa mañana temprano el viento soplaba acariciándole su barba que con el pasar de la vida le habría regalado algunas canas, mientras el sol jugaba maléficamente a iluminar ese hemisferio. Las calles de tierra y barro amortiguaban sus pisadas, hundiendo el tiempo y haciendo su deambular más lento. El sonido de la tierra y rocas al caminar se colaba con el viento y se podía escuchar a cuadras de distancia. Luego de una media hora de recorrer su camino ya casi habría llegado a la mitad de su trayectoria final y pasando la siguiente curva se encontraba un puente que en algunas ocasiones algún buen samaritano le habría ofrecido llevarle hasta la fábrica donde trabajada. “Quizás este día sea de mi suerte y así pueda guardar un poco más de energía para trabajar un par de horas más” pensó.

El cuervo

Nahúm habría salido de su morada la tarde del día anterior con la intención de cobrar algunos impuestos tardíos, y habiendo finiquitado algunas otras tareas más, dispuso tomarse el resto del día libre para sumergirse en su propio mundo de “Umbermensch” como Friedrich Nietzsche alguna vez lo definió. Su cruda y horrenda esclavitud tiraba ya de sus orejas haciéndole flaquear y temblar. Ya era hora, y como un lobo hambriento y desnutrido decidió oficialmente comenzar su día. Nahúm nunca tuvo límites, en su vida jamás marco alguno se presentó proveyéndole un recipiente para crecer y moldear su persona, para florecer y producir. Su madre ausente la mayor parte del día, salía por las noches sin mediar su paradero o razón y la mayoría de las ocasiones sin regreso. Vivian de despojos que encontraban en basureros detrás del centro comercial, vestían andrajos que algún digno les cedía a las cansadas del burro.


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