El Cuervo Del Peregrino (Parte II)

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Nahúm no sabía leer ni escribir. Incontables noches debajo de ese techo publico transitaban innumerables  peatones sin reparar que una vida era olvidada, desgarrada, violada y mutilada sin miramiento. El único regalo que Nahúm había recibido en su vida habría sido su nombre, el cual su madre siempre gusto e admiro. Ninguno de los dos tenía idea alguna de quien fue el procreador, el campesino que planto su semilla y jamás volvió su mirada. Esa mañana de diciembre, una carroña flotando en el rio quedo varada en el banco de arena, y Nahúm supo que su madre jamás volvería.  Los años pasaron aumentando las mañas y borrando su percepción por la vida humana. Su inducción al corral de las bestias adictivas dio por primera vez una razón para vivir, ahora poseía similares, y su apodo (que había ganado más peso del que su nombre alguna vez pudo ganar), ahora tenía importancia. Por primera vez tenía un trabajo, tenía un motivo, tenía una obligación. Crear desgracia era su negocio, y el negocio iba muy bien. No tenía un hogar más que matorrales o casas en ruinas, era un perfecto nómada jurando jamás volver debajo aquel techo. Cada día después de lavar de sus manos temblorosas la sangre, apelaba a sus compañeras, las que nunca le dieron un no, las que nunca le cerraron la puerta en su cara, mas sin embargo le acompañaron todas sus noches. Por lo usual se reportaba a la madriguera pasadas de las doce del mediodía, entregaba los despojos de otros miserables que habría encontrado a su paso el día anterior y recibía sus herramientas de trabajo y combustible para comenzar un día más en su laborar.

Esa mañana de sol maléfico era precedida de una noche singular para el cuervo. Después de generar desdicha, decidió tomarse el día y festejar a su forma propia. Un carruco de marihuana, medio litro de Yuscaran, y un gramo de coca seria su compañía por el resto del día, alcanzando los vestigios de una casa abandonada a consecuencia del impuesto en un barrio aledaño y olvidado de la ciudad. Las imágenes del cuervo engullendo los estupefacientes eran tan grotescas, que cualquier ser racional que haya caminado sobre la faz de la tierra, se vería obligado a regurgitarse por tanta prisa de muerte. Después de varias horas de ingestión y desvarió entre alucinaciones, sonidos y personajes surreales, la ignorancia de limites por parte del cuervo le levanto del suelo, como si fuese un títere y el titiritero ya jalaba sus hilos en dirección hacia la muerte. Sobajando los muros de las casas y sosteniéndose de balcones y postes, el cuervo logro manejarse hasta el parqueo trasero del centro comercial donde solía alimentarse de la basura junto a su madre, encontrando un grupo de parásitos entre harapos y medio conscientes de su existencia, con latas de pegamento a la mitad y sus pulmones a punto de colapsar. Saco su cuchillo (también portaba un revolver que solo utilizaba en casos difíciles, ya que este prefería el acero afilado a la pólvora y plomo, era un hombre que disfrutaba de su trabajo, casi como un artesano de satanás), y sublimemente comenzó a degollar a cada uno de los pordioseros sin retraso o impedimento alguno. Tomo su motín, y se largó inhalando el pegamento mientras silbaba una tonada sin ritmo ni melodía. Las calles no existían más, el cielo oscuro se caía a pedazos bañándole de un sudor oscuro y viscoso como la sangre, su pulso era el sonido del motor de una avioneta que cada tres pasos se tornaba en un silbido agudo y mortal perforándole su cabeza. Sin saber su dirección, se dirigió donde su subconsciente le dicto. Pobre cuervo, has caído rendido, te has desplomado inconsciente debajo del techo que tantas noches fue testigo de tu miserable suerte, y ahora, una vez más te han desgarrado, violado y robado.

Tropiezo

Eran las cuatro de la mañana. el cuervo despertó en esa calle de terracería, y no tomo mucho tiempo en percatarse de su ubicación y la fe con que había corrido. Se estiro sufriendo los dolores del ultraje, y a gatas logro avanzar varios metros hasta lograr desaparecer entre unos matorrales oscuros después de una curva. Todavía sufría los efectos de las bestias que Baudelaire sentencio alguna vez en sus flores del mal. Su mente todavía enredada con el surrealismo le hacia chasquear sus dedos al ritmo de una tonada imaginaria. Dos horas pasaron, y el cuervo poco a poco era capaz de abrir sus ojos sin alucinar, poco a poco era capaz de reconocer el anonáceo de aberraciones de las cuales él era dueño. Como esa gotera persistente que rebasa el cazo después de horas de tormenta, el cuervo se desbordaba con horror e ira. La carroña, el techo y las bestias lo asechaban, le gritaban y le mordían la ansiedad, esa incertidumbre, esa impotencia. Estaba decidido, imploraba un descanso, cierta emoción le seducía, cuantas veces imagino ese momento, cuantas veces se piro de esa sentencia, ese era el tris, tomaría las riendas del corcel que lo llevaría al relego. Aun en los matorrales, logro ahinojarse y buscar entre sus ropas desgarradas y sangrientas por ese pedazo de metal tajante que tantas vidas había proclamado, y que aun figuraba vestigios de menesterosos. Todavía en su sitio, con sus rodillas clavadas al suelo y la mirada afeadora al cielo, tomo su verduguillo colocándolo en su gaznate. Podía sentir entre su enajenación, el filo rompiendo el tejido, podía palpar la saña anegándose con cada milímetro que el metal se movía. Eran aquellos pasos de esa mañana a la rutina diaria que sosegaron el deceso del cuervo. Alejo el verdugo plateado y frio de su gorguera, y torno su atención al movimiento en la calle. Desde los arbustos podía verlo venir a escasos metros de su ubicación, cubierto en rabia y desdicha, no reparo en erosionar su magmática cólera y odio sobre el buen peregrino, sus dedos estrujaban con fuerza el mango de su navaja, sus ojos inyectados en rojo sangre parecían saltarle de orbita, y el chirrioneó de sus dientes provocaba sonidos sórdidos como truenos impidiendo su pensamiento. Salto sin mediar palabra ni preguntar por motín alguno, no pudo tener reacción alguna dicho peregrino más que sucumbir ante la saña y crueldad de su agresor, abatirse ante una alma torturada a merced de la sociedad enferma, y de la cual los dos sublimemente formaban parte en las faldas de la pobreza. Pobre peregrino hoy despertaste sin darte cuenta que la vida te pagaría tu esfuerzo con esta moneda, hoy te despertaste sin saber que terminarías a media calle entre rocas y barro, sin esposa, hijos, madre o padre, miserable e impotente tal cual como el llamado hermano que te arrebato tú ya planeada, monótona y sobrevalorada vida.

No tengo paciencia mi similar mentor, y todavía no alcanzas a demostrarme porque sigo acá y por qué debería de hacerlo. Será que algún día te dignas a explicar la naturaleza de tu característica singular? Quizás esta cargue la gloria que el peregrino, el cuervo y la sociedad carecen y anhelan tanto, tanto  que asesinan la vida de una u otra forma día a día…


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