Catalepsia

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Se dice que el señor Cressner estaba en estado de catalepsia 

cuando lo enterraron. Murió un día después de su entierro. 

Cuando se despertó dentro de la tumba una vez la última 

pala de arena había caído encima de casi dos metros de tierra 

sobre el ataúd, sus ojos epilépticos se desencajaron del susto, porque, 

aunque estaba todo oscuro, por la estrechez y en la posición 

en la que estaba, supo enseguida que estaba dentro de un ataúd. 

Como se suele decir en estos casos, el primer intento es arañar 

con furia el techo del ataúd, pero esto no sirve de nada cuando 

tienes doscientos kilos de arena sobre ti. De modo que no fue lo 

que hizo en un principio. 

Según las descripciones científicas y médicas, la catalepsia 

es un estado biológico en el cual la persona permanece inmóvil, 

en aparente muerte, sin signos vitales. Dicho estado puede ser de 

varios casos de intensidad, desde estar en un estado de semiinconsciencia 

hasta poder oír y ver perfectamente. Otros síntomas 

son rigidez corporal, sin responder a los estímulos, al tiempo que 

la respiración y el pulso se vuelven muy lentos. La piel progresivamente se vuelve pálida. Si el velatorio no es lo suficientemente 

largo, puede suceder que se entierre al sujeto vivo. 

Y en eso estaba pensando Cressner allá abajo. Aparentemente, 

estaba en un estado despierto, pero casi de semiinconsciencia, 

aunque estaba seguro de dónde estaba y podía mover los 

miembros superiores, es decir, los brazos. Su inexplicable tranquilidad 

se debía al atiborramiento de medicamentos que llevaba 

encima. Pero, a medida que las horas siguieron pasando, los efectos 

sedantes de la medicación iban despareciendo y con ello aparecía 

la consciencia pura y dura. Había sido enterrado vivo. 

Gritó durante unos minutos, pero él sabía que eso era inútil. 

Pero lo había visto en películas y tenía que llevarlo a cabo. Pero 

de nada sirvió. Arriba, en el otro extremo del embauco, sobre la 

tierra, un viejo perro que vivía en el cementerio estaba meando, 

un poco agachado. Era tan viejo que no podía ni levantar la pata 

para mearse en la lápida que lucía su nombre tallado escrupulosamente 

y la fecha de la supuesta muerte. 

Pero él seguía allí abajo sin poder hacer nada, y el terror y 

el pánico se estaban apoderando de él. Asfixia, por un lado, por los 

síntomas descritos y, por otro, por la falta de oxígeno. Allá abajo 

hacía ya bastante calor y la sola idea de pensar que no podría salir 

de allí nunca le aterraba hasta que dejaba las cuencas casi vacías 

por el impulso de los ojos hacia fuera al sentir pavor. 

Empezó de nuevo a gritar y gritar, pero su voz no era oída 

en ninguna parte. Consciente de que ya formaba parte de los 

muertos, se desvinculó de la cordura y desató en locura arañándose 

y destrozándose contra la tapa del ataúd. Sudor frío, calor, asfixia. Todo terminó cuando el miedo mismo le produjo un paro 

cardiaco, incluso antes de quedarse sin oxígeno. Su enfermedad 

crónica era la esquizofrenia. 

Justo lo que le había llevado al estado de catalepsia. Menos 

mal que no lo incineraron. Cressner, descanse en paz. 



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