Ojos en la oscuridad (parte I)

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Os voy a contar una historia. Un pedazo de mi vida y de la de personas que fueron, son y serán por siempre muy importantes para mí.

Nos situamos en un mundo paralelo. Un mundo en el que los poderes de la naturaleza no siempre son similares a los de aquí. Un mundo para el cual hay que mantener la mente abierta y ver más allá de las simples apariencias.

En un pueblo, vivía una joven de familia humilde. Trabajaba junto con su familia en la casa del noble de la zona. Se encargaba de los recados, ayudaba a la cocinera cuando esta lo requería, participaba en la limpieza de las distintas estancias de la propiedad y cuidaba del jardín.

Le gustaba el trabajo, la actividad física y el lugar en que esto ocurría. La casa, o castillo como a ella le gustaba llamarle, consistía en una torre parcialmente derruida y las zonas anexionadas posteriormente. De dos plantas, contaba con más de 50 dormitorios y 10 salas de estar.

Dabria siempre pensó que era enorme y no entendía como alguien podía vivir en un sitio en el que sobraba tanto espacio, pero su madre ya le había dicho que era una vivienda muy modesta si se atendía a que su propietario tenía un título nobiliario y era importante entre los suyos.

Lo que más apreciaba Dabria eran los jardines. Todo tipo de arbustos y herbáceas decoraban los alrededores a la casa y discurrían formando senderos embellecidos con hermosos arcos llenos de flores. Multitud de árboles se extendían en las zonas más alejadas permitiendo que al amanecer y atardecer se oyeran el canto de los innumerables pájaros que en ellos dormían y anidaban.

Más allá, en la distancia, se distinguía el frondoso bosque. El bosque prohibido le llamaba ella, pues nadie podía acceder a él sin permiso del señor. Tal es así, que para dejar más clara la prohibición, un muro de piedra estaba construido delimitando el bosque y tal era su extensión que Dabria nunca había visto donde acababa. De todas maneras no entendía como alguien podía querer entrar allí, pues los árboles eran tan altos y densos que sumían al bosque en la oscuridad.

 

Era un día especial. Después de una temporada fuera para asistir a la corte, el conde lord Ritzgurt, señor de estas tierras volvía a la zona acompañado de su séquito y un grupo selecto de invitados.

Todos se levantaron mucho antes del amanecer para tenerlo todo preparado para el banquete de esa noche. Dabria corría de un lado para otro ayudando en todo lo que podía. Se sentía muy emocionada.

Era entrada la tarde cuando un mensajero se adelantó y llegó a la propiedad. Tenía la misión de recoger algunos caballos ya que las monturas de un par de invitados que preferían cabalgar a ir en carruaje habían perdido alguna herradura.

En la conmoción por la inminente llegada del señor, el ama de llaves le encomendó a Dabria ir al pueblo a por el herrero.

A su vuelta ya era noche cerrada, el banquete ya había empezado y ella se había perdido la recepción. Su madre le había dicho que esta noche debía ayudar en la cocina pero ella se moría por ver a los engalanados invitados.  Sabía que no debía ser vista así que con cuidado entró en la casa y se dirigió sigilosamente por las escaleras hasta el piso de arriba y por el corredor izquierdo hasta la barandilla que, oculta tras unas enormes cortinas, daba al gran salón.

Mirando por un hueco pudo ver la celebración que tenía lugar abajo. Aunque sí pudo vislumbrar los elegantes ropajes de las personas presentes fue la actitud que mostraban lo que la sorprendió. Contrario a las buenas maneras de las que hacen gala los nobles, aquellos individuos se excedían con la bebida y usaban un lenguaje soez. Las damas vestían con colores demasiado llamativos y profundos escotes y ninguna vergüenza virginal estaba presente en ellas.

Abrumada por las imágenes, dio vuelta para huir cuando chocó contra la sólida figura de un hombre que la miraba sin reparo. Dabria agachó la cabeza pero fue sujetada rudamente por el brazo y arrastrada por el corredor. La sangre bullía en sus oídos y aunque el hombre le hablaba ella no era capaz de procesar las palabras. Sin embrago, algo en su tono la puso sobre aviso. Como si despertara de repente, se debatió ferozmente hasta alcanzar un jarrón de una mesa cercana y romperlo contra la cabeza del sujeto.

Salió corriendo, no sabía adónde iba solo que tenía que correr. Tardó en darse cuenta de que las lágrimas corrían por su cara. A lo lejos oyó a su pequeña hermana llamarla pero no paró. Salió a la lluvia torrencial que caía fuera y siguió corriendo hasta que los pulmones le ardían y las piernas amenazaban con no responder. Entonces se dio cuenta. Estaba muy lejos. Estaba frente al muro, el cual le causó una increíble curiosidad. Dejo de llover y se acercó hasta tocarlo con las manos. Trepó por él agarrándose en  las rocas y un par de metros después asomó la cabeza por el otro lado. En la noche la oscuridad era inmensa y no se distinguía absolutamente nada. Hipnotizada por tal negrura no apartaba la vista. Entonces un sonido. Un pitido en los oídos y de repente dos grandes ojos rojos la miraban a solo unas pulgadas de su cara. Y entonces todo se volvió negro y ella cayó.


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