LOS CUATRO AMIGOS Y LA OUIJA (SEGUNDA PARTE)

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Cuando les contó a Paco, Damián y Santi lo que le había pasado se volvieron como locos de alegría. Planearon que podrían quedar con ellas a la semana siguiente, pero dónde y para hacer qué. Fue Paco el que sugirió que podrían hacer una fiesta en el piso abandonado de su abuela, la cual se había marchado al pueblo. Obligaron a Dani a llamar a María en aquel mismo momento desde una cabina telefónica, el cual, entre balbuceos y colorado como un tomate quedó con la chica en verse en el piso de la abuela de Paco el sábado de la siguiente semana a las cinco de la tarde y le dio la dirección. Ésta se llevaría a su hermana Esther y dos amigas más. ¡Una tía para cada uno!, y encima parecían “ligerillas de cascos”.

Y allí estaban los cuatro, en el día y hora señalada, esperando que llegasen las chicas para empezar la fiesta.

Dani miró la hora y eran casi las cinco.

-Chicos, vamos a cerrar las persianas y encender las luces de ambiente. Tienen que estar a punto de llegar.

 

Nerviosos bajaron las persianas del comedor y encendieron las luces de la lámpara. La estancia quedó sumida en una luz extraña, mezcla de los filtros de celofán rojos y azules. Era como entrar en el túnel del terror de una feria.

-¡Hóstias! – Exclamó Santi – Se van a acojonar cuando entren aquí. Parece que lo tenemos preparado para hacer la matanza de Texas.

En aquellos momentos llamaron a la puerta. Todos se pusieron nerviosos y empujaron a Dani para que fuera a abrir.

Mientras se iba acercando por el vestíbulo, escuchó un gran alboroto y risas detrás de la puerta, pero si el oído no le engañaba distinguió voces masculinas.

Cuando abrió se quedó estupefacto. Allí estaba María, con un vestido corto y súper escotado cogida de la mano de un tío de al menos veinte años. La chica se adelantó y le dio dos besos con un alegre “qué tal”.

-Te presento a mi novio Manuel. Al final hemos hecho las paces, ¿sabes?

Detrás de María y Manuel apareció Ester, cogida de la mano de otro individuo con pinta de delincuente, y dos chicas más con sus respectivas parejas.

Todos ellos fueron pasando delante de Dani. Las chicas le daban un beso en la mejilla mientras que sus acompañantes, todos ellos vestidos con pantalones muy ajustados y camisas desabrochadas, le miraban hoscamente.

Ni que decir tiene que la cara que pusieron Paco, Damián y Santi cuando vieron entrar al grupo en el comedor, era todo un poema. Se quedaron con la boca abierta de estupor.

-¿Qué coño es esto? ¿Un picadero? – Preguntó Manuel fulminando con la mirada a los tres amigos. Parecía que de un momento a otro iba a sacar una navaja automática.

-Aquí huele a quemado – Dijo María olisqueando el aire.

Efectivamente, se percibía un olor a plástico sobrecalentado que iba creciendo por momentos.

Dani miró instintivamente hacia la lámpara del comedor y observó que salía humo del celofán pegado a las bombillas.

Apagó las luces rápidamente y, a oscuras, entre la confusión de la gente que abarrotaba la estancia llegó hasta la ventana, la abrió y subió la persiana. El comedor quedó iluminado por los rayos de sol que atravesaban una neblina de humo.

-        María, ¿de dónde has sacado a éstos gilipollas? – dijo Manuel mirando uno por uno a los amigos, todos ellos desencajados y sin saber qué decir.- A ver tú, el canijo – Se dirigía a Damián - ¿dónde está la “priva”?.

-        Tenemos coca-colas y fantas – Dijo Damián casi tartamudeando.

Dani, en un intento de normalizar la situación, se dirigió al radiocasete y puso música.

-        También hemos preparado algo para picar, servios vosotros mismos.

A partir de ahí todo fue un despropósito. Dos de los “garrulos” se marcharon para volver al cabo de los diez minutos con una botella de whisky “JB” y una bolsa de hielo. También trajeron sus propias cintas de casete que no tardaron en poner.

Al poco tiempo las cuatro parejas bailaban en mitad del comedor al son de rumbas mientras zapateaban y daban palmas, envueltas en una nube de humo, esta vez de cigarrillos.

Los anfitriones permanecían sentados en las sillas que habían puesto alrededor de la improvisada pista. Contemplando el espectáculo sin saber qué hacer ni qué decir. Realmente aquella fiesta no se parecía nada a la que habían previsto.

Manuel cogió a María por la cintura y se dirigió a Dani sin parar de bailar.

-        Chaval, ¿dónde está la habitación?, le voy a dar un repaso a ésta.

Aquello fue la gota que colmó el baso. Algo pareció encenderse en la mente de Paco que le hizo reaccionar de golpe, como si acabase de despertar de una pesadilla. Se levantó de la silla bruscamente y empezó a gritar:

-¡Fuera de aquí todos!

-No te pases chaval… -contestó Manuel poniéndose a la defensiva.

- He dicho que fuera – Paco se había acercado con su metro noventa de estatura hasta Manuel y lo miraba enfurecido des de arriba - ¿os habéis pensado que la casa de mi abuela es un puticlub? ¡Fuera!.

Sus amigos conocían los prontos de Paco. Era muy buen chaval pero cuando le presionaban demasiado abusando de su buen carácter le pasaba eso: explotaba. En aquellos momentos no era bueno contradecirle y los demás parecieron percibirlo.

 Uno tras otro los invitados indeseables se fueron marchando precipitadamente, eso sí, sin olvidarse la botella de whisky que estaba casi vacía ni sus cintas de casete.


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