LA PRIMERA BATALLA DEL ANGEL

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Eran las seis cuarenta y cinco de la tarde de un día viernes, hora en que los demonios se encuentran desencadenados, vagando y suspirando maldad entre las tumultuosas calles de Naranjos. Y, al mismo tiempo, un ángel de amplias alas blancas velaba mi tranquilidad, tenía un delicado rostro de marfil que como un escudo de luz protegíami alma.

El silenció reinaba en toda la casa, me encontraba en mi cuarto, tumbado en la cama boca arriba, con una fiebre que provocaba fuertes mareos al tratar de incorporarme. Mi madre no estaba en casa, me sentía solo y temeroso de los fantasmas. La tarde estaba oscura y sombría. Por la estrecha ventana empañada de vaho, apenas podía ver él revolotear de los cuervos formando círculos, como danzando ante la presencia de un espectro, y los graznidos aterradores resonaban en toda la casa. De repente, todo quedó en sepulcral silencio…

Lo acepto, yo soy muy nervioso, desde aquélla fecha de tristes recuerdos en que murió mi hermanita en un accidente, me perseguía un ente monstruoso en pesadillas. Mi madre solía decir que cada vez que enfermaba de fiebre, inesperadamente me incorporaba violentamente de mi lecho y gritaba para que me defendieran del hombre de cuernos y cara quemada. Sin embargo, solo habían sido sueños perturbadores hasta ese momento, nunca había visto nada en mi sano juicio.

En la pared él extraño y sombrío péndulo, recorría sus secos pasos con ese característico tictac, tictac. Alce la vista justamente cuando se posaba en las siete de la tarde. Con la mirada fija en el reloj, trate de incorporarme apoyándome en mi blanca almohada, con la intención de permanecer despierto hasta que llegaran mi madre y mis hermanos. Dirigía furtivas miradas a la sala a través de la puerta entre abierta, cuando de pronto en un perfecto reflejo, alcance a ver una sombra detrás del frigorífico. Volví el rostro rápidamente, mientras mi corazón se agitaba violento y convulsivo tratando huir de mi pecho, y vi, clara y nítida como la negra silueta desparecía en la penumbra.

Permanecí con los ojos fijos en la puerta. Las tinieblas recorrían con paso sigiloso a través de la claridad que entraba por las estrechas ventanas, conforme el tiempo avanzaba. Mi turbación ascendía, los fantasmas y mis miedos infantiles regresaban a torturarme como lo habían hecho años atrás. De repente escuche una risa, una cavernosa risa que reboto contra mis oídos reventando mis nervios. Mi piel se puso como de gallina y mis cabellos se erizaron, sentí mi cabeza explotar, y una fuerte presión en mi pecho impedía mi respiración entre cortada. No podía dejarme vencer, no, ya no era un niño. Debía enfrentar mis pesadillas, porque solo eran pesadillas, si…horribles pesadillas…
-¿Qué quieres?-pregunte, él estridente y sombrío eco de mi voz quedo atrapado en las paredes, perdiéndose entre la inmunda soledad reinante.
Pasaron unos segundos, horrorosos chirridos de mesas y sillas moviéndose se escuchaban en la sala, secos y metálicos pasos acercándose lentamente. No podía más…
-¿Qué quieres?-pregunte por segunda vez.
-Te quiero a ti-contesto una voz, una nauseabunda, cavernosa y podrida voz gutural que paralizo todo mi cuerpo, dejándome a merced de las tinieblas.
Se hizo un tétrico y aterrador silencio.
-Déjame en paz, no puedes hacerme daño, Dios me protegerá-dije con voz entre cortada.
Una terrible carcajada demoniaca respondió a mis palabras.
-¡Hermana! ¡Hermana!... ¡Ayúdame…!-suplique

El miedo penetraba en mis huesos haciendo temblar mis extremidades, mientras un gélido sudor recorría mi frente. Me senté en la cama, con los pies buscaba mis sandalias para salir a respirar el frescor del crepúsculo y así, alejarme de mi pesadilla. Pero de repente, sentí una fuerte presión en mi tobillo izquierdo. Alguien me tenía aprisionado con una fría y poderosa mano que estaba triturando mis huesos. Trate de ponerme en pie aferrándome al soporte de la cama. Más esa mano me tenía fuertemente sujetado. En mi desesperación empecé a rezar el padre nuestro, sin embargo, aquella voz se burlaba de mí, diciendo que Dios me había abandonado…Pero no era cierto, un ángel estaba justo a mi lado, ayudándome a vencer mis miedos…

Los últimos rayos de claridad sé esfumaban como el humo del cigarrillo que se apaga. El tenebroso silenció seguía en el trono esperanzado en mi derrota. La pálida luna se asomaba en la ventana más próxima iluminando mi tormento.
Caí al piso en mi intento de ponerme de pie. Y sentí la liberación del tobillo que clamaba piedad. Entonces, aquella voz resonó con más fuerza, y lo vi, si…ahí estaba al lado del umbral, el mismo ser de cuernos y cara quemada, sus ojos eran dos bolas rojizas que centelleaban fuego infernal desde las más profundas zonas del averno. En su podrida boca figuraban dos grandes colmillos que con la luna reflejaban un brillo rojizo y siniestro en los cristales de la ventana.
-¡Tú no eres real!-exclame-si…solo es una pesadilla y nada más…
-Ven y acaríciame-dijo, seguida de una espantosa carcajada.

Mis manos se agitaban convulsivas y nerviosas, y mi visión empezaba a ponerse borrosa. Sin duda, el desmayo se acercaba, más no podía quedarme ahí a sus pies, indefenso como una rata de alcantarilla hipnotizada por la mirada de la víbora. En un ultimo intento de huir, me incorpore a duras penas, busque la salida, camine tambaleándome, pasando a un lado de la monstruosa vestía. Un horror pestífero y siniestro se apodero de mí, al sentir que una mano de hierro al rojo vivo me sujetaba impidiéndome avanzar hacia la salida. Inesperadamente, cuando ya mis fuerzas flaqueaban, como una luz en medio de la oscuridad oí una voz, que me decía; “No lo escuches, sólo corre hermano y no te detengas, corre, corre…”Podría asegurarlo que era ella, la dulce y aterciopelada voz de mi hermana ya muerta diez años atrás. Que estaba intercediendo por mí ante Dios. Si…estoy seguro de ello. Le hice caso, metí mis dedos en mis oídos y corrí hacia la puerta, saliendo a la pálida luz blanquecina que hiso despertara de mi pesadilla. Y, de pronto una oscuridad cubrió todo el amplio cielo gris tapizado de nubes blancas. Había caído a la fresca gramilla, completamente desmayado.

Minutos ó quizás horas después desperté en la clínica, frente a mi madre. Una hermosa enfermera de pelo rubio, de ojos grandes y azules verificaba los latidos de mi corazón con el estetoscopio. Y de la nada daba un fuerte grito de espanto al arroyar la manga de mi camisa. Alcé mi brazo y mire la marca de una gigantesca mano estampada en mi piel. Era la herida de la última batalla librada, y lo sabía, mis miedos desaparecieron en el momento junto con la marca, y la luz, la paz reino en mi interior. Mi hermana por la que me echaba la culpa de su muerte, estaba en el cielo intercediendo ante Dios por mí, y ahí estaría siempre, cuidándome, protegiéndome de todo mal…

                                                         FIN


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