El lenguaje de los dioses

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El lenguaje de los dioses

 

Un día bastante agotador en la oficina. De aquella gran urbe salían miles de empleados a su hora de almuerzo, a tomar un tan esperado receso. Desde el cielo se veía en el centro de la ciudad cómo las personas salen de sus trabajos como una colonia de hormigas, buscando cafeterías y lugares donde almorzar. De una oficina de abogados salen dos amigos; a tomar un pequeño almuerzo. Ambos casados y con al parecer matrimonios estables. Entraron a su restaurante favorito. La mesa de siempre les esperaba adornada con un suave y fino mantel blanco de lino, la carta estaba siempre en posición a sus ojos para su fácil lectura. Pedían almuerzos ligeros y similares a los que siempre instaban.  Al suelo daban sus maletines y el montón de papeleo que siempre cargaban lo dejaban reposar sobre la mesa para charlar acerca de sus trabajos.

Mientras comían y cortaban la carne con singular agrado se contaban historias familiares y de anécdotas graciosas entre sí. Las risas y el particular sonido de los cubiertos chocando con las vajillas de porcelana se sentían por todo el restaurante. Nuestros personajes, que tan amigos son, son Daniel Ríos y Andrés Castilla. La graciosa anécdota que Daniel había de contarle a Andrés creó una atmósfera turbulenta, generó algo así como una negación de su amistad

Daniel dijo con una risa de un tono burlesco:

-Mi querida y adorada esposa no parece ser tan inteligente y ávida que cuando la conocí-

A lo que Andrés con cara de intriga le pregunta en un tono de voz frágil:

-Pero, ¿por qué lo dices?-

Esta clase de conversaciones no era casual entre ellos dos.

-Lo digo porque he logrado comprender que mi querida Amanda tiene un amante-

Sin duda la cara de Andrés cambió de rubor raudamente, sus ojos dejaron de tener un brillo tan limpio y deslumbrante que solía tener, frunció las cejas como demostrando una inminente y asustada curiosidad. Y le continuó la satírica charla.

-Y… ¿cómo sabes eso?, es algo bastante cruel juzgar a tu bellísima mujer que ha demostrado tanto por ti-

-¡No me vengas con esos apuntes!, querido colega, las mujeres son lo más impredecible que existe. No es extraño que una mujer como lo es ella no demuestre sus deseos desordenados y alocados que siempre me han dicho que tiene-

-¿Entonces qué es aquello que has descubierto?-

Días atrás Daniel había descubierto una serie de cartas que tenían como destinatario Amanda. Estas cartas expresaban tanta pasión que Daniel se le estremecía todo su interior al leer tan patéticas palabras. No tenían ninguna dirección, era de un enviado anónimo. Pero al final de la carta perfumada a lavanda estaba firmada por un tal Sansón. Era de risa ver cómo le decía Daniel a su amigo la curiosa manera en que este loco admirador firmaba.

-Decía así, querido Andrés; Firma vuestro anhelado y loco de amor. Tu pequeño Sansón, Sansón batalla-

Andrés intentaba reírse, lo hacía de manera satírica y casi que superflua. Daniel le mostraba cada una de las cartas y las leía con un tono de befa que todas las personas en el restaurante le quedaban viendo.

Daniel le dijo:

-¿Y tienes idea de quién podrá ser?-

-Tengo algo de idea, algunos candidatos-

En lo que al decir esas palabras puso sus codos sobre la mesa encajando sus dedos y dejando reposar su boca allí, mirando profundamente los ojos oscuros de Andrés, viéndole con una mirada siempre astuta y perspicaz con la que defendía a sus clientes. A Andrés se le remordía todo su interior, se desmoronaban sus ideas, no pensaba con claridad. Se le había acabado las palabras.

-Ah… no sé qué decirte, Daniel, me es sorprendente que tu mujer te haga eso-

-¿Tú no tienes alguna idea?, como últimamente te he visto tan cercano a mi Amanda-

Ese tono irónico hizo que los ojos de Andrés quitaran la mirada y la pusiese sobre el plato de su comida, hizo que Daniel sonriera con un rostro maquiavélico y malévolo.

-Solo somos amigos, Daniel, no pienses mal-

-No tengo la más mínima duda de eso, compañero, no entiendo por qué te asustas, ¿acaso no tienes tú tu conciencia limpia?-

-Eso es lógico, no tengo nada que ocultarte. Es solo que el tema me intriga-

Daniel sonrió nuevamente. Regó unas fotos sobre la mesa. Y rió a carcajadas.

-¡Qué ingenuo!, casi llegué a confiar en ti. Eres un bastardo-

Daniel seguía riendo a más no poder con una risa contagiosa. Todo el restaurante le miraba con intriga. Las fotos eran firmes pruebas de la relación de amantes que sostenía Andrés con Amanda.

Daniel dijo:

-Yo también pude hacerlo, compañero, no me gusta el karma, así que yo hago venganza por mis propias manos-

El resto de las fotos, eran de Daniel con Sofía (la esposa de Andrés) en noches ardientes de pasión. El rostro de Andrés cambió totalmente. Sospechaba que Daniel sabía de su relación clandestina pero jamás predijo que Daniel fuese capaz de hacer lo mismo también.  Sus palabras se tornaron menos fuertes y con un tono más bajo y le intentaba decir.

-¿Cómo pudiste, Daniel?-

-Lo mismo me pregunto yo, ¿Cómo pudiste, Andrés? Sabías que yo doy la vida por mi esposa y tú vienes y te la llevas como si nada, creí que eras mi amigo-

-La venganza siempre ha sido uno de tus fuertes-

-Ya me conoces, pero no importa-

La enemistad se empezaba a construir en la atmósfera de estos dos amigos. Y de inmediato se comenzaron a reprochar cada una de sus falencias y de malas acciones que alguna vez han hecho.

-Ah… ¿sí, Como aquél día en que te dejaste sobornar por uno de tus clientes?- Exclamó Andrés.

-No digas fruslerías, has de haber hecho lo mismo alguna vez, siempre te encubrí, demuestras el robo que te hicieron en la universidad- Dijo Andrés.

La discusión se tornó muy acalorada pero ninguno de los dos levantaba la voz. No había insultos. Utilizaban un lenguaje muy poco comprensible, complejo y solo hablado por las personas estudiadas y de altos méritos académicos. Como un auténtico lenguaje de los dioses.

La osadía de Daniel lo llevo hasta hacer deslumbrar al aire las noches más lujuriosas que paso con la mujer de Andrés.

-Si vieras lo bien que la hemos pasado, tu mujer es una diosa, compañero, bien que has hecho con ella-

-Ni se diga de la tuya, al parecer la tuya no se queda atrás, es demasiado perfecta en todo sentido- decía Andrés.

Y así la hora del almuerzo se fue yendo en segundos desperdiciados por tan perversas palabras. Pagaron la cuenta, se levantaron y se rieron en frente de cada uno, se abrazaron rápidamente y en cínicas palabras se dijeron que sus esposas eran de lo más inocentes y que jugar con ellas era todo un placer, un fetiche. Se fueron abrazados y riendo cual cínicos recién escapados del manicomio. Así son los abogados…

 


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