Los amantes

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Estimados lectores, permítanme hoy la displicencia de hablarles de un hombre y una mujer, que decidieron enfrentarse a tabúes y normas sociales por defender la pasión con la que estaban unidos y sin la cual su existencia se tornaba vacía e inexplicable.

Su relación era diferente al del resto del mundo, o al menos eso pensaban ellos cada vez que se dejaban llevar por la lujuria y el éxtasis.

Lo que estaba claro es que se amaban, bueno tal vez la palabra exacta es que se querían o se deseaban; la verdad no sabría decir con exactitud si era amor, pasión o simplemente deseo, lo que los inundaba de tal forma que todo lo demás era relativo.

El tiempo se ralentizaba, las manecillas de los relojes se aletargaban cada vez que se sentían, el agua dejaba de fluir con esa cadencia monótona que transporta la frescura de la vida a todas las partes del planeta, como si el invierno hubiese llegado y la hubiese congelado en un segundo.

No eran ya unos chiquillos, ni maldita la falta que les hacía, pues en su madurez la experiencia, el orgullo, y la valentía, les hacia comunicarse sin tapujos, sin necesidad de esconder pequeños defectos que los jóvenes enamorados ocultan como mentiras piadosas y que terminan convirtiéndose en una insoportable carga después de unos años de relación.

Ellos no tenían esos problemas, entre otras causas por que sólo eran amantes, que jugaban el doble papel de conservadores hogareños en un matrimonio monótono, y el de fogosos transgresores que se entregan a la lujuria como si no hubiese un mañana.

Este hecho, esta relación prohibida, que para muchos sería un problema, para ellos solo era un pequeño obstáculo fácilmente salvable y que aportaba como ya os he dicho, ese grado de confianza y descaro, imposible de mantener en cualquier otro tipo de relación.

Ambos se buscaban incesantemente como jóvenes adolescentes púberes con las hormonas disparadas, escapando constantemente de la rutina de sus importantes quehaceres y labores  diarios, que permítanme la discreción, debido a la reputación de estos amantes, prefiero reservarme sólo para mí.

Como les decía su amor no conocía límites físicos ni morales, y cada momento se convertía en una desbordada y vertiginosa sucesión de tabúes mas propios del Marqués de Sade, donde dejaban fluir sus instintos hasta conducirlos al éxtasis.

Permítanme citarles, pues lo sé de primera mano, que él, es hombre anodino y discreto, alguien que podría pasar inadvertido en su propia fiesta de cumpleaños, pero que  se transformaba al lado de su amante en un insolente jovenzuelo, con ganas de llamar la atención.

De ella, que comentar, queridos lectores, una mujer como pocas, cargada de sensualidad, desperdigando erotismo cual diente de león sus semillas al viento. Sólo su mirada febril y apasionada como la de la mítica Dalila, derrotarían al mayor de los Sansones.

Os preguntareis pues, como tan bella dama, había podido acabar siendo la amante de tan anodino varón. Pues bien, si analizamos científicamente este hecho,descubriremos que el  cerebro  de la mujer está preparado para recibir cualquier tipo de señal erótica con mayor facilidad que el del hombre, que se basa primordialmente su deseo en meros impulsos visuales.  Para una mujer, una pequeña señal por sutil que pudiese parecer al resto de los mortales, puede ser suficiente para levantar la libido hasta cotas insospechadas. Os preguntareis entonces impacientes amigos cual era el encanto oculto escondido en tan nimia persona.

Su voz……………..

Así, sin más, pues no habiendo sido dotado de gran belleza, la naturaleza le había compensado con el don de la palabra y su capacidad de transmisión. Desde joven había dominado el arte de la escritura, de las bellas palabras, del encanto esculpido sobre el papel, y había sabido transformar esas letras en bellas palabras, que dictadas, susurradas en el momento justo, con la cadencia precisa, harían temblar de placer a la mismísima Venus. 

En los momentos en que ambos disfrutaban de la mutua compañía, él, atento siempre, regaba la flor de la pasión con dulces palabras cargadas de sensualidad y erotismo al oído de su amante, la cual caía rendida de placer dejándose llevar por lugares en los cuales su imaginación creaba nuevos mundos más cálidos y hermosos, donde las preocupaciones se disipaban etéreas en el ambiente. 

No era una pasión buscada de forma voluntaria, eso os lo puedo asegurar, quiero decir que no planificaban sus encuentros en virtud de sus deseos pasionales, sino que los deseos pasionales nacían de los encuentros que tenían, donde se prometían una y otra vez únicamente conocerse mejor y mantener una charla distendida, más pasados los primeros minutos, llegaban los primeros mimos, inocentes; los primeros arrumacos, sencillos; los primeros besos, castos; inexorablemente ambos sabían a donde conducía ese juego y se dejaban llevar aun a sabiendas de que una vez más su voluntad de mantenerse firmes sin desearse se desplomaba como un castillo de naipes azotado por el viento..

Su atracción nacía de un aroma especial, único, un aroma que si eres muy sagaz se puede percibir en el aire. Nunca os a pasado queridos lectores, que en una de esas soporíferas tardes de verano, con el sol castigando duramente el cuerpo, entumeciendo cada uno de los músculos del cuerpo, agotando cada ápice de energía vital para moverse  y con el  aire hirviente que impide llenar los pulmones;  una de esas horribles tardes en las que de repente, sin explicación lógica, una brisa os atraviesa sin más, un aire fresco que inhalas con fuerza y parece eterno, un aire puro que transporta a tu sangre algo más que oxigeno, recargando de inmediato tu ánimo y tensando tus músculos de forma que estuviesen preparados para la competición más exigente.

Si en ese momento te detuvieses a observar  a tu alrededor, descubrirías que próximo a ti, una pareja de enamorados se miran fijamente, que se tocan si tan siquiera llegar a palparse, que se sienten unidos, aunque se encuentres separados por el muro más impenetrable, y de esa pasión, de esa cercanía, de ese sentimiento, brota una brisa fresca que inunda el ambiente.

Mas como todas las grandes historias de amor, al menos las más importantes, esta también estaba avocada a la desesperación y la tragedia, pues a pesar de desearse con una pasión desmesurada, de sentirse tan cercano el uno al otro, sus cuerpos no se conocían.

Así es, su pasión nacía fruto de las nuevas tecnologías, alimentado en la distancia y con la única proximidad de un chat o una llamada telefónica. Toda su pasión contenida de forma aséptica a través de un cable de datos en la distancia. Una distancia de miles de kilómetros que para cualquiera sería un problema, pero para ellos, incapaces de entrar en razón, les parecía que estaban a la vuelta de la esquina.

Y permitan pues que yo, pobre idiota, siga imaginando que tal vez un día, pueda disfrutar, aunque sea tan sólo por un día, de un poco del deseo que rezuman nuestros queridos amantes y disfrute de la suave brisa que inunda el ambiente cada vez que se sienten tan próximos el uno del otro.


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