EL MONOLOGUISTA (1ª parte)

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He trabajado demasiado tiempo y vivido tantas situaciones en el teatro de mi pueblo como para saber que pueden pasar muchas cosas, antes, durante y después de un espectáculo en vivo. Entre ellas, que a diez minutos de comenzar pase algo que convierta tus incipientes cosquilleos, lógicos antes de salir a escena, en un monumental tembleque imposible de parar.
Y hoy no ha sido ninguna excepción, ya que el amigo que me ha conseguido este bolo me ha comunicado al oído que en la sala está uno de los manager de cómicos más importantes del país, ese que todos ansían estar en su lista de representados.
El teatro es increíblemente bonito. La disposición rectangular de su patio de butacas, no muy común, ya que es el semicírculo el que prevalece en casi todos los, por mí, visitados con anterioridad, le confiere un aspecto de “Corrala” antigua muy apropiada para el monólogo elegido para esta noche.
Invierto los cinco minutos que quedan para el comienzo en otear, entre bambalinas, las últimas filas. Donde sé que suelen sentarse los críticos, observando hasta el último detalle de tus movimientos en escena, y valorando, con cierta perspectiva, la actuación global de un artista. En este caso, de un artista desconocido que se ha hecho un nombre a base de patear locales de mala muerte, y para el que gracias al boca a boca hoy podría ser un día crucial en su carrera de monologuista. La mía.
Cuando en la sala se atenúan las luces, y el cañón de luz blanca ilumina el micrófono de pie, intento convencerme de que el texto elegido para hoy es el mejor, el que más éxitos me ha dado. Y así, ya avisado por el regidor de escena, me dirijo hacia el centro del escenario con paso firme por fuera pero temblando desde los dedos de los pies hasta la punta de los cabellos.
El viejo suelo de madera del escenario cruje excesivamente hasta que los aplausos de bienvenida apagan su inquebrantable sonido. Me coloco en la marca ante el micro y comienzo:
 -Llévense a mi mujer por favor, ¡está loca!
Las primeras risas son muy importantes, y la frase elegida hace que en la sala se produzcan con una moderada intensidad que me anima. Acabo de solventar el primer escollo, primer punto para entrar en esa deseada lista.
- Si llego algo más tarde de lo habitual a casa, mi mujer comienza a llamar a toda la familia. Gracias a ella he conocido una faceta de mi tía Gertrudis que desconocía: la de soltar tacos. Tiene ochenta y dos años, y la escucho, nítidamente, a través del teléfono, cuando llego a casa para ver a mi mujer, auricular en mano, apartarlo de su oreja para no quedarse sorda con los improperios que le suelta tras llamarla por enésima vez, en un transcurso de quince minutos.
Las risas se mantienen, ¡buena señal!,  mientras recuerdo la siguiente frase e intento encontrar su rostro en la oscuridad de las últimas filas. Demasiado oscuro para un monólogo, pienso. Me gusta ver la reacción en las caras del público mientras actúo. Hoy la luz da un ambiente de recital de piano más que de una actuación cómica. Ya veis, otro contratiempo del que no puedo hacer nada.
 -Yo intento calmarla diciéndole que, en el trayecto a casa, me he encontrado con un accidente. Incluso que ha habido un fallecido. Ella lo primero que hace es llamar al rotativo de un periódico para confirmar lo que cree que es una excusa. Creo que probablemente es la cuarta o quinta persona de este país que se entera de todos los detalles de una noticia como esa, antes de que salga en los periódicos del día siguiente, y la única que se sabe los nombres de todos los que trabajan imprimiendo el dichoso periódico.
 Ahora, las risas de los asientos cercanos se entremezclan con los de los palcos superiores prolongándose cada vez más. Todo está yendo bien pero sigo sin encontrar al manager. Siempre me ha gustado dirigirme a las primeras filas, intentando incluirlas en el espectáculo, pero hoy mi mente me aleja de ellas hasta el final del patio de butacas.
 -Debo de reconocer que tiene sus cosas, un don innato vaya, aunque sea para alejar a la gente de su lado. De hecho, ha llevado el apellido familiar a lugares antes ni siquiera pensados. A mi primo Luis, que fue quien nos presentó, le hizo poner tierra por medio llevándolo hasta Australia después de cortar con ella. Decía siempre que le traía de cabeza, que cuando estaban juntos creía estar todo el día caminando boca abajo por culpa de su carácter, un tanto especial. Y al final lo consiguió, de hecho está en las antípodas, al otro lado del mundo. En Sidney, para más señas.
Todo va bien, me repito en mi cabeza. Aunque no logre ubicarlo, todo está saliendo bien. Miro hacia bambalinas para apoyarme en los ojos de mi amigo, que, sonriente, levanta el pulgar.
 -A ella no le gusta que cuente nuestras cosas a nadie, y yo eso lo respeto mucho…. Sólo lo sabe la familia y mis amigos de juerga. Creo que nosotros tampoco nos entendemos, no puedo evitar pensarlo. Siento que hablamos idiomas distintos; por cierto, no les he dicho que es noruega.
 Las primeras carcajadas me elevan a una euforia donde ya me veo firmando el nuevo contrato.
 - Extra rubia, extra grande, extra musculosa. Nunca antes hubiera pensado que una mujer pudiera tener tanta musculatura. Lograda tras pasar su infancia peleando con las enormes vacas que vi en el viaje que hicimos para conocer a su familia. Por cierto, que siempre ha despotricado de las cuatro cervezas que tomo al salir de noche con mis amigos, cuando los quince días que estuve en su pueblo natal los pasé totalmente ebrio, con otros tres de regalo al regresar a casa para que se me pasara la resaca. ¡Cómo bebe esa gente! El frío dicen, cualquier excusa es buena…  menos la mía.-
Ahora confirmo que el texto elegido ha sido un éxito, cuando empiezo a escuchar algunos aplausos.



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