El placer de lo prohibido

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Aquel hombre me había provocado las más enardecidas sensaciones desde el primer momento. Él observaba sin pudor mi cuerpo juvenil y esa peripecia me sedujo a tal punto que aquella noche en esa casa, la casa de mi mejor amiga, me oculté lejos de las voces de la multitud, lejos de la mirada inquieta de aquel hombre. Aquella habitación era oscura, la calma permitía que mi mente divague y que la fantasía conquiste mi cuerpo. Mi mente se envolvió de imágenes prohibidas. Sabía que no era adecuado imaginar las manos de aquel hombre sobre mi cuerpo pero aun así era delicioso. No hubo instante de pensar solo una piel sedienta de placer prohibido. Mis ojos brillosos de tanto gozo notaron la presencia de aquel hombre contemplándome desde la entrada de aquella habitación, pero el pudor no tenía lugar en ese cuarto, mis manos jugaban a ser sus manos y aquello era tan placentero que no pude detenerme.


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