La grata sorpresa

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Estaban entusiasmados por verse, tantas ocupaciones habían provocado que sus cuerpos se extrañen sin que fueran consientes de ello. Él la pasó a buscar como de costumbre por su casa. Solía mandarle un mensaje para avisarle que vaya saliendo, pero esa vez no fue necesario. Ahí estaba ella preparada y ansiosa, las ganas de abrazarlo eran incontenibles.

Subió al auto y se dieron un fuerte abrazo, se sacudieron mutuamente de la felicidad. El arranco y comenzaron a charlar mientras esquivaban los semáforos en rojo. Hablaban y hablan sin que se les escapara ningún detalle de lo que estaban contando. No había silencios, sino una perfecta coordinación en donde la conclusión de uno era el pie de inicio del otro. Eran amigos hace unos tres años, y siempre habían tenido esa confianza y conexión inexplicable.

En un momento él le ofreció parar para caminar un poco, pero el tiempo no ayudaba, amenazaba una tormenta de aquellas. Y así fue, un diluvio se largó, cortinas de agua con una intensidad espeluznante azotaban al pobre auto. Ellos no se hicieron problema mayor. Estacionó donde pudo y le propuso ir a la parte de atrás para estar más cómodos. Ella accedió. Ambos enfrentados, sentados como indios, no paraban de reír, recordad, y discutir sobre ciertos temas con los que siempre chocaban. En un momento se tomaron las manos (era algo habitual, su amistad lo avalaba), mutuamente empezaron a acariciarse, se dejaron llevar, hasta que en un momento ella retira las manos y simula rascarse el brazo. Luego de charlar un poco más, se miraron como cómplices, y se dieron otro abrazo, como pudieron y más cariñoso. Ella se acostó en el auto, apoyando sus pies en su regazo, el los agarraba con firmeza y los acariciaba, hasta que en un momento no pudo ocultar su excitación. Su pene estaba duro, y ella lo sabía, y lo provocaba, pasando sus pies sutilmente por esa zona sensible, cada vez están más excitados. Ya agotadas las palabras, el se decide por tenderse sobre ella, y esta nunca se negó, sino que lo provocaba mas y mas.

Allí estaban, en la parte trasera del auto, ella abajo, el arriba, su pene que calzaba justo en su vagina. Le arcaizaba los senos, esos labios carnosos y rojos, con sus tímidas manos recorrida el contorno de su cuerpo, lo examinaba y admiraba. Empezó a moverse lentamente de arriba abajo, en círculos, despacio y cada vez más rápido. Ella estaba muy mojada, podía sentir su tanga mojada, sentía la presión de su pene, rígido y sumamente caliente, estaban teniendo sexo con ropa, y se sentía tan bien. El la besaba por el cuello, el pecho, los brazos, y ella lo tomaba del pelo o la espalda. Buscaba una mayor intensidad, los amortiguadores comenzaron a ponerse a prueba. Cada vez más rápido, sus sexos se frotaban insaciablemente, rápido lento, apretando, ambos sabían llevar la situación.

De repente empezaron a sentir un calor que se les subía por todo su ser, la traspiración que corría por sus cuerpos armoniosos. Ambos estaban llegando al clímax, los gemidos de pasión involuntarios, ya eran una evidencia de ello.

Ambos cuerpos temblaron juntos, cuando llegaron a orgasmo más largo de sus vidas. Se abrazaron fuertes mientras esa hermosa sensación cesaba poco a poco, dejando un par de cuerpos devastados por la pasión. Estuvieron así unos 5 minutos sin decir nada. Luego se acomodaron la ropa, se ventilaron un poco, y dispusieron el auto en marcha, la tormenta ya había pasado, y se hacía tarde para ir a buscar al novio de ella, a quien se le estaba preparando una fiesta sorpresa por el cumpleaños, y era tarea de ambos atraerlo al lugar.


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