Verte pasar

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Como casi todas las tardes, llegaste a la oficina, para reunirte con mi jefe y exponer los avances de tu trabajo; te veía de lejos, siempre con jeans deslavados y una polo blanca con el logotipo de tu empresa bordado a la altura del pecho, sobre el lado izquierdo.

Nunca te consideré guapo, pero había algo en ti que me atrajo desde la primera vez que te vi, la misma atracción que ejerce la miel en las abejas; moría de ganas por hablarte y conocerte mejor, pero mi área de trabajo no tenía que ver con la tuya y debía conformarme con los ocasionales "buenas tardes" que me dedicabas al pasar junto a mi cuando salías a fumar un cigarrillo.

¡Ah, en verdad disfrutaba verte pasar!

Siempre me preguntaba si serías casado o tenías pareja y me lamentaba que ni mis más aromáticos perfumes o mis más coloridas y atrevidas prendas de vestir fueran suficientes para atraer tu atención.

Estaba perdidamente enamorada de tu forma de vestir, de tu sonrisa, de tu cabello con esa calva incipiente que te daba un aire de madurez y experiencia; enamorada, igualmente, del toque misterioso de tu mirada penetrante, enmarcada por un par de bellos ojos tan negros como la noche.

Qué martirio verte pasar y sólo atinar a responder "buenas tardes", mi corazón se aceleraba, la respiración se me escapaba y mi lengua se convertía en una losa imposible de mover para emitir algo más que sonidos guturales; sí, era por eso que prefería callar, no quería que mi nerviosismo me delatase.

Pensé en hacer mío tu vicio, comenzar a fumar y aprovechar tus salidas a la terraza para acercarme a ti y pedir que me compartas tu fuego, sí, en todos los sentidos que de esa frase se puedan interpretar; sin embargo, nunca he tenido vicios y tampoco la fuerza para mostrarme ante ti sin que tiemblen mis piernas o se derrita todo mi ser.

No sé cómo te enteraste que ese día acumulaba un año más de edad, o cómo hiciste para convertirlo en el mejor día de mi vida, ayudándome a eliminar la barrera que me impedía acercarme a ti, una simple rosa roja y un "Feliz cumpleaños" no parecían ser suficientes, por el contrario, en mis mejores sueños, una acción como esa haría que mi corazón se detuviera por completo y moriría de tanta felicidad.

Tal vez fue la sonrisa que me dedicaste mientras tu negra mirada se posaba en mis atónitos ojos, tal vez fue la confianza que infundiste a mi pecho cuando nos fundimos en ese caluroso y sincero abrazo que, a mi parecer, duró unas fracciones de segundo nada más.

¿Cómo fue que me invitaste a salir?, ¿Cómo fue que acepté?, ¿Cómo fue que nuestras vidas y corazones se entrelazaron?

Creo que nunca podré responder a esas preguntas, porque las mariposas que revoloteaban en mi vientre y las nubes llenas de hermosas aves danzaban y cantaban alrededor de mi cabeza, no podía (o no quería) darme cuenta de lo que pasaba; me limitaba a disfrutar cada momento a tu lado.

Hace doce años me conquistaste con una flor, casi tan bella como el hermoso gesto que tuviste de felicitarme por mi cumpleaños; casi tan bella como el ramo que me regalaste 12 meses después; casi tan bella como el detalle de incluir un anillo de compromiso entre las hojas y tallos de ese ramo; casi tan bella como el anillo mismo; casi tan bella como el día en que nos casamos.

Tal vez no lo sabes, pero aún conservo esa rosa; la guardé entre las páginas de mi libro de poemas favorito; ahora ella está marchita, pero lo que siento por ti no ha cambiado y nunca cambiará; hoy cumplimos 10 años de casados y quiero darte las gracias por hacerme tan feliz.

Tal vez no lo sabes, pero mi corazón aún se estremece al verte pasar.


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