Cada cosa tiene un nombre.

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Acaba de quemarse el dorso de la mano con una plancha que jamás estará al rojo.
Encendida, pero perra, tramposa y cínicamente burlona, ocultando el ardor de su hierro con una base de acero inoxidable color plata perpetuamente gris… hace décadas, siglos quizás que a la ropa se la trata igual que a los periódicos: pueden intoxicarnos con la tinta que mientras sus bordes anden lisos, la superficie sea atractiva a la vista del hombre cansado, los seguiremos utilizando hasta que descubriendo su horrenda realidad convertimos la blusa preferida en paños para limpiar el polvo antiguo de los azulejos rotos, en recogedores de la mierda de un yorkshire albino en el parque amarillento con el césped más grande que sus inquilinos. Tal vez quienes tienen madera de periodistas acaban convirtiéndose en escritores porque los libros jamás se usan como retretes para perros: de nuevo la soberbia del ser humano juega con su divinidad de garrafón para escoger cuales son las palabras desechables, cuales las perennes… unos sustantivos cobran poder, energía, contundencia estrangulando el cuello de los verbos y un vocabulario que juega al pilla-pilla con la verdad toma el relevo de los eufemismo… “guerra legal”, “guerra santa”, “misión de paz”… no es hambre, es subida del impuesto alimenticio, no es muerte, es daño colateral… algún día las palabras recuperarán el sentido que les pertenece por derecho natural y nos cagaremos tanto de terror que la mierda por fin nos extinguirá ahogados como especie.
Los niños andan correteando por la cocina, del baño al dormitorio de papá y mamá: es sábado. Él trabaja, dobla turno de noche y ella plancha vestida con unas bragas que apenas ocultan el pelo del conejo y esas tetas desplomadas por la camisilla sobre el ombligo que anuncian el incipiente parecido con la abuela. A la izquierda un montón de ropa hecha un ovillo sin gato a quien entretener y en la derecha de la tabla el guion cerrado de ese corto sin remunerar en el que desea actuar con todas sus fuerzas. 
El mechón canoso le inunda la pupila cubierta por cataratas prematuras y solo tiene fuerzas para gritar de tarde, muy tarde en tarde, a los críos que regresan al sofá como diminutas musarañas atascándose contra el agujero de entrada de su madriguera.
Algunos cacharros del almuerzo de anoche andan por el fregadero esperando a que un gordo los limpie a la vuelta. Una salsa, quizá restos de carne y/o huesos, un amasijo que se parece a la mierda atrapada en los pelos largos de un animal cagando. 
La musaraña del medio rompe la madriguera y tira abajo una lámpara de puro cristal: los vidrios rebozan el comedor igual que caramelo líquido impregnándose sobre un flan caliente y todo es uno, bofetón y llanto.
Recoge, barre, plancha… se quema el dorso de la mano, casi hasta los tendones… hay demasiadas bolsas que curar… no alcanza al chorro del fregadero: demasiados cacharros sucios.
Llega al baño, la lejía espera en el plato de ducha negro –parece que el calvo de la etiqueta le sonríe, más bien se descojona al verla- y se limpia las llagas con agua hirviendo: la “C” es “cold”, no “caliente”, la “F”… el humor negro de un fontanero inglés.
El pequeño está cagado y los pañales siempre están en la estantería más alta.
Papel del culo, agua de la ducha –alguien grita diciendo que se han acabado los dibujos: ¿qué canal ponemos?-,polvos de talco.
Vuelta a la cocina: ahí sigue la montaña de ropa arrugada, la plancha encendida… se recrimina haber estado a punto de cometer un desastre, el hierro ardiendo cayéndose sobre la frente del crío mayor, la rata que abusa de los demás roedores en cuanto ella se gira un par de segundos para rascarse las nalgas, aspirar hondo y expirar lentamente, como si todo el oxígeno que le restara de por vida se concentrara en esa expiración…joder… como sabría ahora mismo un cigarrito.
Son las 15:14 según el reloj de la cocina, el que nunca recuerda si está quince minutos más atrasado o adelantado.
“¡Mamá, tenemos hambre!”
Lo sabe, lo saben, todo el bloque lo sabe cuando comienzan los gritos que precede a la disputa.
Potaje –pasapuré para los más peques-, el yogur, otra lavadora con los buches en el delantal y su traje de hacer las faenas… una minicopadevino, son las 17:08. A él le quedan unos 40 minutos para llegar… por suerte siempre tiene ganas, los tíos, al menos los fieles, siempre tienen ganas: con un poco de simplicidad –la mano directa a la entrepierna, un pezón colocado sin sutilidad en su boca- muy probablemente consiga una comida de coño, incluso un orgasmo…
Son las 19:01. Hoy hubo suerte: ambos se corren, si bien no juntos, al menos sí en la misma sábana.
Los niños se despertaron hace tiempo de la siesta: cena, cuento… a la cama… guerra para que duerman.
Rondan las 22:30.
“¿El guion?”
Sigue encima de la tabla.
“No creo que me presente a la prueba… yo no soy actriz… soy madre”.
No te engañes por favor… hace tiempo alguien me dijo “soy vegetariano, aunque de tarde en tarde como pescado: podría decirse que soy vegetariano, salvo por el pescado”… Y yo soy heterosexual, aunque bueno, de tarde en tarde me como alguna polla: soy heterosexual salvo por las pollas... ¿en qué momento se desvaneción el nombre de las cosas?
Nena, un viejo indecente me explicó hace tiempo que si deseas crear lo harás incluso dentro de una mina trabajando 16 horas al día…
Del mismo modo que violar 200 niñas no es un daño colateral, que te llamen mamá no es excusa para abandonar los guiones en el mañana que siempre se estira… unos irán al infierno por ocultar en tinta blanda la atrocidad del mundo, otras seguirán cubriéndose la piel de callos, los ojos de llagas, el espíritu de frustración mohosa por echarse una merecida siesta delante del televisor al final de la jornada… 
La mediocritud come paella los domingos en el campo, se consume esperando los viernes por la noche, sale de la oficina con un pie en la barra del bar, se embota como un oso apunto de invernar con whiskey-cola para olvidar el lunes que viene… la excelencia se entrena mientras tú andas borracho, durmiendo, disculpándote a ti mismo entre la autocompadecencia y el conformismo... los sueños son hormigas y las excusas lupas al sol. 


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