Recuerdos de la Toscana

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La historia transcurre en las afueras de Florencia (Italia)

Johanna permanecía dormida en la cama. Estaba amaneciendo, los rayos de sol comenzaban a penetrar por su ventana. Su sueño solía ser ligero, con lo cual, en el momento en el que se percató de que los rayos de sol estaban acariciando su cara, no tardó en despertarse. Se detuvo a contemplar el amanecer mientras permanecía acurrucada en su cama con un ojo entrecerrado y otro abierto. Ese amanecer en esa habitación le resultaba tan familiar… pensó mientras se dibujaba una sonrisa en su rostro.

Aún no sabía por qué veinte años después volvió a soñar con su amor de la adolescencia. Volvió a cerrar los ojos y a acurrucarse en su cama, quería seguir durmiendo, necesitaba que no fuese un sueño.

De repente, había vuelto a ser joven, sin preocupaciones. Se disponía a ir a visitar la Catedral de Florencia, pero se perdió por las largas calles de la Toscana.  De repente, un chico alto se cruzó por su camino, sonriente al verla perdida. Caballeroso, y afortunadamente, hablaba español, no tardó en mostrarle el camino para llegar a Santa Maria Della Fiore.

Volvió a abrir sus ojos, miró al lado el otro lado de su cama, y le entristeció el simple hecho de no estar él a su lado. Recordó el día en el que le dejó a ir, cuando al amanecer él le llevó el desayuno a la cama, con una carta que decía así : “Soy feliz entre tus brazos, que me dan calor, me envuelves en una brisa suave y cálida ,eres ese rayo de sol que entra por mi ventana y acaricia mi rostro. Quiero que cuando estés conmigo te olvides del resto de cosas que puedan crearte confusión. No existe nada: ni problemas de edad, ni distancia, sólo tú y yo”.
El siguiente momento que apareció en su subconsciente, fue el de un día lluvioso en la Villa Capra. Ese día fue el día que ella decidió dejarle ir. No paraba de llover, pero él se arrodilló en su regazo para evitar que ella rompiese lo que quedaba de su amor.

En ese momento, se incorporó rápidamente para sentarse en la cama. Alargó el brazo para coger el tabaco Malboro y el mechero. Mientras lo colocaba en sus labios para encendérselo, dándole levemente una calada, se preguntaba si realmente era feliz.  No paraba de preguntarse por qué le había dejado escapar siendo todo lo que ella pudo desear. 

Realmente se dio cuenta de la situación, así que decidió ir a su casa de Florencia para decirle que no le había olvidado. Una vez allí, entró por su puerta y dejó todas las cosas por su habitación. Al poco, se escuchó un disparo, ella cayó al suelo con una carta en la mano.

 (Continuará)


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