No hay más ciego...

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La boca aún le olía a puro y escupitajo y seguramente dentro de poco volvería a coger la hepatitis.

Su cuerpo chorreaba moretones tiernos, tanto que el latido de las arterias trasgredía la piel, podía notarse apoyando un dedo en cada hematoma: llegaba a ser divertido, incluso placentero sentir el cosquilleo de aquellos morados a punto de reventar como huevos demasiado maduros, latiendo igual que una poya intentando empalmarse. Colocar el dedo, recibir el calor de su lamento, la fluidez estática de su dolor, todo era maravilloso en la yema de quien presionaba las heridas, disfrutar de su mal, divertirnos con su sufrimiento del mismo modo que jugamos a ser Dios llorando por niños muerto, aplaudiendo la silla eléctrica… no somos tan buenos como pensamos, ni tan malos como pretendemos ser: ángeles y demonios nos quedan demasiado grandes, simplemente bolas de carne, dulce gatito parece una bola de piel, dentro de la cadena alimenticia somos el cenit de la soberbia, pero desnudos en la selva contra una hiena a carcajadas no valemos más que una pared de pladul sosteniendo vigas de acero.

De todas las heridas la más fea, supurando, derramando sangre, infectándose como un corte brutal con una cuchilla de afeitar desechable que se ha utilizado con exceso, la peor de todas era el mordisco en el cuello. Desde que empezó la relación con aquel sujeto no hacía sino volver a casa constantemente cubierta de golpes, saliva y esas mordidas prehistóricas cargadas de odio lujurioso, dominación, la firma sobre el ganado marcada con fuego de hielo. El cuarto donde follaban siempre apestó a la parte interior de una nevera a medio descongelar, las sábanas llenas de distintos líquidos, ni siquiera una manta con que cubrirse: él dormía en otra cama, en otro cuarto bien lejos de la polvera y a ella la obligaba a practicar el acto encima de esas telas donde todavía se palpaban las vaginas recientes de las otras mujeres.

Su amiga lo había visto tantas veces, eran tantas las ocasiones en las que vino a pedirle ayuda, refugio, compasión, calma, sosiego que ni siquiera le afecta: la desnudaba, le pasaba alcohol y betadine sobre las heridas, repasaba con el dedo cada una de las antiguas cicatrices y hacía las mismas preguntas, con las mismas respuestas con el único fin de no crear un silencio denso que inundara la habitación mientras la aliviaba… los silencios indeseados se pegan al tímpano como la mantequilla al paladar, con la misma fuerza que una gacela enferma se adhiere a la supervivencia cayéndose desde los colmillos del guepardo… no pudo soportarlo, empezó la conversación.

-¿A dónde fuiste Caperucita, dónde has estado?

-Follándome a la abuelita.

-¿Y la abuelita te ha hecho todo esto?

-Es que cada día tiene más fuerzas, más rabia… la abuelita ha cambiado mucho desde que empezó a querer follarme y yo la dejé.

-Caperucita, te lo hemos dicho todas muchas veces: no es la abuelita, sino el lobo feroz.

-¿El del pastorcillo? Ese no existe –rió.

-No, Caperucita, es el lobo, el que siempre te acosaba saltando desde detrás de los árboles en el bosque, el que sabía tus rutinas cuando salías de casa y te perseguía a la tienda, a la casa de tu abuelita de verdad, el lobo apuesto que intentó comernos a todas, ¿no te acuerdas?

-Eso es una tontería: se lo cargó el cazador. Yo me estoy follando a la abuelita: es un poco raro, asqueroso, pero no puedo negarle nada, ha hecho todo por mi, le queda poco… quiero que se vaya contenta.

-¿Pero no ves que tiene las orejas demasiado grandes?

-Para oírme mejor.

-¿Y los ojos enormes?

-Para verme mejor.

-¿Y la boca?¿Qué me dices de la boca? Caperucita, “ella” es el lobo y ni te escucha, ni te mira, solo quiere comerte mejor.

-Siempre se ha portado bien conmigo, solo que ha cambiado, simplemente, pero es mi abuelita de siempre.

-¡Mentira!¡Es el puto lobo!¿No sabes verlo?¿No entiendes que te matará?

-¡Me quiere!

 Por fin llegó la densidad, la mantequilla, la gacela herida. Esta vez fue Caperucita quien lo rompió.

-¿Y a ti?¿Cómo te va con el príncipe azul?

-Lo dejé: regresé a casa de los enanos.

-¿Volviste con Gruñón?

-No: ahora ando con Mudito.

-¡Qué puta!

-¿Porqué? ¿O lo son ellos también? De todas formas, a ninguno de los dos les importa, además, no es cosa de un solo polvo, nos queremos… en el fondo pienso que siempre nos hemos querido, pero nos costaba reconocerlo… es tan tímido, yo estaba confundida… ¿Sabes? Babea, es infantil, callado, pero siempre está, no se le puede pedir mucho, no puedes hervirte un plato de coliflores y esperar que sepan a tarta de tres chocolates, pero al menos sabes que las coliflores son lo único del plato, sin capas, sin sorpresas desagradables, trasparentes: sabes lo que te comes y aunque no sean lo más sabroso, son lo más sano, a nadie le hacen daño las coliflores y, a la larga, siempre sacan lo mejor de ti, te hacen sentir hermosa, viva… Así es Mudito… cuando la tengo dentro a veces ni la noto, tampoco podemos hacer muchas cosas fuera de casa, porque se asfixia en lugares con demasiada gente o abiertos, supongo que se atrofió cuando trabajaba en las minas… pero siempre está, siempre es él, siempre dándome lo mejor… como las coliflores. Los otros seis en cambio llenan la casa de ladillas, salen de picar diamantes derechos a una maldita barra de bar, atragantándose con aguamiel, cerveza, compitiendo en nariz con el niño ese de madera.

-¿Y el príncipe? ¿Sabes algo?

-No, ni tampoco me preocupo en saberlo. Los ojos están delante por una buena razón. Además, solo era un puto marica, un mimado, ¿sabías que su madre le hizo la cama hasta los 27 años? Pretendía que le tuviera la comida a su hora, la ropa a punto, quedarme siempre en casa a esperarlo… no, nena, me equivoco una vez o diez o diezmil, pero cuando me doy cuenta del error corto inmediatamente: nunca he sido puta, porque yo soy la que jode y eso no iba a cambiar por nadie… a mi príncipes azules… preferí volverme con los enanos, sí, a hacer camas, comidas, limpiar mierda, pero trabajando, me pagan bien y tengo a mi Mudito, que no me hace mucha falta, pero no es un mal plus.

Siguió cubriéndole el resto del cuerpo con yodos y porquerías. Al final dejó que durmiera un rato antes de darse un beso, decirse adiós… nunca sabían cuando iba a ser la última vez que viesen a Caperucita. 

-Bueno,gracias por ayudarme otra vez:la verdad que a veces se pasa castigándome.En fin…voy a casa para ducharme y descansar un rato:a la noche tengo que volver a casa de la abuelita.

Salió.

Sabía que “la abuelita” se la acabaría cargando a no ser que alguien le abriera los ojos, pero pasa algo muy curioso con los antifaces y es que siguen siendo igual de opacos cuando la mano que los quita no es la de su propia dueña.

En la caverna seguirían bebiendo,riendo,charlando todos juntos:seis enanos,el Grillo,Simba y,desde luego,el lobo,siempre con su puro en la boca presumiendo de sus muchas putas.


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