Sombra de naufragio

Una nube que en pleno verano se desplaza, despacio, hasta tapar el sol: esa eres tú. Y yo disfruto de tus sombras, aun sabiendo que pasarás de largo y volverá el calor. Sé que no es la solución, pero eso no me impide disfrutar el momento. Con la piel quemada no estoy en condiciones de exigir lluvias, tendré que conformarme con este simulacro.

Me siento como el naufrago que llega a una minúscula isla desierta después de semanas sin pisar tierra: la escasa comida no durará mucho, de hecho, pronto tendré que buscar otra isla, aventurándome de nuevo en mar abierto, a riesgo de no volver a pisar firme, pero nada impide que aproveche mientras pueda; me alimento hoy porque quizá mañana no haya nada que llevarse a la boca.

Mientras escribo esto tú sigues tu camino, desplazándote, despacio, amenazando con dejar pasar el terrible calor que me ha quemado la piel. No hay solución. Te pido que te quedes un rato, sólo un poquito más. Te confieso que moriré si te marchas, que me he acostumbrado mortalmente a tus sombras, como el naufrago hambriento se acostumbra a la fruta, a sabiendas que más tarde o más temprano no quedará ninguna. No hay nada que hacer; sigues desplazándote.

Antes de lo esperado el naufrago se queda sin comida; poco a poco se marchan tus sombras y empieza a reflejarse el sol. No hay solución. Será mejor aceptarlo. El naufrago mastica su último trozo; los rayos del sol pican con fuerza sobre mis hombros. Márchate. No hay nada que hacer. Habrá mejores islas en el océano; habrá nubes más grandes que tapen el sol.

Te vas y dejan de reflejarse tus sombras. Otra vez el calor.

Te vas y dejan de reflejarse tus sombras, dejas paso a la luz. Ahora es mi propia sombra la que se refleja en el suelo mientras me arde la piel. Otra vez navegando… ¿Cuándo volveré a pisar tierra? ¿Cuándo volverán a taparme el sol?

Me siento un naufrago lejos de tus sombras. Me temo que no hay solución.