Coyuntura y travesura

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No sé cómo terminamos así. Se suponía que solo era un brindis en tu habitación, y mira ahora, semidesnudos uno encima del otro, rozándonos a flor de piel, sintiéndonos, oliéndonos.


Sé que nuestro resuello es a cigarrillo y coñac, pero yo percibo olor a morbo también, un tufillo que se nos escapa de los poros y se mezcla con el sudorcito que ahora empapa nuestros cuerpos: es el 'chocho' que quema y el ‘chachachᒠque ahúma.


El shorcito es sexy y grato a la vista, pero no al tacto de unas manos que magrean mi pompis en un desesperado afán por agarrar carne. Por eso, no hay mejor momento en la refriega precoital que cuando el hombre deseado nos despoja, lenta y lúdicamente, de todo lo que llevamos puesto. Primero lo de encima, sea el pantaloncito ajustado, el sugerente strapless con soberbio escote, la falda corta con abertura a ambos lados, la sensual minifalda, o el minúsculo shorcito como es en mi caso; y luego el calzoncito, blanco el mío, con dos corazoncitos, uno para cada nalga. Es un momento crucial, más para nosotras que para ellos, ya que implica el consentimiento o autorización que les damos para explorar nuestra intimidad y deleitarse en ello, así como el titular de una propiedad lo daría a los agentes para hacer pesquisa de ella si lo requieren.


Es ahí cuando llega el umbral de no retorno, el momento de lo irreversible, y me preguntas, tan sutilmente, besito por aquí, besito por allá: "¿Me pongo el condón, cariño?" Pero yo antes de que me preguntes ya había posado mis ojos en tu miembro erecto, grande y grueso, vigoroso como estatuario, de cabecita tersa y resplandeciente; y quizá esa visión de ensueño fue lo que me trastornó un poco la razón y el buen juicio que se debe guardar en momentos como éste, e hizo que quedito al oído, pero no por eso menos convencida, te dijera: "No darling, cómo se te ocurre, no ves cómo ardo por ti...Encéstamelo así nada más, quiero sentir ese prodigio que te manejas restregar mis paredes...Dámelo calatito, tontito, para qué entonces está la 'pastillita'..."


"Aaaahhhhmmm mmmm mm...". Fue un gemido doble llegar al orgasmo. Una pócima calientita, como a cuarenta grados, sentí repletar mi vagina, que no ofreciendo más espacio, se dejó rebasar, vía mi introito, en intermitentes chorros lechosos.


Nos despedimos con un apasionado beso. Sabíamos que era el último de la jornada, el postrero de un universo de caricias y besos que en ningún momento reparó de escrupuloso; y que yo, cruzando el umbral de la puerta, volvería a ser la amiga de antaño, la colega y compañera de trabajo, la solvente y casada señora, que alguna vez sucumbió a la tentación que la coyuntura por ese entonces nos ofrecía ----valga decir el evento congresal de la especialidad realizada en el extranjero----, y que terminó contigo revolcándose en la cama de una suite del hotel cinco estrellas que nos hospedó. ¡Vaya travesura!


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