LA CAJA NEGRA Y SUS FOTOS (PARTE 1)

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Deambulaba Felipe por el centro de la ciudad, interesado en comprar uno de esos libros abarrotados y polvorientos en las librerías…

La noche caía implacable, adornada por una luna que cubría los tejados de las casas con una presunción narcisista, la lluvia era fiel rival para aquel satélite natural, que en una lucha incansable se esforzaba por cubrir su brillo y encharcar las calles con el deseo de encandelillarla por su propio reflejo y poder así, hacerla huir dándole paso a las densas nubes que también luchaban con las estrellas. Eran ya las 8.30pm y Felipe caminaba impotente al no hallar ningún lugar donde poder realizar su compra, buscaba algún libro que lo estremeciera en las noches y que provocara un miedo inquietante, haciendo volar su imaginación y de la misma manera, las cobijas sobre su cabeza como armadura contra los pavorosos productos de su mente o de la noche o de los muertos o quien sabe que producto de la póstuma lectura de aquel, hasta ahora oculto texto. Cuando sus pies anunciaron el agotamiento, Felipe se dispuso a volver a casa, desilusionado e impotente frente a tan estúpida aventura nocturna, camino por entre las calles observando las casas caídas y disipadas por la niebla, que podría ser interpretada como los guerreros caídos entre la batalla de la luna y la lluvia. La calle era solo alumbrada por una casa que en su fachada mostraba un letrero de tienda esotérica, era tan miserable su fachada que ahora la luna y la lluvia se unían para ocultar su presentación, pero Felipe fue un seguidor acérrimo de aquel lóbrego lugar y se dispuso a entrar.

La casa era adornada por esculturas de arcilla con formas tristes de hombres llorando o gritando, libros con demonios, brujas y santos adornando las caratulas, telarañas que mas que decoración era el descuido del propietario y un olor a azufre que se mezclaba con el tabaco dando como producto un anciano que se condensaba en el fondo.  Con una barba amarillenta, el cabello largo, un traje negro que resaltaba más el gris probablemente por las múltiples posturas de quien lo lleva y un mirar sonámbulo, el anciano se acercó a Felipe dándole la bienvenida con una sonrisa y  la despedida con sus tres dientes negros y diciendo en su ascenso al joven – buenas noches,  en que le puedo servir- , a lo que Felipe contesto sin saludar –estoy buscando un libro que logre sacarme del sueño y entre letras sueltas e historias tétricas, colmen mi día con recuerdos no gratos de la lectura- el silencioso anciano giro y se introdujo en un cuarto infesto de libros, revistas pornográficas y platos sucios de comida. A los pocos segundos salió con una caja en la mano y se la entrego al curioso, la caja era negra y en su presentación traía el grabado de La tentación de San Antonio y San Antonio, atormentado por los Demonios, estaba adornado con cruces que presumían de márgenes y un olor característico a ácaros y polillas. Felipe con una sonrisa en la cara y una nausea en el estomago pregunto al anciano el costo de aquel libro, a lo que el anciano respondió 165.000. Felipe apareció incrustado en su cuarto con una caja negra en sus manos…

 

 

En su cuarto, la única prueba de vida era un jadeo compulsivo resultado de la sensibilidad de su olfato. La caja negra permanecía aun sin abrir y el olor que emanaba poco a poco se volvió aceptable, Felipe la observaba aterrorizado pero con una curiosidad propia de un hombre virgen visitante de un burdel, decidido se lanzo a la caja, la abrió inmerso en un éxtasis de la mezcla de ácaros y olores desagradables que se elevaban por el techo volviendo presurosos a su hogar, haciendo una cadena cíclica de olores fétidos, al abrir la caja, Felipe advirtió un libro que en su presentación plasmaba el mismo dibujo de su contenedor, junto al libro se encontraba una rara figura de arcilla, que moldeaba mediocremente un niño con la mirada perdida tomándose el vientre en señal de dolor. Ninguno de los dos objetos emanaba olores fétidos, ni la caja a su interior, probablemente solo era su imaginación que volaba por los arduos senderos del miedo y de vez en cuando planeaba en un caño infesto de mierda.


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