Armonía y caos.

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Todo estaba tranquilo. La oscuridad bañaba aquel lugar. La noche había llegado con su manto de negrura para ocultar las heridas que se estaban infligiendo. Todo el sitio tenía ahora un aura de paz y calma, de armonía singular, que no contrastaba para nada con el caos desatado más allá de donde alcanzase la vista. A kilómetros de allí, se podían escuchar los estridentes sonidos de las bombas estallando, de vehículos inmolados, de personas muriendo. Y ella lo escuchaba todo.

Sentada sobre una fría y agrietada roca, miraba al ya destruido vehículo de transporte en el que viajó. El fuego que surgía del interior del motor refulgía todopoderoso. Un brillo amarillento emanaba de él, impregnando la negra noche con un rubor de tonos ambarinos. Arriba, alzando su vista, el cielo aparecía bañado por infinidad de pequeños y titilantes puntos de color blanco. Tan distantes, tan anhelantes. Sintió una leve desazón en su interior, como de no querer estar allí, como de querer estar en cualquier otro lugar menos en aquel cruel campo de batalla.

A su alrededor, se encontraban los cuerpos sin vida de varios soldados. Algunos enemigos, la mayoría compañeros. A muchos los conocía del periodo de instrucción, de hecho, los consideraba amigos. Gente buena, amable, en la que se podía confiar y que jamás le decepcionarían. Y estaban muertos. En el suelo, justo delante de ella, estaba su fusil de asalto, sin munición, pero todavía caliente, ya que hasta no hace mucho había sido usado. La pistola yacía unos metros más allá y de las granadas ya no quedaba ni rastro. Su ultima arma, el cuchillo de combate, estaba clavado muy profundamente en el pecho del último enemigo con el que luchó.

No recordaba cómo pasó todo. Solo tenía tenues memorias del comienzo de todo, pero el desarrollo fue muy precipitado. Un conflicto sobre una nueva clase de combustible. Una disputa por querer explotar una serie de yacimientos diseminados por todo un sistema solar. Una rivalidad que comenzó a acrecentarse entre naciones. Y a partir de aquí, el caos. El estallido de una guerra para la que se necesitaban soldados. Muchas personas fueron obligadas a reclutarse. Ella fue una de esas. Dejó atrás todo. Su hogar, su familia, amigos, su amor. Toda su vida se alejó precipitadamente cuando fue encerrada en esa capsula de hibernación, junto con otros 10000 soldados que como ella viajarían en una nave hacia una odisea sin retorno. Ahora, 65 años después, estaba en aquel mundo alienígena, en una selva donde apenas minutos antes tuvo lugar una horrible batalla en la que prácticamente todos habían muerto. Todos, excepto ella. Su mente recorría ahora cada difuso recuerdo, buscando encajarlos de algún modo en un intrincado puzle, que sin embargo, se veía incapaz de ordenar, ya que le faltaban piezas. Lo llamaban conmoción cerebral, pérdida de memoria a corto plazo por culpa del viaje espacial. Su rutinaria actividad se interrumpió cuando un inusitado resplandor azulado iluminó todo el lugar con una luminosa fosforescencia zafírea. Muy lejos de allí, una gran explosión plasmica había tenido lugar.

Observó al lago. Plácido, tranquilo. En paz con todo. Nada que ver con el desorden desatado a su alrededor. Miró al agua inmóvil, que como un espejo, reflejaba todo con una claridad perfecta. El gran satélite que orbitaba alrededor del planeta, se podía ver como una gran esfera de color carmesí, al reflejarse en él la luz rojiza de la gran estrella roja que iluminaba todo el sistema. Siguió mirando tan calmado paisaje, hasta que se percató de que en la enmarañada negrura del agua surgió una estridente luz que brillaba lo haría una lámpara de lava.

Extrañada, se levantó. Recalibró los sistemas de su casco para escanear de mejor forma tan extraña luminiscencia. Esta era como especie de mancha,  o más bien, como una forma fluida o viscosa que pareciese contonearse de extraño modo. Poco a poco, tan misteriosa figura empezó a ascender a la superficie. A medida que ella se acercó, pudo comprobar de que se trataba. Tenía un cuerpo alargado y delgado, cabeza triangular, dos largas aletas acabadas en cuatro puntas y al final de la cola, otra de forma romboidal. De su cuerpo manaba una brillante luz blanca, tan intensa, que casi parecía que aquel ser fuera alguna especie de presencia celestial. Vio a la criatura nadando en círculos sobre la superficie, como si estuviese indicando su posición o intentando transmitir un mensaje. Lo que no esperó, fue que apareciesen otras.

En un abrir y cerrar de ojos, aquel lugar quedó inundado de luminosos focos de luz, que hacían que el lago, hasta ahora negro y apagado, bullera de un potente fulgor blanquecino que cegaría a cualquiera. Vio como las distintas criaturas nadaban una alrededor de la otra, en una suerte de danza elíptica de agradable coreografía. Ella lo observaba todo extasiada, fascinada por aquella hermosa visión. Vio como algunos de los seres se acercaban y expulsaban de su interior cientos de pequeñas secreciones brillantes. Con el zoom de su visor pudo comprobar que esas excrecencias eran huevos. Había llegado al lugar de anidamiento de una especie animal alienígena. Se dijo, que en mitad de la destrucción y la muerte, la vida aun podía prosperar.

No supo por qué hizo tal cosa, que clase de impulso le hacía tomar tan desacertada decisión, pero cualquier razonamiento era olvidado. Sin prisa, comenzó a despojarse de su traje, una recia armadura fuertemente presurizada y acoplada a su cuerpo para protegerla de golpes y traumatismos graves. Sabía que la atmosfera era toxica, que la gravedad planeta podía hacer daño en su organismo, pero ya nada de eso importaba. Tras quitarse el casco, y sintiendo la euforia inicial de su cerebro al respirar el peligroso aire, se metió en el agua, rica en amoniaco, que empezó a irritar su piel, a quemarla. A pesar del dolor, ella se dejó llevar por la belleza que le rodeaba. Fue arrastrada por la calmada corriente, hasta estar muy cerca de las criaturas. Estas al verla, no huyeron, sino que se acercaron, curiosas, queriendo saber quién era el extraño ser que les acompañaba en su reproductiva danza. Vio como la rodeaban, como levemente se acercaban, como queriendo tocarla con sus puntiagudas cabezas. Llegado un punto, acercó su mano a uno de los seres y lo acarició. Su piel era suave, blanda. Le gustaba.

Flotaba sobra aquellas calmadas aguas. Rodeada de aquellos bellos seres, dejó que su mente olvidase todo. Se encontraba en armonía en mitad del caos, y solo quería olvidar.


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