ASESINATOS EN EL BOSQUE

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El silencio reconfortante al interior de la comisaria se vioabruptamente interrumpido por un golpe fuerte en la puerta de entrada al establecimiento, un golpe invasivo que despertó al oficial de turno, el cual reposaba serenamente en la silla del cuarto de recepción con los pies llenos de fango sobre el escritorio y una revista erótica del siglo pasado sobre su cara.


Unos gritos con carácter de comunicación pero incomprensibles, dibujaban el horror impaciente del que se encontraba al otro lado de la puerta grande de madera, dando como resultado el salto de la silla y el correr del oficial Felipe hacia la entrada. Presuroso en su andar abrió la puerta cuidadosamente para conocer sereno quien era el atormentado visitante.


Al abrir se encontró, con un rostro manchado por el maquillaje negro, escurrido por la lluvia, las lagrimas y el manoseo contante de las manos, debajo de toda esa pintura bastamente esparcida se encontraba acuartelada la vieja ermitaña como todos la conocían o doña Flor como era más prudente llamarla con su presencia de frente.


-¿Qué ocurre mi señora? Pregunto el oficial Felipe, disimulando el pánico que le producía el maquillaje de la señora en su abrupto despertar.
-¡mi hijo a desaparecido!, en la tarde salió a pasear con el perro, son las nueve de la noche y no ha llegado a casa-, entre llantos y alaridos contesto presurosa la señora de la máscara en el rostro.

 

 


-probablemente su hijo se encuentra en la casa de un amigo, ignorante de la incertidumbre que posee a su madre en estos momentos- argumentó el comisario, con el fin de mostrar posibilidades al no retorno del joven.

- ¡No! Es imposible, en el bosque no conocemos a nadie, nadie existe cercano a nosotros, convivimos con lobos y otras bestias salvajes que no pretenden dar su existencia para la compañía amistosa de los otros que viven allí-, sustentó molesta doña Flor ante el desconocimiento del comisario sobre los bosques de aquella zona.


- Doña Flor. Llamare a cuatro compañeros de labor y alistare los equipos de búsqueda, para iniciar el encuentro con su hijo- gritaba Felipe  mientras se adentraba en la comisaria en búsqueda del radio teléfono.

-manténgame informada de los avances y percances, se lo ruego-, solicitó con una voz entrecortada la señora Flor, mientras desaparecía bajo la tenue lluvia que se asemejaba a la caída de un telón al finalizar una modesta obra de jardín.


Allí estaban los cuatro hombres parados en una colina que daba la bienvenida al tenebroso bosque, adornado de matices oscuros y sonidos desconocidos que lograrían despelucar e inquietar al hombre más lampiño y sin emociones nacido en cualquier tierra cercana o lejana a esta.


Adornados con sus equipos de búsqueda los cuales no eran más que una linterna pegada con una cinta sobre un casco de obrero. Cada uno llevaba el retrato del joven y la idea del perro en sus bolsillos, un frio tenue se enroscaba por sus piernas y subía hasta su cabeza haciendo mella en la parte trasera de sus cuellos y un miedo penetrante que se ocultaba eficazmente en la oscuridad, ocultándolo orgullosamente de sus compañeros. Los cuatro en conclusión temblaban de frio y de miedo.


De izquierda a derecha estaban. Diego. Un joven de 23 años recién llegado al pueblo (4 días), alto de cabello claro, ojos oscuros y un pasado desconocido para todo el mundo, debido a que nunca respondía  las preguntas que tuviesen que resaltar o describir su biografía.


Le seguía Hernán. Un hombre huraño por su pasado de guerra y su presente de insomnios y recuerdos bélicos (había llegado a su labor hace cuatro meses), Mediano, de cabello y ojos oscuros y un mirar penetrante que hacia desviar la mirada a los otros tres, cuando esté se paraba fijo sobre sus existencias.


El siguiente era Felipe (desempeñaba su labor has 3 años). Un hombre moreno de cabellos cortos y ojos saltones, melancólico en su pensar y el mas ensimismado de los cuatro, con un pasado humedecido por el fracaso. Hombre académico que nunca encontró el puesto indicado para sus requerimientos, por lo que le toco falsificar papeles, vestirse de policía y huir desenfrenadamente a un pueblo repleto de analfabetos y necesitado de un lambiscón que solucionara sus estúpidos problemas.


El último era Nicolás (policía hace 1 año), de pelo rizado y ojos oscuros, un hombre abatido por las enfermedades y los rastros de su vida tras las botellas de alcohol. El más alegre de los cuatro, con un pasado lleno de triunfos se retiro agotado, huyendo de estudiantes, publicaciones y otras demandas  de la sociedad en busca de un prototipo; El cual él no era.  Su trabajo ahora le encantaba, pasear por el pueblo, mofarse de su placa y acompañar a las sensuales viudas a sus casas, en busca de un café, un vino y una piernas abiertas deseosas de un semental policial, como fetiche codiciado en sus largos años de sequia sexual.

Felipe con voz tenue, ordenó a sus tres compañeros que se dispersaran por el bosque y tuviesen el punto de partida como punto de encuentro, llegada o lo que fuera, que cualquier cosa que pasara o si encontraban al pequeño errante, lo comunicaran por el radio para volver presurosos y dar fin a tan deprimente misión. Los tres hombres asintieron con el subir y bajar de la linterna en sus cabezas.


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