ELLA

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Allí estaba ella, la chica a la que siempre todos marginaban. Aquella que se diferenciaba de cualquiera y que nadie quería parecerse, aquella que se ponía los auriculares en sus oídos para no escuchar los cuchicheos de los demás sobre ella, aunque sabía todo lo que se hablaba y rumoreaba de su persona. Era una chica que le daba igual si el chico gracioso de clase le gastaba una broma para reírse de ella o si los demás la miraban raro por quien era. Ella era Irene.

Irene era una chica que quedó huérfana a los cinco años, perdiendo a sus padres en un accidente de tráfico del que murieron nueve personas más que se vieron involucradas involuntariamente en ese accidente. A partir de ese día, su vida cambió por completo y sin entender lo que estaba sucediendo aquellos días, fue trasladada al orfanato de su ciudad. 

Comenzó a ir a la escuela a los seis años, como los demás niños. Por aquellos tiempos, ya se había dado cuenta de la situación. Estaba muy triste y los demás niños la veían llorar en el descanso de las clases y muchos se burlaban de ella sin saber el motivo de esas lágrimas. La apodaron como 'La llorona' y eso hizo que esta pobre niña llorara más y más. Creció solitaria y sin amigos. Con los años fue aprendiendo y dejó de llorar por las burlas de los demás. 

Al entrar a secundaria, cambió de escuela con la ayuda de sus tutores del orfanato para intentar relacionarse con gente nueva y así no sufrir los abusos recibidos durante todo este tiempo. Todo esto, la entusiasmó para seguir adelante e intentar olvidarse de lo sucedido. Comenzó con buen pie y se socializó fácilmente con los demás a pesar de todo.

Pasaron los días y a Irene se le veía feliz, hasta que un día, sus compañeros se enteraron de que era huérfana. Comenzaron a distanciarse de ella y cada vez le hablaban menos. Irene se daba cuenta y ella también se alejaba de ellos porque veía que no era bienvenida por los compañeros. Cada vez, aumentaban las burlas. Irene se acostumbró otra vez. Estaba cansada de su vida y por ello, de vez en cuando, culpaba a sus padres por haber tenido aquel accidente. Más tarde, cuando volvía en sí, se arrepentía y pedía perdón en su interior.

Un día coincidimos en una clase que teníamos que asistir obligatoriamente los dos aunque no fuéramos de la misma clase. Nos sentamos juntos y ella se quedó callada, hasta que yo rompí el silencio. Al principio contestaba a mis preguntas con miedo pero con el tiempo vio algo diferente en mí y se sinceró conmigo, algo que me alegró. Ambos teníamos 17 años y muchas cosas en común. Casi todos los días, al acabar las clases, íbamos a pasear por nuestra ciudad hasta que ambos nos cansábamos.

Yo aún no había presenciado ningún tipo de abuso sobre ella. Probablemente porque los causantes de aquellas burlas no se atrevían a hacer nada cuando la veían con alguien y que pudiera defenderla de los demás. Un día al acabar las clases, fui a por Irene y vi como sus compañeros le gastaban bromas. Sin pensármelos dos veces, actué y alguno que otro suplicó que no hiciera nada. Finalmente, salimos de la escuela hablando de lo sucedido. Yo me sentía orgulloso por defenderla y ella me lo agradecía aunque me decía que no tenía que haber hecho eso. Me daba igual, había 'salvado' a Irene.


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