Gambito de Reina, 1/2

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I. Reporte de gastos

-"La primera oficina del segundo piso, pero no te preocupes ella existe solo cuando algo no es claro en los reportes de gastos”.
Eso dijo mi nuevo jefe. Esbelta, bajita, de treinta y tantos, oscuro cabello negro escrupulosamente recogido hacia tras en una trenza finamente tejida, sobria en un trajecito oscuro, blusa blanca y tacones de altura media. En el barrio industrial ella era la típica oficinista, salvo por sus grandes ojos negros.
A poco fui descubriendo que no tenía muy buen humor ni buenas relaciones. Siempre ocupada, su jefa la acusaba de trabajar ordenado pero lento. Ese era el origen de su permanente presión.
Para sus compañeros inmediatos era antipática, para los demás: insípida.
Por poco tiempo, así lo fue para mí, hasta que empecé a verla con detenimiento. Siempre silenciosa, concentrada, en su escritorio, en su indiferente rostro marcado por un armazón negro, sus labios delgados solían contraerse constantemente.

II. Descuido y precisión


Fue la segunda vez que la traté, frente a su escritorio que noté algo especial, sorprendente.
En contraste con su personalidad introvertida, descubrí que tres botones de su blusa estaban desabrochados, revelando bordes de encaje combados por excelentísimas curvas.
Regularmente su conservador corte de ropa ocultaba esos detalles "interesantes", por lo que pensé que se trataba de un afortunado descuido, así que temiendo no se repitiese, y olvidándome de la prudencia y el decoro, decidí solazarme contemplando los encantos de su privacidad severamente comprometida en aquella postal en sepia luciendo sus excelentes senos, procurando al mismo tiempo la tarea casi imposible de no ser notado, algo que al parecer logré.
Tras varios hallazgos descubrí que ella acostumbraba "liberarse" de la opresión de la blusa mientras trabajaba absolutamente concentrada en el escritorio, para beneplácito de mi entrenado gusto.

III. Cazador cazado

Algunas ocasiones llegué a ser sorprendido contemplándola cuando repentinamente llegó a levantar el rostro manteniendo su mirada indiferente y casi inocente para después regresarla rápidamente al trabajo en la superficie del escritorio sin cambiar de expresión o hacer comentario alguno. Avergonzado me escurría en veloz fuga a mi oficina.
A pesar de las costumbres y estupendas curvas de la contadora nunca escuché a nadie hacer referencia de ellas, y en cambio sí de otros sucesos de menor importancia de otras mujeres de la oficina. Temiendo la fuerte antipatía que ella arrastraba, decidí no compartir el secreto, para evitar reprobar el código, social.
Mi afición, pasó al sigue nivel un buen día que ella apareció con el cabello suelto y enfundada en una blusa roja tocada en blanco, que revelaba aún más sus generosas curvas. Al entrar luciendo así al nivel de nuestras oficinas, la contemple desde la puerta orgullosa girar la cabeza soberbia, oscilando su brillante y ondulada cabellera.
Esta afrenta intolerable me llevó a inventar la necesidad de aclarar una duda menor para sin demora pararme frete a su escritorio. Ella estaba en una llamada telefónica que aproveché muy bien. Sus labios en rojo carmín como nunca antes vi y sus ojos oscuros ocultos entre su cabello le daban un toque de misterio. Más para mí decepción su escote aún estaba totalmente abotonado, tal vez era demasiado temprano.
Mi pregunta: ¿Como una mujer de este calibre pasaba desapercibida, en una oficina repleta de lobos?. Respuesta: amargada de trato imposible.
El día inmediato llegó en pantalones de lana ceñidos a las caderas, ¡Oh, sí!: pequeñas, enhiestas redonditas, lo que nunca antes pude notar.
Para estabilidad de mi propia seguridad los siguientes días regresó a vestir conservadoramente como le era habitual, pero mantuvo el cabello suelto y el maquillaje.
No pudiendo evitarlo más, un día le mencioné lo bien que le quedaba su nuevo peinado. Recibí parcas gracias, sin que levantase el rostro del escritorio por respuesta.
En venganza a su respuesta olímpicamente indiferente, no le volví a dirigía la palabra pero silenciosamente como siempre, la devoraba con la mirada.
Cuan notoria y bella se había vuelto para mí, así que inconforme, no tarde en envalentonarme para invitarla a comer, a pesar de lo difícil que pudiese ser trato. Para mi sorpresa dijo que ocupada como estaba, no podría ser pronto, pero ofreció aceptar en otra ocasión y limitó el horario.
Mi interés me llevó a descubrir más de sus hábitos: Ella era siempre la primera en llegar por la mañana y se retiraba justo en el horario de salida. De vez en vez alguien la acompañaba, supe después que era su marido, mucho mayor que ella, aunque no esperaba que fuese soltera, comprobarla casada me disgustó extrañamente. Decidí conquistarla, seducirla e intentarlo se convirtió en algo vital, a pesar de ser claramente una indebida conducta en el trabajo y un callejón sin salida. Establecí algunas reglas tácticas como: evitar en lo posible tratarla en las oficinas sin una estricta razón, no hacerle extralimitar mi comentarios y me mantenerme alejado de su escritorio. Esperando la menor oportunidad para tratarla fuera del trabajo.
Un día, recordándole su promesa, la invité a comer el viernes próximo, y esperando un rechazo más, me sorprendió, ésta vez aceptó. Aquel día pasé por ella discretamente al segundo piso, a la hora acordada, pero llegué solamente hasta la puerta general, donde me la esperé discretamente, llegar hasta donde "esa" contadora era difícil de ignorar por sus compañeros.
Al verme apuradamente se levantó de su escritorio, sin tomar su saco, y aún ensimismada caminó hacia mí, y por un momento creí que cancelaria la cita. Pero mirándome fijamente y sin expresión dijo que estaba lista.


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