¿Viste esa mariposa?

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-¿Viste esa mariposa? - Me preguntó de repente.
Era uno de esos días de finales de invierno en los que el sol empezaba a perder el miedo y nos miraba con ojo casi fulminante; la brisa, de vez en cuando nos abrazaba y aliviaba nuestras sofocadas mentes. Se escuchaban los pájaros, sus sonoras melodías acompañaban el vaivén de los árboles aún desnudos, que mecían con delicadeza sus finas ramas.
-¿Qué? - dije aún medio adormilado, drogado por el olor del incipiente renacer de la naturaleza.
- Aquella mariposa. - repitió señalando con brazo pesado a ninguna parte.
Una mariposa vestida de margarita revoloteaba entre el verde de la pradera. - Fíjate. Tan frágil, tan linda y delicada, tan inesperada y libre. Besando las flores con ese gesto tan señorial. ¿Sabes qué son las mariposas? - Yo que miraba con dificultad entre los rayos de sol, me limité a cerrar ligeramente los párpados. - Son la inspiración del poeta: aparece ahí, justo delante de ti cuando no te lo esperas, pero luego, de repente, como si una ráfaga la golpeara o una helada cayera sobre ella, muere. Sin saber cuándo volverás a verla. -
La mariposa bailaba entre las briznas de hierba acariciando el viento con sus tenues alas de acuarela. Las amapolas se inclinaban en reverencia. La vida, posada en cada una de las hojas que vestían de frescor la pradera, observaba con un suspiro contenido la danza silenciosa de aquella bailarina.
Esa tarde quedé pensativo, recordando sus palabras en mi mente. Tomé la pluma y comencé a escribir. A él le encantaban mis cuentos y soñaba con poder leerlos algún día, impresos en un libro de pasta gruesa, con dibujos, alegres y coloridos dibujos.
La tarde consumió pronto su existencia y al acechar la noche, el frío empezó a penetrar por debajo de las puertas. El viento soplaba su lúgubre canción entre los huecos de las ventanas y unas lágrimas enormes comenzaron a golpear con violencia los cristales. Se acercaba una tormenta.
Lo intenté, pero no pude seguir escribiendo y una extraña inquietud se posó dentro de mí, creo que fue miedo, ese miedo que manipula las sombras con hilos invisibles.
Me asomé a la ventana y una luz fugaz me mostró como él, atravesando la oscuridad de la tormenta, corría hacia la ladera. Alarmado salí para seguirlo. Me apresuré bajo la cortina de agua gritando su nombre pero no encontré respuesta, sólo el aullido del viento. Me desplacé con dificultad entre la espesura de aquel temporal hasta que tropecé con algo pesado que yacía en el barro. Un relámpago fugitivo me dejó ver su figura, delineada en un perfecto trazo por el resplandor celestial. Él estaba allí, en el suelo, empapado y frío. Alcé su cabeza y busqué sus ojos, negros como la oscuridad que nos rodeaba, que me miraron por última vez. El cielo agonizante gritaba sobre nosotros y antes de despedirse para siempre, él, ahogado por una soga de impotencia, susurró: - Lo siento amigo, buscaba la mariposa, pero no pude evitar que la tempestad la deshiciera.-


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