Alcoholizado por la avenida Obregon. (2da. parte).

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       “Cien pesos es lo que tengo y no más.”

       “Está bien, sube, te llevaré, pero me das la cachucha.”                  

       “Si la quieres ten, ya conseguiré otra.”

       El taxista parecía un tipo amable. Yo estaba tan mareado que no lo mire tanto. Solo permanecía con mi vista hacia la carretera que alumbrada por esa luz tenue de los faroles me daba una impresión de que el taxista me llevaba hacia algún rincón desconocido de la ciudad. Al pasar por una gasolinera dio la vuelta y subiendo la pendiente se colocó en posición para cargar combustible.

       Mientras se pompeaba el gas sentía como si el tiempo había tomado un descanso y el susurro del motor desdoblaba en mí una sábana que me arrullaba; pero mi conciencia me indicaba que necesitaba permanecer con los ojos abiertos; así que no cedí al sueño esta vez.

       Al salir de la gasolinera retomó la avenida Sexta. De repente empezó la sirena tan escandalosa, sentí como mis reflejos cobraron vida. Al acercaros más miré que varias camionetas del ejercito rodeaban el perímetro de el antro nocturno “Wild West”; los soldados con sus ametralladoras daban la impresión de que había alguna disputa; así que tuvimos que tomar una ruta alternativa.

       Estos sucesos eran ya comunes en la ciudad y la gente sabe lo que se tiene que hacer en circunstancias de tal peligro. El taxista manejaba con una velocidad atrevida y el aire que mi cara recibía golpeaba e inflaba mis cachetes. El aire produjo[U1] una náusea tan crónica que nuevamente tuve que despedir más fluido de mi estómago tan agitado. El viento cambiaba el trayecto del líquido, aunque el taxista no se percataba de ello todo el fluido quedaba rociado en el vidrio de la ventana trasera. Solamente sonreía en mi interior al ver el desorden que mi embriaguez ocasionaba.

       La noche había entregado a mi experiencia un nuevo concepto de embriaguez. Al retomar la carretera sexta, que desde el cruzar del periférico empieza el tramo de carretera que se llama La Carretera Victoria, que por su nombre revela el destino del ese trayecto.

       Al tornarse el semáforo en verde proseguimos en medio de la iluminación de esa avenida y los negocios aunque en su mayoría a esa hora de la madrugada se hallaban cerrados. Por el edificio del mundo nuevo había otro retén del ejército. Al llegar al punto de inspección el soldado presente se acercó y con una mirada dominante se presento y pregunto al taxista algunas preguntas breves. Al mirar a ese soldado pude ver el rigoroso entrenamiento al que son sometidos. Su muscular cuerpo figuraba en el una confianza de si mismo de la cual muchos envidiarían. Al no parecer sospechosos nos dieron luz verde y proseguimos.

        Yo residía en un complejo de apartamentos en el kilometro 6 de esa carretera, al lado de la cafetería “El Padrino”. Aunque un poco metidos hacia dentro, el edificio de dos pisos sobresaltaba de los de alrededor. Enseguida de el edificio la cafetería estaba oscuras en el momento que bajé del taxi; sin ni siquiera despedirme del chofer.

       Al dirigirme hacia el edificio eché un vistazo al interior de la cafetería. Sentí como si algo captara mi visión. Vi como si alguna persona estuviera adentro tratando de levantar algo tirado en el piso; pero cuando redoblé la vista no vi nada más y al parecer estaba un poco embrollado; así que continué hacia mi apartamento, que era el último hacia atrás en el segundo piso.

       Al llegar a la puerta del apartamento saqué la llave tan instantáneamente que al ésta rozar el borde de la bolsa de mi pantalón se trabó y le perdí el pellizque. Solo escuché cuando calló al suelo, pero no vi donde. La busqué y busqué un rato hasta que con un enojo bestial interno me hizo sentarme en la silla replegable con una desesperación y enojo por no poder entrar a mi casa.

       Estaba tan enfadado y aún medio chispo, con la cabeza inclinada y el sudor en mis manos tan desagradable que me hacia anhelar un baño. Un frio baño antes de tirarme en cama y olvidarme de todo. La llave perdida y la oscuridad que no ayudaba en lo absoluto. Tomé un hondo respiro y cerré los ojos…..al abrirlos y con mi vista fija en la punta de mi zapato miré el reflejo y resplandor de la llave en el suelo. Con desenfado la levanté y enseguida abrí la puerta, pero al tratar de prender la luz no había corriente; así que con mi celular prendido y con torpezas logré quitarme la ropa tan empapada de sudor.

       La fría agua recorriendo mi cuerpo me hacía sentir tan limpio. Mis respiraciones tan enteras me ayudaron a recobrar el equilibrio que con la tomada había perdido. El baño duró alrededor de treinta minutos. Al salir seco y listo para entrar a mi cama me percate que la puerta estaba abierta y cauteloso traté de mirar en la oscuridad, pero solo se escuchaban ruidos de pasos rápidos retirándose. Al parecer el viento había sido el asaltante. La noche había sido tan enigmática aquella vez. Cuando cerré la puerta eche un último vistazo a la madrugada y el chillido del viento azotando materias y cuerpos como si dando un baño a las superficies para que al la mañana siguiente se presentasen nuevos a la vida. En menos de cinco minutos mi respirar me llevó al olvido en mi oscuro cuarto, y con mi cabeza aplastando la almohada logre concebir el sueño.

 [U1]El aire pompeado al estomago produce vomitar si andas borracho.


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