La pérdida. PARTE II

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Sola, así me siento, lo único que me queda de Simón en este mundo es nuestra hija, Ana, tiene tres años que cumplió en mayo, empezará el colegio en septiembre. Es una niña dulce, bastante callada, no parece triste solo expectante, esperando algo que quizá sea la vuelta de su padre y la normalidad de su madre.

Sus ojos del mismo azul que Simón, me miran desde la puerta, por donde asoma la cabecita de vez en cuando sin decir nada, durante un rato largo se queda allí manteniendo la vista fija donde yo estoy. Pero me siento tan débil, tan triste, que no puedo llamarla, ni pronunciar su nombre, por miedo a que me pida que me levante y vaya con ella. Sé que siente soledad, su padre y yo solíamos jugar mucho con ella y ahora tiene que jugar sola, aunque realmente no sé si juega, porque no me interesa, porque ahora ya no somos los tres mosqueteros, ahora está incompleto el grupo y como en el juego del mus, no se pueden jugar sólo dos jugadores, no tiene sentido, ya no es divertido, o por lo menos no lo tiene para mi. Me gustaría llamarla y que se acurrucara conmigo en la cama y nos consoláramos juntas, pero apenas habla correctamente, expresa sus emociones con el llanto y las risas, todavía no es adulta y no entiende como me siento, no puede ayudarme, ni yo tampoco a ella.

 Intentaré que se acuerde de su padre siempre, aunque sé con seguridad que sólo las fotos y mis palabras harán que tenga alguna imagen de Simón, es demasiado pequeña para tener recuerdos de esta edad, o es qué alguien recuerda cosas de antes de los cinco años, sino es por fotos o historias que te cuentan tus padres o mayores.

Este verano para ella no tendrá ningún significado, pero yo lo recordaré el resto de mi vida, siempre estará presente ese 4 de julio, un día negro que me arrancó a mi amor, al hombre que compartía mis alegrías y mis penas, mi compañero de viaje, viaje que ya no puedo continuar, porque no tengo energía para seguir.

Las lágrimas vuelven a aflorar a mis ojos, me doy cuenta de ello cuando siento como una de ellas resbala por mi mejilla hasta llegar a mi boca y siento la humedad en mis labios resecos. Otra noche en vela, sin poder dormir, tan sólo durante las dos o tres primeras horas de la noche descanso, drogada con ansiolíticos que merman mi capacidad mental y me hacen estar en una nube, sucumbiendo en los brazos de Morfeo.

Sé que ha amanecido porque escucho ruidos en la casa, empieza el día con los movimientos de las personas que viven conmigo, oigo voces, como susurros, sin comprender lo que dicen. Siento unos pasos por el pasillo que se dirigen hacia mí habitación y que se van haciendo más cercanos.

 

-         Alex, no puedes seguir tumbada aquí todo el día. Esto tiene que acabar ya de una vez. –dice mi madre entrando en mi habitación como un huracán, mientras sube la persiana para que la luz pueda entrar.-

 

Hace mucho calor, me siento sudada y sucia, aunque es verano no abro la ventana, ni para ventilar y hay cierta acumulación de olores corporales que invaden la habitación haciendo que el ambiente esté enrarecido y pestilente, mi madre no lo comenta, pero lo intuyo por su expresión en la cara, como arrugando la nariz.

 

-         No puedo mamá, déjame por favor. –suplico a la vez que me limpio las lágrimas con el dorso de la mano.-

-         Hija, tienes que levantarte, tu vida continúa, es muy triste que Simón haya muerto, pero tienes una hija y es tu obligación seguir adelante, hazlo por ella, seguro que a Simón no le gustaría tu actitud. –su tono es cariñoso, pero sus palabras no hacen efecto en mí.-

-         Todavía es pronto, no me siento fuerte para levantarme. –le contesto.-

-         Simón murió hace un mes, cariño, tu padre y yo hemos permitido que lloraras su pérdida, que llevaras tu luto suficiente tiempo, es hora de continuar con tu vida. Haz un esfuerzo, se que cuesta, pero es necesario, no comes, ni tampoco duermes, siempre estás aquí tumbada, has dejado de atender a la niña. Ana es muy pequeña, nota vuestra ausencia, parece que no sólo ha perdido a su padre, sino que también a su madre. –se que tiene razón pero no tengo fuerzas para levantarme.-

-         Tú no sabes lo que se siente, mamá. No has perdido a tu marido. –le grito desconsolada.-

-         Es cierto Alejandra, no puedo sentir lo que tú sientes, pero sé que es necesario continuar, debes hacerlo por Ana. –su voz se quiebra, noto su tristeza en cada una de las palabras que pronuncia.-

 

Sale de la habitación dejándome sola, en mi cabeza dejan eco sus palabras y me hacen pensar. Tengo 28 años, soy muy joven para ser viuda, pero tengo una hija por la que tengo que luchar, es el motor de mi vida, que ahora tengo parado y tengo que poner en marcha ya. Sigo enfadada con Simón por dejarme sola, pero no ha sido culpa suya, estoy segura que no quería morir en aquel terrible accidente, no buscaba eso, tan sólo volvía de trabajar, como todos los días y sucedió, simplemente aquel hombre que conducía borracho se cruzó en su camino y truncó nuestras vidas, sobre todo la suya. Soy egoísta, tengo que reconocer que él ha perdido la vida y yo no, yo seguiré aquí disfrutando de nuestra hija y él ya no podrá. Además su cuerpo se desintegró entre las llamas y no pude verlo muerto, su recuerdo es limpio, no tengo imágenes de su piel corrupta y herida. Aquel camión contenía gases muy inflamables y su muerte fue instantánea en la explosión, no tuvo tiempo para sufrir. O eso es lo que me dijo la policía para consolarme un poco.


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