La pérdida. PARTE III

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Recuerdo aquel día, 4 de julio, martes, como cualquier otro martes de mi vida con Simón, nos levantamos con la hora pegada, la noche anterior habíamos visto una película y nos habíamos acostado tarde, estábamos cansados, ni si quiera hicimos el amor, cuando sonó el despertador del móvil lo apagó y fue Ana quién vino a nuestro dormitorio pidiendo su desayuno. Mientras yo preparé el café para ambos y le di el vaso de leche a Ana, Simón se duchó rápido y salió de casa sin tomar nada, con prisas, dándome un beso en los labios, que ahora recuerdo precipitado y escaso. Me vestí sin si quiera ducharme y preparé a la niña para llevarla a la guardería y luego ir al trabajo. En el coche de camino al trabajo, recordé que había olvidado algo para el almuerzo y que tendría que salir de la oficina a comer algo, llevo poco tiempo en la empresa y todavía no tengo confianza para comer con nadie, así que me puse de mal humor por tener que comer sola en algún restaurante.

El día transcurrió con normalidad, en la oficina todo fue bien, seguía aprendiendo a hacer las dichosas tablas de excell para numerar los productos fabricados, pero estaba empeñada en trabajar allí, era muy cómodo el horario, salía a las cinco de la tarde y me daba tiempo a recoger a Ana de la guardería. Incluso me daba tiempo a pasar por casa de mis padres para hacer una visita exprés con la niña para que la viera mi madre, y de paso si estaba preparando algo para la cena, llevármelo para ahorrarme tener que cocinar esa noche. Aquel día preparaba berenjenas rellenas de carne para hacer al horno. Me pareció buena idea llevarme dos para Simón y para mí, pero como iba a tardar un rato en prepararlo, nos quedamos y así merendó Ana una pieza de fruta y un yogur, que mi madre le dio encantada. Sobre las siete y algo, no recuerdo bien la hora exacta, comenzó a sonar mi móvil, dejé a la niña con su abuela en la cocina y fui hacia mi bolso, que estaba en la entrada. Pensé que podía ser Simón y me alegré.

 

-         ¿La Señora Llofriu?. –preguntó una voz masculina bastante seria.-

-         Sí, soy yo. – dije un tanto preocupada.-

-         Siento tener que darle la noticia por teléfono, pero su marido ha sufrido un grave accidente de coche. –mi preocupación fue en aumento.-

-         ¿Está bien mi marido?, ¿Dónde está, en el hospital?. – pregunté con ansiedad.-

-         Lo lamento, su marido ha muerto, estamos en el Hospital de La Piedad, ¿Sabe dónde es?. –me preguntó como si acabara de quedar conmigo, con seriedad pero muy normal.-

 

En aquel momento, mi cabeza dio vueltas, grité desgarrándome por dentro, las lagrimas comenzaron a agolparse en mis ojos, mi mirada emborronada por el llanto me dejó vislumbrar a mi madre acercándose a mí con cara de susto y entonces separé el teléfono de mi oreja y se lo entregué sin pronunciar palabra.

           A partir de ese día ya no he vuelto a ser la misma, aquel “¿Sabe donde es?”, marcó mi vida, mi camino, mi familia, mi futuro, rompiendo mis esquemas mentales.

Desde entonces no tengo recuerdos del tiempo que ha transcurrido, siempre en duermevela, empastillada hasta las orejas, sin ganas de hacer nada que no sea dormitar en la pequeña habitación de mi infancia en casa de mis padres. Porque no pude volver a mi casa, nuestra casa, la de Simón y mía, aquella que compramos con tanta ilusión en una urbanización con piscina, gimnasio, pistas de tenis y un sinfín de comodidades para parejas jóvenes con niños. Mi padre se encargó de traernos la ropa y cosas necesarias para poder vivir en su casa, a Ana y a mí. Mi madre no se separó de mí ni un segundo, hasta ha aprendido a comprar por internet. No quiere dejarme sola, sabe que soy capaz de hacer alguna tontería.

Voy al psicólogo, es una chica joven muy agradable, que me hace sentir bien durante ese rato, sin darme soluciones, pero calmando mi alma. Hace poco tiempo, tan solo un mes, todavía es pronto para poder encontrarme mejor, o eso es lo que ella me cuenta, que tenga paciencia que el tiempo lo cura todo. Puede ser cierto, pero yo todavía me siento mal. Dice que soy muy joven que seguramente vuelva a la normalidad en unos años y reharé mi vida, pero eso lo veo imposible, no existe nadie como Simón.

No hay nadie que pueda sustituirlo, no quiero sustituirlo además, quiero que vuelva, quiero verlo de nuevo, sentirlo, aunque esté enfadada con él por dejarme aquí, sola.

La vida me ha traicionado, he sido buena persona siempre, he pagado mis impuestos, sin trampas, he donado dinero a los más necesitados, he ayudado a mis amigos a superar crisis, nunca he hecho el mal a nadie, ni siquiera a los animales; ¿Y qué me da la vida?, un revés del que no soy capaz de salir.


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