¿Y si fuera posible?

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    Aquí estoy de nuevo como cada jueves bebiéndome la vida en cubalibres en este miserable bar. Algunos en los dardos, entre el humo de sus cigarros, intentan atinar a la diana. Otros se gritan en la barra por los resultados del mundial. Y por último, los más desinhibidos bailan en el centro poseídos por el momento y algún que otro excitante de la tapa del retrete.


    Miro como contonean sus cuerpos, sobre todo ellas, al ritmo de la música. En concreto a Laura, una chica de veinte años que viene desde hace unas semanas. ¡Cómo consigue evadirse por unos instantes de la realidad! Me encanta. ¡Cómo seduce a las personas, descaradas como yo, que sólo la miran buscando alimentar sus más básicos deseos! Es un ángel de pelo negro y unos enormes ojos violeta que jamás se fijaría en alguien como yo. 


    No me lo puedo creer. Me ha mirado. He apartado mis ojos de ella y estoy mirando mi copa. ¿Cómo es posible que se haya fijado en mi? Mis manos empiezan a temblar y un escalofrío me recorre el cuerpo. Vuelvo a mirar, timidamente, para comprobar si me sigue mirando pero ya está otra vez bailando, sensualmente, con una amiga.


    No puedo pasarme todas las semanas esperando este día para verla bailar unas horas. No puedo continuar emborrachándome buscando el momento adecuado para hablarla, para decirla quizás algo tan típico y estúpido como “Hola, ¿qué tal? ¿Eres nueva? Te llevo viendo unas semanas por aquí y me pareces muy interesante” porque da miedo que alguien como yo te diga algo así. No puedo pensar que tengo la posibilidad de tener lo que el resto porque no es así. No debo hacerme ilusiones de poder formar parte de su vida, de tocarla y besarla; de conocer sus sueños y sus miedos; de estar con ella cuando se siente sola y perdida como me siento yo ahora; y de compartir todo con ella y construir algo enorme a su lado.  


    ¿Por qué para de bailar? Viene hacia mi, ¿qué hago? Mi corazón va a estallar. La miro fijamente mientras se aproxima. Su caminar es imponente y sus piernas preciosas. Mientras camina, se sacude el pelo con ambas manos y me vuelve a mirar. Me sonríe.


    Estoy a punto de sufrir un infarto. ¿Y si viene a hablar conmigo? ¿Qué le digo? ¿Y si está ofendida por mirarla tanto durante tantos días? ¿Y si viene a pedirme que la deje en paz porque se ha dado cuenta que sólo voy cuando ella está? ¿Qué hago? Seguro que piensa que soy un bicho raro. Entonces, ¿por qué me sonríe? ¿Y si sí se ha fijado en mi? ¿Habré despertado su curiosidad? ¿Habrá notado que es ella lo que más he deseado estas últimas semanas? ¿Sentirá, quizás, ella también algo por mi? ¿Y si le gusto y esta buscando mi atención? ¿Y si estas últimas semanas a bailado para mi? ¿Y si sí me va a corresponder? ¿Y si fuera posible?


    Ya esta delante de mi. Me retira el cabello de la oreja y me dice: “Hola, ¿qué tal? ¿Eres nueva? Te llevo viendo unas semanas por aquí y me pareces muy interesante”.


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