Bayas I

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Sólo dos minutos hicieron falta para que me corriera. No sé si era un mal día o la falta de costumbre. Lo que sí sé es que me recorrió todo el cuerpo una sensación de satisfacción inmerecida. Noté como mi cara adoptaba una expresión de pena y culpa.

-Ha estado bien -respondió ella- no te preocupes -seguramente esa sería su respuesta ante la expresión que aún mantenía.
-No sé qué me pasa -empezaba a autojuzgarme- ¿recuerdas el sexo de antes?
-Claro que lo recuerdo - ella se enderezó en la cama y se deshizo su larga coleta rubia- pero este no es tan malo, de veras, no te preocupes, yo me he quedado bien.

Ni siquiera respondí, sólo me levanté y fuí directo a la ducha sin mirarla a la cara. Me dijo algo a lo que no preste atención, pero por su tono de voz supuse que sería algo para aliviarme, así que, sin mirarla a la cara aún, sólo le ofrecí una sonrisa como recompensa No conseguía entender cómo seguía acostándose conmigo. Era ese tipo de chicas buenas, guapas y altas que lo tenían todo solucionado. Papá tenía dinero, mamá también tenía dinero, y los abuelos eran los que habían amasado aquellas cantidades ingentes de dinero. Estaba terminando la carrera, aún hoy día no sé cuál.

Entré al baño dejando la puerta abierta,. Me gustaba saber que ella estaba fuera y podía verme. Sentía una desnudez y desprotección que me hacía sentir bien. Abrí el grifo de la bañera y me senté dentro sin esperar a que se llenase. Me gustaba estar dentro mientras ocurría, más aún después del sexo.

Había conocido a Elena una mañana en la playa. Vino con un grupo de amigas de las cuales yo ya conocía a tres y había follado con otra. Recuerdo haberla mirado durante bastante tiempo. Recuerdo haberme descolgado en sus caderas. Quise parar el tiempo para acercarme y posar mi palma entera sobre su vientre, tenía la casi enfermiza necesidad de besar aquel ombligo.

Oí el ruido de los muelles del colchón cuando Elena se levantó de la cama. Lo más seguro es que quisiera irse después del nefasto sexo que le había dado. Silencio. Cuando me atreví a mirar a través del marco de la puerta la ví. Absoluta. Entera. Completa. Desnuda. La luz de la bombilla del baño la bañaba como bañan los rayos de Sol el mar por las mañanas y por las tardes, con delicadeza. Sus pezones eran maravillosos, te incitaban con su forma y su textura a metértelos en la boca, a juguetear con ellos como un niño juega con un oso de goma. Su piel era quizás demasiado blanca para una chica de Canarias. Puede que tuviera raíces nórdicas. Sea como fuere me mataban sus curvas. Me mataban sus pecas. Me mataban sus tetas. Esas putas tetas. No me las despegaría jamás de la cara.


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