Adoradora del semen

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Llegué a Maia por recomendación, buscaba una buena reflexóloga y una amiga me dio sus datos. Ya en la primera sesión en su consultorio con decoración zen, hubo cierta química entre nosotros. Sus masajes en mis pies tocaban algo más que puntos sensibles para la armonía física y espiritual. Una tarde la invité a salir y entonces comenzó un idilio en donde el placer era el centro.

Maia tenía una afición particular. Adoraba verme eyacular. Para ella era un espectáculo excitante hasta el extremo observar muy de cerca el momento en que de la punta de mi pene brotaba el líquido perlado, espeso y aromático. Por eso le gustaba untarse las manos en aceite para luego aplicármelo a mí, dejando mi verga brillante y lubricada, para que sus manos pudieran jugar mejor con ella. Yo, tendido sobre la cama, ella tendida a mi lado, comenzaba a acariciar mi pene hasta erguirlo por completo. Una vez duro se dedicaba a un trabajo de aferrarlo y sobarlo que a mí me generaba una tremenda excitación. Acariciaba la cabeza, el tronco, los testículos. Sus manos suaves, con las uñas pintadas color carmín iban modelando mi deseo, hinchando y alargando mi verga en cada roce, en cada caricia, en cada mimo. A medida que se acercaba el momento, Maia aproximaba su rostro a mi pene para no perderse el momento exacto. Mirando muy de cerca mi pene exaltado de deseo, proseguía en su tarea de atraparlo con su mano y hacer un movimiento hacia arriba y hacia abajo, desde la punta hasta la base. A veces muy lentamente, a veces más rápido. Y yo suspirando y dejándome llevar. Sintiendo millones de burbujas en los testículos, en la entrepierna, gozando el roce de su mano, la presión de sus dedos. Hasta que ocurría. Una erupción de placer me invadía el cuerpo, mis músculos se tensaban, los dedos de las manos y de los pies se contraían, mientras sentía avanzar por el interior de mi pene el semen que de pronto saltaba ante los ojos extasiados de Maia. En sucesivos latidos rítmicos iba expulsando chorros de leche que ella recibía con delectación. Se derramaba sobre su mano, sobre mi abdomen. Era estético ver el rojo de sus uñas contrastando con el blanco de mi esperma.


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