El poder de una historia Primera Parte

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Enviado el , clasificado en Terror / miedo
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Quizá haya tardado demasiado en escribir esta historia, pero era necesario que antes dejase de lado el terror que aun me causan los eventos que ocurrieron y que solo pueden concluir como lo harán esta noche.

 

                Mi nombre, ventilado por más de un periódico meses atrás es C. Galdós, soy profesor de literatura de secundaria desde hace trece años en el mismo liceo del interior del país, en el cual sucedió parte de lo ocurrido el mes de abril, eventos conocidos por todos como “La tragedia del Acosta” donde murieron, según la policía cuatro adolescentes, cosa falsa aunque no puedo ya probarlo, pues se que también murió un profesor...

 

                Como parte del programa académico pedí a mis alumnos que crearan un cuento basándose en la obra del autor que más les gustase. Esperaba encontrarme con la consecuente marea de historias de magos y vampiros, mas cual no sería mi sorpresa al encontrar entre los trabajos una historia basada en los escritos de H.P Lovecraft, autor que aun cuando reconozco me causo gran impresión en mi juventud, creía olvidado por nuevas generaciones, por ello mi incredulidad al saber que un joven de 15 años era el responsable del cuento.

 

                La historia en si no me parecía original, pero era innegablemente bueno, tanto que a duras penas podía despegar mis ojos de él. Quizá se debía al poder descriptivo del muchacho o a mí, como lector empedernido que soy, pero cada página – de las casi treinta que tenía el cuento – me hacían entrar en el dulce letargo de la lectura cinemática, como la he oído nombrar, aquella que te permite visualizar cada escena de forma vivida hasta el punto en que tú mismo estas dentro de la obra. Se bien que Lovecraft tenía ese efecto, pero encontrarlo en un niño me parecía desconcertante, bueno, me lo pareció luego, porque en ese momento no tenía más conciencia que la que estaba dentro del libro, aterrado por las cosas que le ocurrían al protagonista.

 

                Aunque en ese momento no lo sabía, mi pequeño perro, única compañía de este solterón, salvó mi vida y seguramente mi alma de sufrir quien sabe que destino. Cuando mas absorto estaba en la lectura del cuento sentí los pequeños colmillos clavarse en mi pierna izquierda sacándome lentamente de mi estado casi vegetal. Debo haber estado unos minutos viendo el vacio antes de caer en cuenta donde estaba y en qué estado, pues mi cuerpo se hallaba cubierto de una espesa capa de sudor frio. No dormí esa noche.

 

                Supongo que debí prestar más atención a lo ocurrido, pero asumí que la causa de mi “traslado” al interior del cuento se debía a lo bien redactado que estaba aunque, cosa curiosa, no recordaba una palabra del mismo. Garabatee una nota alta en la portada (sabía que no lo había terminado, pero no me atreví a hacerlo aun cuando no sospechaba la realidad que ocultaba) y me vestí como cada día para asistir al aula.

 

                Luego de lo que fue un día rutinario de clases me prepare para entrar en la última, aquella donde estudiaba Marcos, el autor del cuento que me tuvo en vela toda la noche, y debo decir que por alguna razón yo temía ese encuentro y no hablo solo de una incomodidad, y literalmente tenia pavor a observar los ojos de ese muchacho de nuevo. Marcos se sentó como siempre al fondo de la clase, como si tuviese el propósito de no ser observado por sus compañeros algo que en los seis meses de año escolar que llevábamos había logrado, mas sin embargo ese día su presencia me resultaba casi tangible aun cuando hacia el esfuerzo para no mirar ese rincón del aula que se me hacia oscuro y vil. Llegado el momento de repartir los trabajos llame al delegado y le di el pequeño bulto esperando la consecuente salva de quejas sobre el “injusto” trato que daba a sus obras, pero no fue nada comparado con la fría mirada que lanzó Marcos sobre su cuento que guardo rápidamente en su bolso sin tener tiempo a verificar su calificación.

 

                El siguiente fue un día del todo normal, a pesar de la terrible noche que pasé, pues desperté bañado en lágrimas y sudor, despertando solo gracias a los ladridos de mi fiel amigo. Me aliviaba saber que los viernes no tendría clases con el grupo de Marcos. Sin embargo eso no evito que me aterrara verle hablar con el profesor Ramírez, uno de mis colegas al cual entregó la copia de su trabajo.

 

                El teléfono me despertó el sábado en la tarde (hora en la que pude dormir tras otra violenta noche de pesadillas que aun no recuerdo), se trataba de la directora del plantel, Ramírez se había quitado la vida…

 Continuara...

 


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