EL BAJADOR

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“EL BAJADOR”

 

Joan regresaba al hotel después de cenar en el La Abuela” con Xavi, su jefe de Barcelona, y Pedro el compañero de Alicante. Conducía el AudiA3 que había alquilado en el aeropuerto.

Estaba dándole vueltas a la conversación mantenida con ellos y, sobre todo, a las nuevas directrices marcadas por Xavi en las que salía muy beneficiado, aunque la carga de trabajo era bastante mayor. Pedro salía claramente perjudicado.

Calculó que en más o menos cinco minutos ya habría llegado al hotel y podría echarse a dormir rápidamente. Estaba cansado, ya que había tenido que madrugar mucho y pronto serían las doce de la noche. Recordó que, cuando llegó al hotel a mediodía para dejar las maletas, tuvo un pequeño percance con el montacargas del parking. Sí, la entrada del hotel en coche se hacía a través de un montacargas de medidas limitadas que te bajaba a las plantas inferiores donde podías aparcar. Recordó que el montacargas efectuó unas sacudidas bastante bruscas la luz se le apagaba y encendía repetidamente. Debido a su ligera claustrofobia, esto lo había agobiado un poco y ahora el recuerdo de la incidencia hacía que su corazón palpitara ligeramente más rápido.

Ya había llegado. Estaba justo en frente de la puerta del montacargas y con el mando a distancia facilitado por el hotel a punto de accionarlo. Al apretar el botón correspondiente oyó un ruido que indicaba el inicio de la ascensión del montacargas.

 

– Debía estar en una de los sótanos – Pensó.

 

Al poco rato la puerta se abrió muy lentamente. Todo lo relacionado con el montacargas iba muy lento. Cuando finalmente la puerta se abrió completamente inició la aproximación con su Audi, despacio y vigilando los laterales para no rayarlos.

 

- Realmente es un montacargas para coches de tamaño medio. Si hubiese alquilado otro mayor, quizá no hubiese podido entrar. Vaya mierda! – Se lamentó.

 

Una vez en el interior sacó el brazo por la ventana y pulsó el botón del sótano 3.

La puerta de la calle se empezó a cerrar, lógicamente, muy lentamente, y al cabo de unos segundo el montacargas dio su primera sacudida al iniciar el descenso.

Joan iba observando el display que indicaba las plantas a las que iba llegando y sobrepasando muy poco a poco. Cuando llegó a la –3 notó que el montacargas no se detenía, seguía descendiendo. Miró el display y marcaba que estaban en el sótano –3 pero el montacargas no paraba.

Pasado más de un minuto seguía bajando. Él notaba el descenso, pero pudo comprobar que el techo del montacargas estaba muy arriba, demasiado arriba. No era, ni mucho menos, tan alto como en esos momentos parecía. Joan dirigió la vista hacia abajo y pudo ver que lo que seguía bajando era el suelo del montacargas separado totalmente del resto, paredes y techo incluido.

Ahora su corazón sí que latía rápido y empezaba a sudar abundantemente. Pensó en bajar del coche, pero le asustó el poco espacio que disponía entre el lateral del coche y la pared del montacargas que ya no estaba ahí para protegerle. Volvió a mirar hacia arriba y el resto de la carcasa del montacargas había parado en el sótano –3. Sólo él, el coche y el suelo seguían bajando y bajando.

Finalmente se decidió a bajar del coche. Con mucho cuidado puso los pies en la plataforma del montacargas. La luz iba desvaneciéndose ya que el resto, paredes y techo, cada vez estaban más alejados de donde estaba él. Quería llamar por teléfono a la recepción del hotel pero el móvil se había quedado dentro del coche, en uno de los bolsillos de la chaqueta que había dejado en el asiento de atrás. Abrió la puerta correspondiente y se agachó a coger la chaqueta. Efectivamente, encontró el móvil en el bolsillo derecho. No tenía cobertura, pero aun así marcó el teléfono del hotel. Éste hizo señal de marcar y a los pocos segundos oyó una voz grave que contestaba:

 

-         ¿Sí?, dígame...

 

Esa voz!, esa voz le sonaba, si bien era mucho más grave de lo normal y parecía que le estaba hablando desde una enorme habitación sin muebles, con un eco espectacular.

 

-Socorro, que alguien me ayude, por favor! – Gritó Joan con una voz desgarradora y totalmente angustiada.

-         Hola Joan – Oyó al otro lado del auricular.

-         ¿Pedro?. ¿Eres tú?

-         Sí. Soy yo.

-         Cómo es posible?.. he llamado al hotel. ¿Dónde estás?

-         ¿Qué te ocurre Joan?

-         Estoy en un lío y tengo mucho miedo, pero... por favor! ¿Cómo es que has contestado tú a esta llamada?

-         ¿Tienes problemas con el montacargas? Joan...

Mientras hablaba por el móvil, el montacargas seguía su lento descenso y ahora la luz del techo se encontraba a unos cincuenta metros por encima y apenas iluminaba la estancia donde se encontraba.

Joan siguió hablando...

 – Da igual, por favor, estés donde estés ven a mi hotel y díles en recepción que el montacargas no para de bajar y que ya hace como cinco minutos que estoy descendiendo. ¡Por favor! ¡Tengo mucho miedo!.

-         Joan, te noto un tanto excitado...

-         Pedro, ¿has oído lo que te he dicho?

-         Con total nitidez. ¿Has pensado que a esa profundidad no deberías tener cobertura en el móvil?

-         Pedro, aún me estás asustando más de lo que ya estoy. ¿Cómo sabes?...

-         JA JA JA JA JA!!!!

Las carcajadas de Pedro sonaban fantasmagóricas y acabaron de aterrar a Joan.

En ese momento el suelo del montacargas empezó a inclinarse hacía adelante llegando a unos 45º, lo que provocó que, tanto Joan como el coche, se deslizaran en esa dirección y acabaran en un habitáculo sin luz donde el coche casi aplasta a Joan al caerle al lado suyo y quedando prácticamente destrozado.

Joan también sufrió algunas magulladuras, pero pudo incorporarse y mirando a su alrededor comprobó que no veía absolutamente nada. Había perdido la perpendicular del resto de la caja del montacargas con la poca luz que aún brillaba desde el techo del mismo.

A los pocos segundos, en frente suyo, apareció un pequeño resplandor de luz que se fue haciendo, progresivamente, más grande. En esa ténue luz se empezó a dibujar un rostro que Joan identificó como el de Pedro al cual pudo oir, sin necesidad del móvil. Su voz era cada vez más grave y cada palabra que pronunciaba se repetía dos o tres veces por el efecto del eco:

-          Tu pacto con Xavi era importante, definitivo para tus intereses, pero MI PACTO lo es infinitamente más. Lo siento... bien, a estas alturas no nos vamos a engañar, no lo siento en absoluto. Hasta nunca. Nadie podrá encontrarte jamás.

Lo último que Joan pudo sentir fue un calor insoportable que le fue subiendo desde los pies hasta la cabeza. Luego, el suelo del “bajador” se unió al resto de la carcasa y ascendió hasta la planta baja...

Al día siguiente, Xavi llamó a Pedro preguntándole si sabía algo de Joan, ya que llevaba llamándole toda la mañana y no contestaba. Evidentemente, Pedro le dijo que no sabía nada de él. Al colgar se le dibujó una sonrisa maligna y pensó:

-         Tranquilo Xavi, tú serás el próximo...

 

 


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