DOS PALABRAS

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El Sol despunta por detrás de la ladera como cada día, a la misma hora, con su mismo paso, sin prisa e irremediablemente sin pausa. Ilumina la casa donde cada día, cada semana, cada año de tu vida pasas con aquel que has elegido para compartir penas y alegrías, aquel que te hace reír y llorar a partes iguales. Aquel al cual un día decidiste darle tu amor incondicional y por el que matarías o morirías sin la más mínima duda.

Como cada mañana se despide de ti con un beso en la frente intentando no despertarte y un susurrado “Te quiero”, sin saber que llevas rato despierta observándolo desde el refugio de tus sábanas y antes de salir por la puerta siempre murmura dos palabras: “Siempre juntos”.

Adoras cada cosa que hace: cómo se viste, como anda de puntillas para no molestarte, como te deja preparado el desayuno, cómo te mira pensando que estas dormida y le aparece una sonrisa de felicidad  mientras lo hace.

Te levantas y con un café en la mano observas como el astro rey deambula en su lento caminar, pero hay algo que te hace sentirte inquieta, un escalofrío te ha recorrido la espalda y te sientas por un momento recobrando la respiración.

Buscas tu teléfono y rápidamente marcas el número de tu esposo, pero está fuera de cobertura o apagado.

Intentas localizarlo en el trabajo pero te dicen que todavía no ha llegado y eso te hace ponerte mucho más nerviosa todavía. Tenía que haberlo hecho hace más de una hora.

Enciendes la televisión y en las noticias de última hora informan de un grave accidente en el cual reconoces el coche de tu amado esposo.

Sin más dilación te vistes y sales corriendo para el hospital más cercano y preguntas por la habitación, pero te dicen que está en quirófano y que ya te avisarán.

 Recorres la sala de espera de un lado para otro como un tigre en una jaula, esperando noticias de la operación, ero pasa el tiempo y no obtienes ningún tipo de respuesta.

Tras tres largas e interminables horas de espera un doctor se le acerca y le comenta que la operación ha sido muy difícil y que no saben si recuperará la consciencia.

Sentada a su lado, se siente entre la espada y la pared, un nudo aprieta su pecho y siente que la vida se le va, pero no puede ni debe abandonar.

Meses son los que han pasado desde aquel fatídico día del accidente y ella sigue a su lado en el hospital día y noche, esperando que vuelva a su lado. Delgada  y casi demacrada, sólo los recuerdos le dan fuerza par continuar hacia delante.

Recuerda su sonrisa, su pelo, su característica forma de guiñarle un ojo, su complicidad, su manera de abrazarla en las noches de invierno enfrente de la chimenea, su forma de mirarla, de tocarla en las cálidas noches de verano.

Recuerda que con una sola palabra se ponía nerviosa y sonreía nerviosa cuando se acercaba y se sentaba a su lado en el sillón para ver la televisión.

Aprieta su mano con fuerza para intentar hacerle sentir su presencia en la fría habitación del hospital, pero nunca hay respuesta, sólo el sonido de las máquinas que lo mantienen vivo, es desesperante la incertidumbre.

Llegas al hospital aquella fría mañana de enero y mientras dejas las cosas en el pequeño armario de la habitación una enfermera te llama para comentarte algo. Sales al pasillo y tras diez minutos de charla regresas a su lado. Te sientas como siempre para contarle lo acaecido ese día y en ese preciso instante tu corazón da un vuelco cuando oyes salir de sus resecos labios sólo dos palabras: “Siempre juntos”.

Tus ojos se llenan de mares de lágrimas y tu boca no puede reprimir que el llanto brote de tu garganta par abrazarlo y besarlo y retenerlo en tu pecho. Todo volverá a ser como antes, todo volverá a la normalidad.

Sólo dos palabras que significaban un mundo. Dos simples palabras que pueden cambiar un mundo.


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