El Probador

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Sus manos temblorosas pasaban la aguja delicadamente entre la tela de aquella camisa y esa piel de seda, para estrechar esa cintura. Esa cintura tan fina frente a unos pechos tan generosos. La temperatura del ambiente era alta porque era un probador, pero aumentaba por el calor que emanaba del cuerpo de la costurera. Desde sus entrañas sentía un furor provocado sin querer por la modelo a la que le estrechaba la ropa.

Por debajo de la tela sus dedos tocaron la piel de la modelo y saltó una chispa. Modelo y costurera se miraron a los ojos, una sorprendida y la otra con ardor. En unos instantes la excitación cubrió a ambas mujeres. La costurera cortó suavemente el hilo y se incorporó acercándose despacio a la modelo. Sus caras casi se tocaban, sus ojos encendían la llama de aquellos cuerpos jóvenes y tiernos. La modelo cerró los ojos esperando sentir aquellos labios ávidos y como por arte de magia su deseo se cumplió. Sin rozar sus cuerpos sus labios comenzaron a devorarse tiernamente, con suavidad, pero con un hambre sexual difícil de mitigar tan sólo con esos besos. Así que comenzaron a acariciarse sobre la ropa, al principio con miedo, sin rozar apenas la piel hasta que se desató su fuego.

Ya sin ataduras mentales su ropa fue desapareciendo y sus manos y bocas fueron explorando ambos cuerpos con curiosidad y con pasión.

Su lengua recorriendo un pezón hizo que la costurera temblara, encendiendo en ella un fuego feroz que quiso recorrer el cuerpo entero de la modelo, tan cándida, tan inexperta, pero tan buena alumna. Ambas lenguas lamían despacio el cuerpo de la otra, sus dedos exploraban lugares húmedos ya por la excitación. Necesitaban estar más cómodas y se tumbaron en el diván de pruebas. Una sobre la otra, mezclando miembros de ambas. Sus bocas juntas, sus pechos rozándose, su abdomen liso, casi infantil en el caso de la modelo, su monte liso y llano, como el claro de un bosque, sin hierbas ni arbustos. Limpio y suave para una boca exigente. Así la costurera se apremió en hacer rodar su lengua casi como en una tortura por dicho claro hasta llegar al núcleo, allí redujo la velocidad y aumentó la presión haciendo vibrar de placer a la modelo. Entonces introdujo un dedo suavemente en aquella cueva húmeda y caliente provocando un orgasmo brutal en la modelo que jadeó hasta que el placer dejó de inundar su ser.

La habitación viciada por un olor a mujer fue colándose por debajo de la puerta y llenando el pasillo contiguo hasta llegar a la oficina del contable.

El pobre hombre inmerso en sus números apenas se dio cuenta cuando aquella esencia inundó su ser haciendo de él un zombi, que guiado por sus instintos primarios lo dirigió hasta aquel nido lujurioso.

Apoyó su oído para escuchar algo y su sentido se llenó gloriosamente de sonidos femeninos de placer. Titubeó un poco pero su hombría pudo con su inseguridad y giró el pomo despacio, abriendo la puerta. La tenue luz apenas le dejó distinguir bien lo que ocurría. El calor se escapaba y cerró tras de sí.

Sus pupilas se adaptaron a esa oscuridad y el asombro apareció en su cara. Aquel diván azul marino contenía los cuerpos rosados y arrebolados por el calor de dos mujeres jóvenes que disfrutaban del sexo sin tapujos, lamiendo, tocando y besando rincones que él no sabía que se pudieran siquiera tocar por el decoro. Estaban una sobre la otra pero a la inversa lamiendo no solo el sexo de cada una sino rincones más oscuros y prohibidos. Sus lenguas acariciaban todos los agujeritos y sus dedos se introducían suavemente en los sobrantes. Todos sus rincones ocupados.

Su mano fue directa a su miembro que para sorpresa de él ya estaba en disposición de sexo. Se sentía excitado y embriagado por aquella escena tan deliciosa. Desabrochó su botón y bajó la cremallera de su pantalón dejándolo caer.

Aquello provocó un ruido distinto al coro sexual de sonidos que había en aquella habitación y produjo la interrupción de aquella función. Ambas mujeres pararon de inmediato y se incorporaron tapando sus cuerpos con sus propias manos. Separadas y encogidas en lados opuestos del diván se miraron y sus ojos enfrentaron la mirada del contable.

No hubo palabras, él se acercó despacio guiado por las indicaciones de la costurera para asombro de la modelo, que continuaba sorprendida por lo que acaecía.

El pene del contable quedó a la altura de la boca de la costurera y sin dilación se lo introdujo despacio, lamiendo los testículos con la lengua. Se ayudó con la mano para separar la piel de aquel miembro rosado y dulce y saboreó aquella deliciosa esencia de hombre esta vez. Teniendo la esencia de la modelo todavía en su boca y mezclándola con la del contable, su propio sexo lanzó una punzada de placer increíble.

Entonces miró de reojo a la joven muchacha y con la mano le indicó que se uniera a ella, la modelo reticente al principio sólo se acercó a la costurera continuando con besos y mordiscos por su cuello. Sus manos cubrieron sus lindos pechos, duros por pura excitación. Pero la costurera quería que la joven probara aquel sabor a hombre y la incitó con un beso largo entre ellas que la costurera fue dirigiendo directamente hacía el miembro expectante del contable. Así consiguió que ambas se besaran y lamieran con el pene entre sus bocas.

La costurera la dejó sola chupando el néctar masculino mientras ella se concentraba en la piel de sus testículos, metiéndoselos en la boca enteros.

El hombre al verse a punto de llegar al orgasmo las apartó a ambas y les indicó que siguieran entre ellas, entonces la costurera se tumbó sobre la modelo comenzando a besarla y bajando por su cuerpo hasta llegar a su sexo de nuevo. Lamió el botón del placer e introdujo dos dedos profundamente en su hueco mojado.

La costurera estaba disponible corporalmente por su parte trasera y el contable no dudó en penetrarla hasta el fondo como un macho cubre a una hembra a cuatro patas, haciéndola emitir un sonido gutural primitivo.

El sexo de él no logró controlarse y bombeó apenas unas cuantas veces hasta sacarlo y salpicar a la costurera por todas sus nalgas con aquel líquido blanco y caliente. Ellas continuaban, le dieron tiempo a recuperar fuerzas y a comenzar a lamer a la costurera su sexo desde abajo, tumbado bajo su cuerpo. Abrazó sus caderas y chupó intensamente aquel volcán a punto de estallar.

Ambas mujeres excitadas por lenguas ávidas del néctar del amor llegaron al clímax casi al mismo tiempo.

Los cuerpos rodaron y se relajaron sobre aquel diván ahora más blanco que azul marino, dejando que aquella experiencia se enfriara en la mente de todos.


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