Dime Si Sientes Lo Mismo

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Entonces se acercó a él, y lo besó. Así de simple, así de sencillo. Puede que haya ayudado mucho que estuvieran solos en su casa. Pero ya hacía mucho tiempo desde que él se había enamorado de ella. Cada día, cada momento, cada instante, él la quería más y más. Ella reía a su lado, se veía tan feliz. Pasaban tanto tiempo junto, que era imposible que no se enamorara de sus sonrisas.

Fueron meses muy largos para él. El corazón se le acongojaba cada vez que ella lo tomaba del brazo cuando andaban juntos por la calle. Y ni hablar de cuando sus labios se acercaban a su rostro cada vez que lo saludaba. Dos besos. Un saludo para ella. Y para él, un suspiro y una sonrisa. Y aquellas veces en las que cenaban juntos. No le importaban llegar tarde a casa, ni que sus padres le riñeran. A él solo le importaban sentar se a la mesa con ella, a su lado, charlar con ella.  Hacerla reír, preguntarle cómo le había ido, escucharla. La quería tanto.

Cuánto no deseaba estar con ella, tenerla entre sus brazos, darle un beso y decirle lo mucho que la quiere. A veces la veía tan lejana, tan distante que pensaba, a veces, nunca poder alcanzarla. Pero al tenerla cerca, cuando sus manos rosaban, cuando veía sus delicados labios moverse, cuando veía esa sonrisa dibujada en su rostro, cada vez que lo abrazaba. Debía ser fuerte para vivir con eso todos los días, pero debía ser más fuerte aun para que, en momentos como esos, no declarase su amor, para evitar acercarse a ella, abrazarla o talvez incluso, robarle un beso. Se pasaba las noche enteras pensando en ella. Ella era aquella mujer que, literalmente, le quitaba el sueño.

Pensaba y pensaba. Se imaginó una y mil veces aquella escena antes de que pasara. Se imaginaba acercarse a ella, lentamente, mirarla a los ojos, y encontrar en ellos algo que tal vez le diga que ella también lo quería.

Los ojos son el espejo del alma, a veces uno dice cosas con la mirada, cosas que tal vez nunca se atrevería a decir. ¿Cosas como que?... – le pregunto él, una noche mientras caminaban regreso a casa. Ella le había tomado del brazo. Su corazón le palpitaba fuerte, debía preguntarle cualquier cosa y evitar que ella lo notara. No lo sé, sentimientos tal vez… – se soltó de su brazo, le sonrió y le dio un beso en la mejilla. Se despidió de él y entro a su casa.

Recordaba cada instante aquel momento. Y sobre todo esta noche. Había quedado en su casa por la tarde, para terminar sus deberes de fin de semestre. En casa no había nadie, más que su hermano durmiendo en la segunda planta. Ya daba las 11, decidieron preparar algo y cenar. Su madre ya había llamado, ella le dijo que dormiría hay aquella noche. Su madre accedió.  Luego de cenar, se sentaron juntos en la mesa. Ella luchaba contra el sueño, y varias veces se quedó dormida, con la cabeza apoyada sobre los brazos en la mesa. Él solo la miraba, se acercaba a ella y luego de depositarle un beso en la mejilla la despertaba suavemente. Esto paso varias veces. Después de algunas horas, él fue a la cocina, le preparo un café y una tasa de chocolate caliente, luego regresó a donde estaba ella.

Como era de esperarse, ella dormía sobre alguno de sus apuntes. La despertó y le dio la taza de café. Ella lo miro, y le sonrió agradecida. Él se sentó a su lado, y la cubrió con una manta. “Creo que es mejor descansar un rato” le dijo él. Ella le hizo caso y levantándose lo tomó de la mano y lo llevo hacia el sofá que estaba frente al televisor. Luego ella regresó por la fuente con el café y el chocolate y lo puso en la pequeña mesita de té que tenía en frente. Encendió el televisor, pasó algunos canales y se detuvo en cualquiera.

Ella miraba la pantalla distraída, y el la miraba a ella atentamente. La tenía tan cerca, ella estaba con la cabeza en su hombro y los brazos en su pecho con la taza de café en las manos. Como erá posible tenerla tan cerca y no decirle que la quiere.

Ella lo quería, tal vez tanto como él, pero tenía tanto miedo de hacerle daño. Tenía miedo a enamorarse, otra vez. Ella nunca le demostró sus sentimientos, o no como él lo hacía. Ella notaba los suyos, y le dolía tanto saber que él estaba enamorado de ella. No podía decirle cualquier cosa, o alejarse de él. Por lo que decidió ocultarle su cariño, y fingir ser su amiga, cuando en realidad ella solo quería estar con él.

Ella miraba la pantalla, y de vez en cuando la taza. Y cada vez que podía,  a él. Ella sentado cerca de él, con su cabeza en su hombro, sus piernas pegadas a las suyas, sentía los latidos de su corazón. En cambio su corazón solo sentía pena y sufrir, al temer lastimarlo y no ser capaz de quererlo. Algo resignada, agachó la cabeza y se fijó un momento en el reflejo de su rostro en el café de la taza.

Entonces, sintió como la mano de él se acercó a su rostro, la acarició y la movió en dirección a él. Él la miro a los ojos por un momento, y, sin saber cómo, beso sus labios un instante. Ella se quedó quieta, con los ojos entrecerrados. Él dudo un momento y la soltó. Ella dejo la taza de café, se acomodó el cabello, agachó la cabeza y sonrió desanimadamente.

¿Por qué hiciste eso? – pregunto ella, él no dijo nada. Volvió a agachar la cabeza – ¿Me quieres? – él seguía sin decir nada – Pues yo a ti… si, y mucho.

Acaso era cierto lo que había escuchado. Para cuando se dio cuenta, ella lo abrazaba por el cuello y sonreía cálidamente. Su rostro estaba a unos cuantos centímetros del de ella.

Entonces se acercó a él, y lo besó. Así de simple, así de sencillo…

 


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