Reencuentro con mi prima

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Allí estaba de nuevo. Tras casi 10 años, me volvía a encontrar con mi prima Ana. Me recibió en el jardín, donde tomaba sol con unos shorts de jean bien ajustados y el top diminuto de un bikini. Pelo recogido en una cola, lentes oscuros, algunas gotas de sudor en la frente. Se levantó de la tumbona y se fundió conmigo en un abrazo sentido.

Yo la tomé con mis brazos y la cargué, separándola del suelo, a lo que ella respondió con gritos de terror primero, pero luego supo rodearme la cintura con sus piernas y apretarme profundamente con sus brazos y piernas.

Debían haber pasado más de diez años desde que nos vimos la última vez. Éramos unos niños. Recién comenzábamos la adolescencia cuando en un juego infantil, mi primita Ana me mostró sus senos inflados y el pubis cubierto de un tímido y suave vello. Sin entender muy bien por qué, sentí mareos y cosquillas en la barriga al ver su desnudez. No era la primera vez, más pequeños montones de veces nos paseábamos si ropa frente al otro. Pero ella había cambiado y me dí cuenta frente aquel espejo donde me enseñaba con una mezcla de inocencia y lascivia, los cambios que habían sufrido su cuerpo.

Ahora vaya que sí se notaban dichos cambios. Era una mujer hermosa. Con un cintura de ensueño, unas tetas redondas y ajustadas a su volumen. Cabello rubio, boca rosada.

Tras el encuentro inicial, me presentó a su novio, que media casi el doble que ella. No pude evitar pensar cómo se la tiraría. La imagen me dio escalofríos. Mi prima chiquita debía ser una diosa del sexo si podía soportar a aquel gorilón dentro de ella. En todo caso, la efusividad con que me recibió pareció servir para ganarme la antipatía del gorilón, que no sólo estuvo todo el rato con cara de pocos amigos, sino que más temprano que tarde se despidió.

Pasamos el día en la piscina, conversando sobre la familia, el pasado, las experiencias. Nos tomamos varias cervezas y al caer la tarde, comenzamos a intercambiar secretos sobre nuestros amores y experiencias pasadas. Por las cosas que me contó, pude comprobar que era muy traviesa mi primita, pero también que la habían hecho sufrir los hombres que solían buscarla solo para tirarsela.

Cayó la noche, cenamos, tomamos algo de vino y llegamos a la hora de ir a la cama. Lo supe porque repentinamente ella dijo que debía darse una ducha y ¡zas!... se desnudó ante mí de un tirón.

Me quedé boquiabierto. ¡Que buena estaba, Anita! Tenía un par de tetas de ensueño, con los pezones rosados y redondos perfectos. Su cuerpo lleno de pecas, no tenía ni estrías ni una gota de celulitis. La cintura estrecha se abría hacia unas caderas curvilíneas bellísimas que por detrás coronaban un par de nalgas redondas y duras. Y por delante, su coñito se veía como el de una virgen. Una línea, sin un sólo pelito, que se veía sobre un abultadito sexo rosáceo.

Ella ni se dio cuenta de mi impresión, ni de mi erección.

Fue se duchó y al salir apenas logró ponerse una camiseta larga como pijama, para caer desplomada en la cama. Rendida por alcohol y nuestra interminable labia.

Siguiendo su ejemplo, fui y me duche también. Pero si en ella el baño tuvo un efecto relajante, a mi me espabiló del todo. Salí de la regadera sin sueño, sin flojera y con el pito a millón, pues no podía dejar de pensar en la desnudez excitante de Ana.

Me acosté con la toalla a la cintura a su lado y prendí la tele, a ver si conseguía algún juego de football o algo que me hiciese olvidar. Pero en cambio, pasaban una de esas películas de soft porn donde no se ve nada, pero igual se te para el pito.

Como igual mi toalla parecía una carpa de circo, me la quité y seguro de que mi prima no volvería en sí ni que un camión le tocase la bocina en la oreja, comencé a hacerme una paja a su lado.

¡Pero la vida te da sorpresas!

De repente, sentí la mano de Ana rodear la mía alrededor de mi grueso tallo. Y en un segundo, mi primita engullía con su boca todo mi miembro. “Ummm primo, que rico guebo”, me dijo mientras me hacía una mezcla de mamada y paja al mismo tiempo que casi me hacían estallar en el segundo segundo.

Yo pude moverme para subirle la franela y comenzar a acariciar su culo y su entrepierna. Ella se incorporó para que pudiera penetrarla con mis dedos desde atrás, sin dejar de mamar mi verga. Le metí uno primero. su coñito era delicado y estrecho, pero rápidamente se lubricó y parecía ensancharse. Entró otro dedo, y otro, y otro. Para cuando tenía 4 dedos en su sexo, ella se comía la totalidad de mi pene sin siquiera arquear.

“Dale prima, trágatelo todo, que es para tí!”

“Uy sí, que rico está! Vaya que te creció!”

“Y vaya que te pusiste buena!”

Con un movimiento preciso, Ana se incorporó y supo como poner mi miembro en la entrada de su coño. Lentamente fue dejando caer su peso hasta que se sentó sobre mí y mi enorme miembro estuvo completamente dentro de ella. Mi pene erecto mide casi 20 cms. Yo no podía entender hasta donde le llegaría, si era tan chiquita.

Al principio, de hecho, casi no se movía. Parecía estarse adaptando. Poco a poco empezó a menearse y yo sentía como exprimía mi miembro. Pero al rato, ya me cabalgaba como toda una amazona. De hecho, al rato se lo sacó de su sexo y lo enfiló, en la misma posición, por su culo, hasta el fondo.

Para no abandonar su vagina, le introduje el dedo gordo. Y eso pareció ser el detonante de un orgasmo en el que nos conseguimos los dos y que, al finalizar, la volvió a dejar tan desmayada como la ducha inicial.

Yo fui al baño a limpiar mi miembro ya flácido tras la descarga y ella quedó rendida hasta el día siguiente. Cuando se despertó, vi la sorpresa en sus ojos al verse semi desnuda junto a mí. Me preguntó asustada: “Primo, ¿qué pasó? ¿qué hicimos anoche?”

La vi tan asustada que no tuve corazón para confesarle lo que había hecho…

“Nada prima… vino tu novio y estuviste con él. Yo me emborraché y me quedé dormido en el sofá y me vine cuando él se fue.”


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