Varias botellas y dos chicas I

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Yo ya estaba borracho cuando llegué. Ellas tardaron poco en embriagarse también. Yo estaba sentado en un sofá bastante rígido, quizás por el poco uso que le habían dado en aquella casa. No entiendo como la gente puede gastarse tanto dinero en decorar su hogar para comprar cosas que no pueden utilizar o que es mejor no tocar. Ya estaba advertido de tener cuidado con unos jarrones muy caros y muy frágiles qe yo sin ningún problema habría llenado de alcohol. Todo ese dinero yo me lo gastaría en buenos vinos que beber con malas mujeres.

         

Estaba más atento a la botella de Lambrusco que sujetaba en mi mano que a las dos muchachas que me acompañaban. Estaba borracho y estando borracho mi único objetivo es estar más borracho, no por el orgullo de aguantar, al contrario, es por el placer de caer. Los hombres que se mantienen tienen la virtud de rudos, pero es que yo no soy virtuoso. Me gustan la culpabilidad, las náuseas, la sensación de que al siguiente trago voy a caer tumbado por una bofetada invisible y me gustan, más aún, las victorias ante esa bofetada, las victorias que suponen pegar el trago y no caer.

 

Ellas eran Noelia y Nuria. Noelia con sus tetas bajo la blusa y Nuria con su risa que llenaba el cuarto. Noelia con sus muslos desnudos y Nuria con su cuello fino. Noelia era bastante más pervertida que Nuria, le gustaban mis obscenidades, y le gustaba imaginarse haciéndolas conmigo. A Noelia hace meses que la habría desnudado entre nubes de algodón y seda. Nuria, por su parte era más reservada, sabía lo que hacía pero volaba a otra altura, Noelia y yo ya hacíamos piruetas y acrobacias mientras ella concebía el vuelo como un modo de transporte. Noelia y Nuria. Noelia y Nuria son amigas desde hace años y Noelia y Nuria saben jugar.

 

No recuerdo la música que sonaba, recuerdo que no me gustaba, recuerdo que quería otra música para acompañar a tal borrachera.

 

En algún momento de la noche, después de haber viajado ya varias veces al baño a mear contra la fuerza de la gravedad y el sentido del equilibrio, me senté en un cómodo sillón orejero. me senté en una cómoda postura con los pies colgando por un reposabrazos. Me senté con una botella de algo agarrada cómodamente. Noelia se sentó sobre mí dándome la posibilidad de recorrerle un muslo con la palma de la mano. Noelia era suave, daban ganas de jugar a ahogarnos el uno en el otro sólo por la posibilidad de seguir acariciándola. Nuria miraba desde el sofá de enfrente. Sabía lo que venía. Bebí. Sonreí con mi mejor cara de picardía y, no sé cómo, Nuria estaba ahora sentada en el otro reposabrazos. Nuria es una chica delgada de largos y finos dedos de pianista. El tipo de dedos femeninos que siempre me ha gustado ver agarrandome el tronco del pene. De repente tenía la polla fuera, estaba en manos de Nuria. Noelia miraba desconcertada, o eso creo, porque yo había perdido el interés por otra cosa que no fuera los dedos de pianista. Mis oídos captaban comentarios del tipo “no creo que me quepa...”, “¿Te gusta si la muevo así?”, “deberíamos chupársela...”. Oh sí, por el cielo, que me la chupen. Fue Noelia la que se lanzó. Y yo no me opuse de ninguna de las formas. Recuerdo que por unos segundos mi cabeza no estaba en su sitio, estaba volando a la altura del techo del salón, intentando confirmar que realmente estaba teniendo esa suerte, la suerte del borracho. Ahí estaba yo. Un borracho más de los que podía haber repartidos por el mundo en ese mismo momento, con la única diferencia de que yo estaba en brazos de Afrodita y, por suerte, no en los de Morfeo,

 

Mientras Noelia seguía a lo suyo, mamando del brazo de las degeneraciones, yo no podía dejar a Nuria como una mera espectadora. Recuerdo sus ojos, los de ambas, viciados, oscuros, profundos, deseosos, esperando de mí la maldad sexual que nunca habían tenido. Y yo no era quién para negársela.

 

Un trago. Un beso. Caricias en el pelo para hacer una cola. Lengua. Mano. Pezones. Dedos. Saliva. Noelia. Nuria. Yo. Nosotros. El mundo.

 


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