La mujer del vestido con brillos

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Era uno de esos casamientos a los que uno debe ir por obligación, pero que preferiría no ir. Porque uno no conoce a nadie y se siente perdido, y se aburre y etc. En esos casos opino que lo mejor es comer bien y emborracharse. A eso me dediqué entonces. Para mi suerte me tocó compartir la mesa con la mujer del vestido con brillos, que estaba en mi misma situación. Comenzamos conversando y terminamos bailando frenéticamente, flotando en espesas nubes de alcohol. Era una mujer sensual, pelo castaño, ojos castaños, un cuerpo de volúmenes perfectos, lindas tetas, cintura entallada y una cola de redondeces tentadoras. La madrugada nos encontró bailando entre unos pocos borrachos sobrevivientes, cuando la gente respetable comenzaba a retirarse. Yo con la corbata desanudada y el cabello revuelto, ella con una copa de champagne en la mano, descalza y bamboleante. Pensé que lo más prudente era irse, y la invité a irnos. Nadie notaría nuestra ausencia.

No recuerdo si le pregunté dónde vivía. La cuestión es que fuimos directo a mi casa. Mientras subíamos en el ascensor pensaba en preparar café, pero apenas entramos comenzamos a besarnos con ardor. Caímos sobre la alfombra del living y entre besos y caricias atrevidas nos fuimos despojando de nuestras galas de fiesta. Voló mi camisa, voló el vestido de brillos, volaron mis boxers, voló su tanga negra. Abrí sus piernas y me dediqué a degustar sus intimidades, mi lengua encontró unos labios carnosos y húmedos, un clítoris ansioso y un orificio aún más ansioso. Mezclé mi saliva con sus flujos, la excité chupando, lamiendo y mordiendo. Luego ella me devolvió el favor metiendo mi pene en su boca, chupándolo con hambre y delicia. Tendido sobre la alfombra, la mujer del vestido con brillos me hizo elevarme hasta las cumbres del placer, con la habilidad de su lengua y su boca, devoradora y pasional. Tragaba mi verga por entero, hasta provocarse arcadas. Cuando mi respiración agitada y la tensión de mi cuerpo anticipaban mi orgasmo, comenzó a chupar con más energía, lo hacía casi con descontrol emitiendo leves murmullos. Acabé en sus boca y tragó toda mi ofrenda.

Entonces la tomé de la mano y le dije: “¿Me concedería usted el honor de acompañarme a la cama”. Aceptó mi propuesta y en la cama me apoderé de ella, clavé mi verga en su concha y le di embates enérgicos que la hicieron gemir y por momentos aullar. Nos aferrábamos de las manos y nos besábamos mientras la cogía con desenfreno. Quiso que me acostara, y me tendí sobre la cama con mi pene bien erecto, ella se montó sobre mí y se lo metió en su vagina. Comenzó entonces a cabalgar en oscilaciones muy sensuales, subía y bajaba acariciando mi verga con la suavidad de su concha. Yo la observaba, con su cabello caído hacia el frente, y una expresión de placer atrevido en el rostro. Nos mirábamos mientras ella se movía. Y yo le masajeaba las tetas, me incorporaba para chuparle los pezones. Luego la agarré de los glúteos acompañando su subir y bajar en donde mi pene quedaba casi por completo a fuera y luego se perdía totalmente en su interior. Después ella se lo dejó todo dentro para comenzar a frotar su clítoris sobre mi pubis. Entró en un éxtasis que desembocó en un orgasmo de perra jadeante. Maravilloso. Era mi turno. La hice ponerse boca abajo y arremetí por su culo mientras ella pedía más y más. Y yo le daba más y más. Mi placer crecía a medida que mi pene entraba una y otra vez en su cuerpo delicioso. Con mi mano busqué su clítoris y entre la penetración anal y el frotar manual estalló en un nuevo orgasmo multicolor que yo acompañé inyectando mi leche en su interior.

Hay casamientos a los que uno definitivamente no debe dejar de ir.


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