El nuevo circo (II)

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La tabla donde estaba estirada cubría su espalda, quedando sus piernas y brazos fuera como también su cabeza, que caía de un extremo del tablón. Sin duda era práctico. Se puso al lado de la cabeza y al observarla de cerca se dio cuenta de que no tenía dientes. Aquello no se lo había advertido pero era tarde para echarse para atrás. Sacó su miembro y lo metió en la boca de la chica que empezó a empujar con fuerza y le apretó con las encías. Empezó a penetrarla repetidamente mientras Hércules miraba cogido a los barrotes.

 

Le cogió la cabeza con ambas manos y siguió penetrándola, cada vez con más violencia. La chica seguía apretando sus encías contra su miembro como si quisiera morderlo o tragárselo. Le tiró del pelo por puro instinto y le arrancó la cabellera rubia. Era una peluca. La lanzó contra Hércules que reía tras los barrotes y miró a la chica que había cambiado su espléndido cabello por una calva gris de la que colgaban cuatro pelos lacios.

 

Sacó el pene de su boca y la chica empezó a gruñir y agitarse. Dio la vuelta al tablón y se dispuso a penetrarla entre las piernas, después de todo con no mirarla a la cara era suficiente y no se iba a quedar a medias.

 

Su interior era blando y húmedo. Le cogió un pecho con fuerza y la mano se le quedó empolvada revelando una piel gris y áspera. Podrida. La penetró varias veces hasta que vio salir de entre sus piernas un líquido negruzco que olía incluso peor que toda la carroza entera. Le entraron arcadas, no pudo contenerse y giró para vomitar. No tenía ganas de seguir con aquello.

 

La chica se incorporó y consiguió sacar una de las manos de los grilletes que estaban diseñados para animales más grandes, quedando el guante enganchado. Le arañó la espalda mientras gemía e intentaba acercarse más a él.

 

- ¡Serás puta! - Dijo antes de patearle la cabeza. - ¡Quiero salir de aquí! - Le exigió al gigante.

 

Hércules, que parecía nervioso, no abrió la jaula y en aquél instante llegó el dueño de aquella aberración de sitio.

 

- ¡Sácame de aquí!

 

- ¿Pero qué ha pasado? Te lo dije. Nada de quitarle los guantes. y ¿qué le has hecho en la cara? Está horrible. Amigo creo que tendrás que quedarte con nosotros. Hércules, ya sabes qué hay que hacer.

 

Hércules lo sacó de la jaula mientras trataba de resistirse, pero era inútil. Ni tres hombres podrían con aquél mastodonte. Lo dejó en otra de las jaulas, solo y encadenado.

 

- ¿Pero qué es esto? Te pagaré las cien monedas. Lo prometo. No pretendía hacer eso pero la muy puta me arañó. No tengo el dinero pero trabajaré para ti hasta que lo recuperes.

 

- Claro que trabajarás para mí - Dijo el gordo amasándose la papada con una mano.

 

 

Pasaron dos días y todo lo que le habían llevado era un plato de sopa frío que apenas probó. Sabía que llevaba allí dos días por la luz que se filtraba por unas pequeñas ventanas que había en la parte superior de la carroza, de lo contrario hubiese dicho que llevaba allí un mes.

 

La carroza se había puesto en marcha el día anterior y un par de clientes habían entrado para acostarse con las muertas haciendo caso omiso a sus súplicas.

 

- Sacadme de aquí por favor... Creo que debería verme un médico... Me encuentro fatal.

- Así es. Ya está a punto de ocurrir. Pronto podrás empezar a saldar tu deuda.

 

Despertó. Abrió los ojos y vio como Hércules y el gordo lo miraban fijamente. Su cuerpo intentó abalanzarse sobre ellos pero las cadenas lo impedían. Intentó parar, pero no pudo y entonces comprendió lo que había pasado. Su cuerpo tenía voluntad propia. Estaba muerto.

 

Podía sentir como las cadenas le desollaban las muñecas cada vez que su cuerpo embestía hacia adelante. Por supuesto no podía hablar, pero estaba ahí dentro, contemplándolo todo. Escuchaba a las chicas gemir y se acordó de la que había estado violando hacía tres días. ¿Ella también sentiría? Se sintió fatal consigo mismo solo de pensar que aquella chica estaba consciente mientras él se aprovechaba de su cuerpo y pensó que ese era el castigo que le tocaba cumplir por sus actos.

 

- ¡Para mí! - Exclamó Hércules.

- Sí. Ya te lo puedes quedar y follártelo cuantas veces quieras. Nunca entenderé como te gustan los hombres pero mientras no intentes violarme a mí, con él haz lo que te plazca, ya está muerto. Eso sí, recuerda tomar las precauciones de siempre y sácale los dientes.

 

Hércules le arrancó los dientes uno a uno con unas tenazas y él sintió el dolor con cada uno de los tirones pero a su cuerpo no parecía importarle. La sangre brotaba de su boca y se extendió por su barbilla.

 

Tras ponerle los guantes y unos calcetines lo ató a un tablón y lo violó salvajemente.

 

Volvió a hacerlo a diario, a veces más de una vez por día y cuando no lo hacía lo dejaban junto a las demás chicas. Las miraba con compasión y lo único que le reconfortaba era pensar que si el castigo iba en proporción a los pecados, a Hércules y al dueño del circo les esperaba el peor de los infiernos.

 

 


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