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La pequeña caleta, chata y plana no esconde la llegada de españoles y flecheros a La Tortuga, donde los holandeses desde 1550 usufructúan la salina de la isla y burlan la Corona, asolando los rancheríos de indios ribereños en la costa firme desde Borburata hasta el morro de Chacopata. Roban los pocos alimentos, matan o esclavizan a los indios, violan y secuestran a las indias, dejando para la Corona los ostrales de Margarita, Coche y Cubagua, debido al destacamento permanente en la villa de Nueva Cádiz. No se dejan tentar por la suerte, se quedan en La Tortuga y en las islas de sotavento frente a costa firme: Gigante, Bonaire y Oroba, utilizándolas como trincheras para enfrentar al español, no tocan los ostrales de Piritú, el Tunar o Araya donde el saqueo es riesgoso y deciden mantener el control de los depósitos de sal de la isla, riqueza menor pero constante y con la necesidad comercial permanente. Ese día de mediados de julio el Capitán Arias siguiendo las órdenes del gobernador Núñez Melián, desembarca en La Tortuga de madrugada, considerando luz y tiempo, guía a cuarenta milicianos voluntarios de Margarita, Cumana y Borburata y alrededor de cien indios guaiqueries en seis piraguas, se enfrenta a la partida de holandeses estacionada en un rancherío, los cuales sorprendidos y adormilados no ofrecen resistencia, no ocurren muertos ni heridos, encadenan a los invasores extranjeros enviándolos a la Margarita, anegan las salinas y queman las chozas, los negros y la indiada con sus hijos pequeños cambian de dueño.


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