Diario de viaje I (Londres)

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Las fotos de mis dos primeras etapas en Inglaterra me traen calidez. Llevo casi un año viviendo aquí, y antes de venir, ni siquiera me había planteado venir de vacaciones. Lo decidí un mes antes, comprándome el billete tres días después de que mi madre me propusiese irme fuera, cuando mi mundo se había derrumbado por completo. Tres días antes de volar pensaba que él me vendría a buscar, y dos días antes me di cuenta de que él no vendría. Por un lado tenía ganas de huir y por otro ya no tenía sentido mi marcha de persona segura que se hace valer.

A Londres vine con una amiga que se encontraba sin trabajar y que esperaba desde hacía años la fuerza para vivir una aventura como esta. Desde el momento que cogimos el avión se dieron uno tras otro los momentos cómicos que junto a los nervios nos llevaron continuamente a la risa llena de ilusiones e ingenuidad. Cuando llegamos ya era de noche, y eso nos complicó el ubicarnos. En un momento, se me juntó el cansancio del viaje, con el peso de las maletas y con la desubicación física y psíquica, y me senté a llorar, preguntándole a mi amiga ¿por qué? Ella se sentó a mi lado, me escuchó y me dibujó una imagen de quien era yo y de todo lo bueno que seguro nos iba a deparar el futuro. Me sequé las lágrimas, respiré hondo y seguimos en busca del hostal.

Las dos veníamos con 500 euros, y con trabajo en el mismo hostal a cambio de cama, gracias a un contacto familiar. Las dos pensábamos que íbamos a estar solas en una habitación. Cuando llegamos la recepcionista nos dio la llave de la habitación, en la cual ponía un número de cama. Jamás había dormido en un hostal y no concebía la idea de dormir con 7 personas desconocidas en la misma habitación, y ella tampoco. Nada más entrar comenzamos a hablar sobre nuestra marcha inmediata, hasta que empezaron a llegar chicos guapos. Estábamos como adolescentes sin parar de reír y felices. Estuvimos como dos semanas disfrutando intensamente de la novedad, hasta que nos cambiaron, y no volvimos a ver esa pasarela continua nunca más en nuestros tres meses viviendo allí.

Viendo las fotos recuerdo como me sentía, y lo añoro. Supone la ingenuidad, como si en aquel momento fuese una niña. Tenía toda una ciudad nueva que investigar y el frío despertaba todos mis sentidos. Comencé trabajando en la cocina, salía al comedor en busca de platos sucios y los colocaba en el lavavajillas, los secaba y los llevaba de vuelta. Mi amiga y yo poníamos música, hablamos, cantábamos, bailábamos, salíamos juntas a fumar, investigábamos fuera, desayunábamos tostadas con caf酠Era trabajo, pero me lo pasábamos bien. Tras unas semanas me trasladaron a trabajar al bar. Si me tocaba de mañana estudiaba y buscaba trabajo, y al acabar limpiaba poniendo mi música preferida, cantando y sintiéndome feliz. Si me tocaba de tardes, ponía música y hablaba con mis compañeros. Muchas noches nos quedamos hablando y rondando por el hostal. Algunas veces mi amiga y yo invitábamos a una terraza exterior a gente para tomar una cerveza. Era nuestro lugar. Unas mesas de madera de un bar que cerraba a las 10. Allí nos quedamos hasta que los dedos no nos respondían del frío. 

Muchas veces íbamos al Hyde Park y mirando el cielo hablamos sobre posibles planes. Allí fue cuando decidí que quería alargar mi estancia aquí, aun sintiendo la dificultad de mi primer acceso a un empleo. Él ya no era mi razón para seguir aquí. Comencé a imaginar que este país podía ser mi trampolín hacía el descubrimiento de muchos países o de un empleo en el exterior como cooperante.

En el hostal comencé a escribir, tenía la necesidad de ordenar todos mis sentimientos. Mi cuaderno rosa se convirtió en mi gran tesoro y apoyo. Tesoro por todo lo vivido y apoyo, porque en él veía la especialidad de lo vivido.

A nivel personal esos tres meses me aportaron independencia. En Barcelona sólo iba sola a hacer cosas puntuales o a tomarme un café. Siempre me ha gustado tener mis momentos sola, los necesito, pero allí los empecé a tenerlos recorriendo la ciudad y diferentes museos con mi cuaderno. Mi primer gran recorrido fue el día de mi cumpleaños, anduve tres horas y alquilé una bicicleta sin saber como. 

Hace años le dije a una compañera de trabajo que yo prefería ver casas a cuadros. Y he cambiado de idea, me gusta ver la arquitectura de todo el mundo y siento ante cuadros. Tengo muchas ganas de ir a exposiciones, pero mis horarios y el dinero suponen una gran traba.

 Una de las cosas que más añoro son las charlas diarias que tenía con mi amiga. Nos aportábamos mucho apoyo y compañía. Charlábamos tranquilas en el cuarto sobre todos nuestros dilemas “¿por qué vino a mí si es un macho Alfa?”…

En marzo nuestro manager nos reunió a todos, y nos dijo que por temas legales en dos semanas se acababa nuestro contrato de intercambio con el hostal. Todos nos sentimos angustiados al pensar que este era el fin por un lado, y positivos por otro, pues necesitábamos un empujón.

A los días llegó al bar un librito pequeño donde aparecían muchos hostales de Inglaterra, y decidí enviar mi curriculum a todos ellos, ya estuviesen en aldeas, pueblos, ciudades o en medio del campo. Tenía claro que no estaba preparada para volver.

 

 

 

 


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