EL CICLO

Ya era tarde para cambiar las cosas, le había tocado el puesto de espectador y no de combatiente, y como buen obediente se dedicó a observar. Esto tuvo su lado bueno; analizar, comparar, reflexionar y tener mucho que contarnos antes de marchar. Estaba en paz porque sabía que seguiríamos sus consejos, sabía que no habíamos nacido para observar.
Nos aconsejaba con el corazón en la mano y el alma ya de camino. Decía que las puertas tienen truco, que el camino largo no siempre es el correcto. Las distancias tan sólo son capas y alcanzarlas, cuestión de eliminarlas. Decía que la tolerancia se podría volver en nuestra contra, que el extraño nos acabaría destrozando por dentro. Creía que llegaría un día, en el que las fulanas se quitarían con orgullo las mascaras de la vergüenza mientras los fulanos, de rodillas, aplaudirían celebrando la victoria.
Decía que avanzaríamos ansiosos por las rutas del pasado, mientras las agujas cambiaban de sentido. Decoraríamos las paredes con las flores de la esperanza mientras sordos y cabizbajos escuchábamos el canto a la alegría.

Eran palabras que se tatuaban en nuestras mentes mientras el curso de la vida le hacia llegar a destino. Palabras que con el tiempo fueron evaporándose dejándonos huérfanos de causa. Sin darnos cuenta,  nos convertimos en filósofos que se nutrían con la esperanza de ser escuchados por la rabia del mañana.

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