La posesión

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Marchaba yo con mi pareja agarrados de la mano entre el aire cálido de una noche de
verano.
Suena mi teléfono móvil y contesto. Es mi madre con voz nerviosa que me dice que
vuelva corriendo a casa, que algo le pasa a mi hermana.
Algo.
Se dice “algo” cuando no se tiene ni puta idea de lo que está pasando.
Por el tono de mi madre, la cosa parece grave. Dejamos en un paréntesis nuestro paseo
nocturno y cambiamos de rumbo en dirección a casa de mis padres. En la que aún vive
mi hermana solterona.
Siempre ha sido un poco rara. Tiene aficiones extrañas (esotéricas) y amigos muy raros.
Llegamos al portal y abro con mi llave. Aún la conservo y siempre lo haré. Al fin y al
cabo sigue siendo mi casa. Y más aún desde que mi padre se fue a comprar tabaco a
Pekín y no volviéramos a verle el pelo.
Subimos a la casa.
Es un edificio de cinco plantas y la casa de mis padres está en el último piso. Y no hay
ascensor. Ya solo llegar hasta arriba requiere un gran esfuerzo.
Algunos vecinos sacan sus hocicos por el espacio que deja la puerta cuando la abres sin
soltar la cadenilla que la engancha a la pared.
Parece ser que en mi casa hay jaleo. No me dicen nada pero me saludan con un
movimiento de cabeza y expresión de miedo.
- ¿Pero qué coño está pasando? – le pregunto a la nada dirigiéndome a mi novia.
A medida que avanzamos, ella se pone detrás de mí agarrándose a mis brazos cada vez
con más fuerza.
Detrás de mí. Si acaso hay ostias que yo me lleve la primera.
Llegamos al quinto piso. Entramos en la casa y todas las luces están encendidas. Mi
madre está en la entrada.
- No sé qué pasa hijo. Tu hermana parece que tiene la rabia o algo así. Ten mucho
cuidado – dice.
Joder, me ha metido el miedo en el cuerpo.
Mi hermana está en su habitación, al final del pasillo. Mi novia, mi madre y yo
entramos al salón que está al principio, al lado de la entrada.
- ¡Hermana! Soy yo. ¿Estás bien? – grito.
- Si. Estoy bien – contesta ella.
- Mamá, ¿seguro que le pasa algo? Parece que está bien – le digo a mi madre.
- Sí, eso es lo que parece, pero no es así – contesta.
- Espera, que voy a saludaros – dice mi hermana desde el fondo con su dulce voz
de siempre. Incluso más dulce de lo normal.
Se empiezan a oír pasos desde el final del pasillo de algo que viene hacia nosotros.
Parecen pasos de alguien grande. Musculoso. No parecen los pasos de mi hermana.
Los pasos llegan a la altura del salón, pero aún no han llegado a la puerta.
No podemos ver a eso que sea que viene hacia nosotros.
- Hermanito, ya estoy aquí – dice mi supuesta hermana casi en la puerta del salón.
Y hay un rato de silencio. Largo. Caluroso. Eterno.
Una gota de sudor emana de mi sien como una enorme roca volcánica cayendo por una
montaña. Y me quema. La gota de sudor hirviendo al contacto de mi cara helada, me
abrasa.
Y sigue el silencio.
- ¿Oye? ¿Niña? – dice mi madre.
Me imagino cien mil orejas de cien mil vecinos pegadas a la pared para ver si pueden
oír algo. Y entonces, solo entonces, llamar a la policía.
Solo cuando haya pasado algo. A ver si hay suerte y sacan a alguien con los pies por
delante envuelto en una sábana.
Y sigue el silencio.
Me dispongo a salir de la piña que hemos hecho los tres y acercarme despacito hacia la
puerta pero algo salta hacia nosotros rugiendo. Se parece a mi hermana, pero no lo es.
Su cara está arrugada y su espalda encorvada. Parece que hubiera envejecido cuarenta
años de golpe. Unos colmillos afilados que no son humanos le salen de la boca.
De un salto se planta a dos pasos de nosotros y nos ruge como un animal cuando se
siente amenazado. Su pelo está grasiento y parece que se desprende de su cuero
cabelludo por momentos.
Nos quedamos los tres petrificados y nos echamos para atrás.
Sus uñas son más largas de lo normal y parece que cierra las manos haciendo fuerza
pero sin cerrarlas del todo. Realmente es como si estuviera rabiosa pero es evidente que
está poseída.
Joder, jamás hubiera pensado que este tipo de cosas pasan en la realidad.
Retrocedemos todo lo que podemos, aún en la formación de la piña y acabamos en una
esquina del salón, rezando para que esa cosa no nos mate.
Parece que se relaja un poco y se va echando un poco para atrás.
Empiezo a pensar que esto es una puta broma de mi hermana. Pero entonces pasa algo
que me saca de dudas.
Paso a paso anda hacia atrás hasta que sale por la puerta del salón. Entonces se pone de
perfil a nosotros y se pone erguida. Nos mira fijamente y se eleva en el suelo. Así, como
suena. Se eleva sobre el suelo y suspendida en el aire desaparece por detrás del marco
de la puerta en dirección a la cocina, que está junto a la entrada, antes del salón.
Esto hace que se crucen los cables de mi cabeza. Está claro que no es una broma.
Me enfurezco. Detrás de nosotros hay una ventana que da a la terraza que comunica el
salón con la cocina, donde está ese demonio.
Cojo un puñal que tenemos de adorno colgado en la pared, con su funda y todo. Lo saco
de la misma y salto por la ventana.
Me asomo a la cocina y ahí está ese bicho, retorciéndose sobre sí mismo como una
lagartija y casi antes de que me asome se percata de mi presencia en la terraza.
Corro hacia eso esgrimiendo el puñal e intento dar un golpe certero en la cabeza de ese
monstruo.
Ya no siento miedo. Ya no siento temor. Ni cansancio. Ni ansiedad. No tengo ningún
sentimiento negativo. Todo es felicidad. Todo es paz y tranquilidad.
Estoy en una especie de túnel gigante, oscuro y esponjoso. Tiene una especie de color
azul marino pero brillante, como si detrás de las paredes hubiese bombillas tenues que
alumbraran vagamente todo el túnel.
Ya no soy un hombre. Soy una bola de luz pegada a una de esas paredes del túnel.
Como un gusano de seda en su crisálida.
Seguramente ahora mi cuerpo, rabioso, esté atado a una camilla de la U.V.I. móvil con
correas de seguridad y camisa de fuerza y lo lleven al hospital para hacerle pruebas y
administrarle un gran número de calmantes.
Es posible que ahora ese demonio se haya apoderado de mi cuerpo y haya raptado mi
alma para chupar mi energía. Es posible que me tire mucho tiempo en este túnel repleto
de paz y felicidad.
Es posible que no quiera regresar, flotando, solitario, en el mundo de los seres
inorgánicos.


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