1830

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1830

La sentencia se decretó en la casa de Montoya en Bogotá, después de una larga deliberación. Los conjurados septembristas Arrublas, Azuero y Luís Montoya, indujeron a Caicedo para que recomendara al “mulengue” el camino de Neiva y Popayán. Y ahí van los seis, internándose en la arboleda, el sendero se hace estrecho, se muestra escabroso y sinuoso, los arboles oscurecen el camino y hace que la marcha se haga lenta, cuidando las cabalgaduras. Al sitio le dicen Cabuyal, por lo entretejido de la maleza y el follaje. De pronto una voz grita detrás de un matorral “¡General Sucre!”, el hombre envuelto en capa militar cubriendo la levita negra y el pantalón gris, con sombrero toquilla para protegerse del sol, vuelve el rostro buscando la voz, suena un disparo y tres más. El grito de muerte del militar acostumbrado al tiro y a la pólvora se dejó escuchar “¡Ay, Balazo!” y cayó de la mula, inmóvil, el cielo mirándolo a él, porque él ya no puede ver. Salen los asesinos al descubierto del cerrado follaje a comprobar su acción, cada asesino disparó un tiro, son cuatro los conspiradores bien pagados, un disparo dió en el pecho izquierdo que lo mató, otro rozó la cabeza y le sacó sangre, otro le destrozó el pabellón de la oreja izquierda y salió por la nariz y el último le dió a la bestia, encabritada y en fuga. Siendo seis contra cuatro, todos los acompañantes huyeron, excepto el fiel asistente Caicedo, quien al ver muerto a su amo, rodeado de los cuatro asesinos con fusiles, regresó velozmente a Ventaquemada, a pedir auxilio, no le dispararon, pero sí pudo oír a uno de los asesinos gritar hasta dos veces “¡Párate Caicedo!”, en tono zumbón con acento gangoso de cholo. El cuerpo permaneció sin cuido ni robo hasta el día siguiente en que el sirviente con algunos pobladores le dieron cristiana sepultura en un sector conocido como La Capilla. Si el mariscal se hubiese ido por Buenaventura lo esperaba el general Murgueitio para darle muerte, si tomaba la vía marítima del Istmo lo acechaba el general Herrera, desde Neiva lo vigilaba el general López y en la provincia de Pasto el general Obando, por cuenta del general Flores. A guiso de confesión de los involucrados diez años después, el coronel Morillo y un terrateniente pastuso llamado Erazo, confesaron que ambos fueron reclutados por el general Obando y el coronel Sarría, destinando para el asesinato a tres peones de Erazo, soldados licenciados del ejército, Andrés Rodríguez y Juan Cuzco peruanos y Gregorio Rodríguez de Tolima, el coronel Sarría preparó las armas con cortados de plomo, escogiendo el sitio de la emboscada. Posteriormente los soldados fueron envenenados, Erazo capturado delató a Morillo y murió en la prisión de Cartagena. Morillo fué fusilado en Bogotá. Ambos acusaron al general Obando como autor intelectual del asesinato. No solo había que eliminar a los libertadores en territorio liberado, sino también, la idea de la gran nación como contrapeso en la América española. El Libertador al conocer la noticia ya en camino sin destino al exilio escribió " la bala cruel que le hirió el corazón, mató a Colombia y me quitó la vida."


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