Cuando el Amor es Infinito (3)

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     Javier se despertó. Se incorporó despacio. Luego besó el hombro de Alba con suavidad. Ella se fue despertando. La luz iluminaba sus ojos color miel.

 

Oh… Tienes que irte a trabajar. Sí. ¿Tienes planes para mañana? Es Noche Buena. Estaré con mi familia – dijo Alba -. Y también en el día de Navidad. ¿Y tienes algo que hacer en Nochevieja? Hummm…. ¡No! Todos mis novios me abandonan ese día para irse de juerga – rio. Pues que no me entere yo de que uno sólo de ellos toca tu cuerpo…Risas de ambos.     ¿Estás celoso? Él le mordió la boca.     Yo no sé lo que es eso. Mentiroso… - se mofó ella. Loca.Ella volvió a reír.     ¿Vendrás o no? – le preguntó él -. Prepararé una fiesta, aquí, en mi casa, con unos pocos amigos. Claro que vendré. Perfecto.     Se levantó de la cama. Se duchó. Se puso un polo gris y un pantalón vaquero negro y regresó a la cama. Se acercó a ella despacio.     No esperaba encontrarte así, tan de repente. No entrabas en mis planes. Pues olvídate de mí… - le susurró ella mientras le besaba la barbilla. ¿Qué voy a hacer contigo? Se besaron.     ¿Te veré antes del 31? – preguntó él. No. Lo siento, baby. Me iré a la costa, con mi familia. ¡Me alegro! Pásatelo muy bien.     La besó y se marchó, fugaz. Ella fue al baño. Baldosas grises, cuadros con frases… Entonces, ella cogió su carmín y dibujó en el espejo. Y dibujó el mar, y gaviotas, y la playa, y las estrellas…       Un despertador marcaba las ocho de la tarde. Javier se despertó de la siesta, aterrorizado. De nuevo, una pesadilla. Pero, suavemente, la música que se escuchaba en el piso lo arrancó de su temor. Miró alrededor. Ha decorado el apartamento exquisitamente, con árbol y adornos rojos y plateados. En el exterior de la puerta también ha colocado una rama de muérdago.     Humeantes velas colocadas por todas partes recargaban el ambiente y lo llenaban de un dulce aroma a vainilla. El aroma se mezclaba con el olor de la carne con patatas que Javi había preparado. Eran las ocho y diez.       El timbre sonó. El joven se dirigió a la puerta, excitado. La puerta se abrió y Javier cambió la expresión de su cara. No era Alba.      La música lo va calmando. Se puso de pie y se dirigió a la cocina. La mesa ya estaba preparada: la vajilla cara, las copas de cristal, el mantel blanco… No faltaba nada. Todo perfecto, para que Alba se sintiera como si estuviera en su casa.      Día 31.    ¡Javier! Lucas… ¿Qué pasa, tío? ¡Joder! Otra pesadilla… ¿A estas horas? Me dormí un momento – dijo Javier. Pues ya se ha pasado. No. No se ha pasado. Creía que podría superar lo del accidente de mis padres. Pero no puedo. Eras muy pequeño… Fue por mi culpa – continuó Javier -. ¿Qué? Ellos murieron, y yo no. ¡Eso no significa que tú tengas la culpa! No quiero que ella me vea así – hablaba Javier sin presar atención a las palabras de su amigo -. No quiero que conozca mis neuras, mis problemas… ¡Estará mejor sin mí! Tío… No la dejes escapar. La adoras. Tiene que ser ahora – decidió Javier -. Antes de… Ya. Antes de encapricharte demasiado.     En esos momentos, el timbre sonó. Javier abrió la puerta y la joven Alba de cabellos dorados apareció ante él.     Pasa. Gracias.     Entonces, la tomó de la mano y la llevó hasta el dormitorio. Luego, cerró la puerta tras de sí. Le acarició con ternura el rostro.     Mi pequeña mariposa…Su cara reflejaba angustia, desesperación.     ¿Qué ocurre? – preguntó ella. Alba lo miraba con dulzura.Él tragó saliva.     Alba…     Las luces iluminaban su rostro blanquecino. Entonces, ella lo besó. Y él le devolvió el beso, inesperado, cálido, lleno de dolor, y de amor. Él gruñó.     Deberías alejarte de mí.     Ella se sentó despacio en la cama, amplia, blanca. Su mente era un torbellino de perplejidad. Su cuerpo temblaba de miedo.     ¿Por qué? ¿Es por mi culpa? ¡No! ¡Claro que no! ¿Entonces? – musitó ella.La miró muy serio.     Hay cosas… que no puedo decirte; cosas sobre mí.Las lágrimas inundaron los ojos de ella.     ¿Por qué no me lo cuentas? Puedes decirme todo lo que te pasa. Yo… no te voy a hacer daño. Puedes confiar en mí – replicó, desolada. Él hizo una mueca de angustia con la boca.     Estoy cansado, nena. Cansado y enfermo, lleno de traumas. ¿Cómo ibas a querer a alguien así? Ella se levantó y le besó.     Pues deja que yo te cure.     Él dudó. No quería hacerle daño. Al fin, decidió dejar a un lado las dudas. Entonces la abrazó. Su embriagador aroma le cautivaba. Se separó un poco de ella, se inclinó y la besó, fogoso, feroz. Ella cerró los ojos y gimió muy bajito.     Oh. Entonces, ¿vas a mandarme a la mierda? Él rio. Ella no reía. Sus ojos reflejaban un intenso terror.     No, nena.     La expresión de ella cambió. Se sentía más relajada, calmada en sus brazos. Él le besó en la frente.     En la frente no… - susurró ella -. Por todo el cuerpo, por fa… Él rio de nuevo. No podemos, cielo. No ahora. Oh – musitó ella. La sangre hervía en su interior y le quemaba el vientre -. Pues bésame.     Y él la besó con ardor, con furia intensa, descontrolada, saboreando así ambos la dicha del amor profundo e infinito.        

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