Vendí mi libertad por un móvil

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Todos tenemos un precio. La cuestión es: ¿Cuál es el tuyo? El mío al parecer un vulgar e insignificante móvil.

Corría el frío invierno de 2014 cuando por fin mis padres, sirviéndose de la excusa de las Navidades,  se decidieron a regalarme el móvil que tanto ansiaba. ¿A cambio? Mi obediencia, lealtad y por consiguiente, mi libertad. Quizá suena raro dicho de esta manera, pero déjame que te lo aclare con unos ejemplos: Si suspendía, adiós móvil. Si decía una palabra más alta que la otra, adiós móvil. Si expresaba mi verdadera opinión acerca de ciertos temas, adiós móvil. Si salía más de lo considerado “apropiado”, adivinad que, adiós móvil. Podría seguir ejemplificando hasta el infinito o hasta que los dedos se me cayeran de escribir, pero no estoy en vena.

Muchas veces quise recuperar mi libertad. Muchas veces estuve a punto de hacerlo; a punto de decir tomad el móvil, ya no lo quiero, devolvedme la libertad. Y sin embargo, otras tantas veces, volvía a renunciar a mi libertad dejándome seducir por los encantos de esa estúpida y sensual obra de tecnología punta.

Cada renuncia era una pequeña muerte para mi alma. Es lógico que acabara ahogada y enterrada bajo la frivolidad, el consumismo y las apps.

Y ahora… ¿Qué me queda? ¿Qué queda cuando renuncias a la libertad? ¿Se puede llamar a esto vida?

No sabría decir si me arrepiento de mis elecciones, Dios sabe que era un puñetero móvil de última generación.

 

 

 


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