DIMENSIONES Parte 2

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La compañía fúnebre se llevó el cuerpo, seguidos por ese espíritu desprendido que no podía regresar y tampoco lo intentaba, como un verdadero cadáver no hacía nada. En la funeraria, ella miraba desde afuera de su cuerpo como la bañaban con tosquedad, jorungando sus partes intimas con desprecio y cepillos de cerdas duras. Uno  de los hombres preparadores le dio fuertes golpes en los glúteos en un arrebato de sadismo.

         - No estaba tan mal, ¿no crees?

         - Lo que veo es su cuerpo, no está tan recio como debiera.

         - Bueno, eso no importa, para nosotros está muerta... Con gusto le hubiera hecho el servicio, viva o muerta... ¿Qué más dá?..

 

Inés creía entender algo cuando recobraba alguna chispa de sentido común, pero demasiado pronto se confundía con el subconsciente, que andando a su alrededor chocaba con las cosas como un ser fuera de su ambiente de vida.

La vistieron, cerraron sus ojos, pegaron sus labios, pintaron su tez demacrada y peinaron sus cabellos rizados, para acomodarla en la caja mortuoria que pondrían a exhibición en la capilla. La familia se trajeó de luto, los fieles le visitaron consternados, para despedirla por última vez.

El sepelio debía ser a la cuatro de la tarde en el nicho familiar con ocho puestos de capacidad, dos de los cuales, estaban ocupados por los abuelos paternos. Era uno de los lugares de mayor belleza y categoría en el camposanto “Vida Eterna”, por cierto, muy cerca de la universidad donde estudiaba, y donde aprendió a ver el lado bueno y malo de la vida.

Durante ese tiempo, Inés permaneció estática pero al momento de cerrar la urna que iba a ser cargada en la carroza triste, la difunta comenzó a volver con un ligero parpadeo, casi un tic nervioso. Aída, fue tal vez la única en notarlo. Calló enseguida, no dijo nada. Vio cerrar la tapa y nada hizo en favor de su amiga que lentamente recobraba la inteligencia, aunque su cuerpo no atendía a voluntad. Apenas un ligero parpadeo, pero ya había sido cerrada la tapa, la boca la tenía pegada, las manos no tenían espacio suficiente para golpear la caja, además del acolchado que absorbía los ruidos, luego la oscuridad también retardó los acontecimientos.

Aída pensó en alertar pero no lo hizo, se abstuvo por alguna razón exigua. Su cara se ruborizó en un espasmo, al tiempo que sintió una corriente eléctrica en todo su cuerpo que le paralizó momentáneamente, mientras su cerebro comenzó a buscar posibles respuestas al hecho. Entonces pensó que se trataba de un producto de su imaginación, sabía que en esas circunstancias, las emociones son engañosas.

Ella no podía tener ninguna seguridad de algo que no duró más de un instante y su cerebro, como mecanismo de defensa optó por atribuirlo a un asunto de su imaginación. Se mantuvo muy cerca de la urna mientras la subían al carro por si escuchaba algo, pero fue inútil y optó por olvidarlo. Sólo dos horas después, Inés despertaba  del letargo muy lentamente, ahora no tenía idea clara de donde se encontraba pero estaba ya trancada en la tétrica morada de donde no podría salir, muriendo rápidamente por asfixia y terror.

En otras palabras, cuando comenzó a recobrar la conciencia fue atacada por el pánico, seguidamente, por  su mente desfilaron una seguidilla de acontecimientos y recuerdos hasta llegar a los pinchazos de narcóticos . A su vez, esto aceleró el pánico hasta el terror, paralizando su sistema respiratorio,  aumentando la falta de aire y el recuerdo de la aguja hipodérmica.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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