Una tarde en el ascensor

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*Sábado de Agosto, llueve y una silueta asoma desde la ventana de un deteriorado edificio de viviendas.

Así son todas las tardes desde que Ana lo dejó, Esteban, de unos 25 años, cabello largo y cuerpo desgarbado fuma en la ventana su último cigarrillo; aunque sabe que el esfuerzo será en vano busca otro Marlboro en el paquete vacío, nada. Minutos después se decide a bajar al mini súper por cigarros, toma una chaqueta negra de un viejo perchero garigoleado, un antiguo objeto familiar por el cual no guarda el menor apego, y cierra la puerta.

En el pasillo se topa con su vecina, quien le sonríe de manera tímida y pasa con prisa a su lado haciendo sonar sus tacones. Por primera vez, en todos los años que han vivido en el mismo pasillo, Esteban siente un cosquilleo que le recorre la espina y voltea hacia donde ha caminado la joven mujer, lleva una elegante falda azul ajustada, un suéter ceñido y unos tacones color piel que, sin saber muy bien la causa, despiertan en él el impulso bestial de besar su cuello y explorar el cuerpo de esa mujer con las manos, hace más de un año que no siente la piel de una mujer rozar la suya y un bulto, que se forma de manera repentina en su pantalón, lo delata. Momentos después se encuentra con su vecina en el ascensor, que es una cháchara de mediados de siglo que siempre amenaza con quedarse atorado, y ella vuelve a sonreírle.

Un ruido inesperado y un traqueteo los asustan, el ascensor se ha detenido y con desconcierto y miedo sus miradas se cruzan, Esteban inútilmente trata de abrir la puerta y desiste tras un par de intentos fallidos, ahora mira a su vecina y le comenta que el servicio técnico no debe demorar mucho, que lo mejor en esos casos es no desesperarse; ella, aun sobresaltada por la situación y sin saber muy bien porque, lo abraza. Él, un tanto pasmado, huele su perfume y se embriaga bajo su efecto, la sensación que ha sentido en el pasillo vuelve a dispararse y el bulto bajo su pantalón comienza a crecer; al principio ella lo siente y se sorprende, pero poco a poco, un poco por la intimidad del lugar, un poco por la humedad que comienza a sentir bajo las bragas, va cediendo al peso de su propio cuerpo y hunde su cara en el cuello de Esteban, él, ahora abandonado al desenfreno humano cierra los ojos y baja poco a poco sus manos hasta detenerse en el borde de la falda y busca sus labios; un beso, dos, infinidad de besos y caricias, ella busca tras la chaqueta y encuentra con sus manos frías la piel de Esteban, quien responde al embate deslizando sus mano bajo la falda para acariciar despacio sus nalgas y muslos; es ahora ella quien comienza a perder la razón y desabrocha el pantalón de Esteban con impaciencia, él la detiene e introduce su rodilla bajo la falda, a lo que ella cede abriendo ligeramente las piernas formando una V invertida. Él baja la mano y recorre el eros femenino, ahora totalmente humedecido bajo las bragas y acaricia tiernamente con los dedos, ella deja escapar un gemido de placer y aprieta con una mano la nuca de Esteban mientras se abandona al movimiento rítmico de su pelvis y con la otra mano juega suavemente la hombría excitada de Esteban, es un baile de sombras, un intercambio de caricias, una competencia incesante por buscar el placer del otro, el sudor empaña el espejo del ascensor...

El elevador de pronto, y sin la ayuda de nadie, vuelve a funcionar, tras otro chirrido el aparato vuelve a descender, Esteban y su vecina pueden continuar con su vida, cada cual por su camino, Esteban puede ir por sus cigarros y su vecina puede ir adonde sea que vaya, sin embargo al llegar a planta baja sus miradas se cruzan y tras sonreír aprietan el botón que los llevará de vuelta al séptimo piso, la puerta se cierra.


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