Fantasme (II)

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Tras un suspiro, se desliza de nuevo hacia abajo, situando su pelvis sobre la mía. Sin dejar de mirarme a los ojos, coloca mi miembro entre sus labios, contra mi vientre, y se balancea hacia delante y detrás para frotarlo contra su sexo. La presentación no dura demasiado, ambos ansiamos fundirnos en uno, y aprovechando uno de sus vaivenes, eleva su pelvis y coloca la punta de mi polla en la entrada de su vagina. Se la introduce despacio, disfruta de cada milímetro que entra, yo disfruto de cada milímetro de su interior que lleno. Sus ojos se cierran un instante cuando termina de meterla por completo. Sentada sobre mí, su belleza salvaje me maravilla aún más ahora que la estoy penetrando. 

Se muerde el labio al tiempo que deja escapar un gemido grave, y yo ya no puedo reprimirme más: aprovechando ese instante de éxtasis fugaz me incorporo y la beso. Nuestras bocas se devoran, ambos nos moríamos de ganas por probarnos. Los labios se funden, las lenguas se encuentran, nos saboreamos, nos mordemos, nos lamemos. Ella reanuda el baile sobre mí, yo me dejo caer de nuevo sobre la cama. Se mueve como si todo su cuerpo estuviera entrenado para ello, sacando e introduciendo mi polla de su coño, frotando su clítoris contra mí. Con cada movimiento, con cada roce, ambos nos elevamos en una atmósfera de gemidos y placer compartida. Acaricio sus muslos, su cintura, sus tetas, agarro su culo, me faltan manos para tocarla.

Quiero que me muestre su lado más salvaje, quiero que me cabalgue y que ambos explotemos, de modo que le miro fijamente a los ojos y le digo: "fóllame, joder!". Ella acepta el reto, sus movimientos se vuelven más amplios y rápidos. Apoya sus manos contra mis pectorales, sus pechos quedan atrapados entre sus brazos, sus pezones apuntando al frente. Me folla con tanto ímpetu que siento venir el clímax, sus gemidos y gestos me dicen que el suyo tampoco tardará en llegar. Nos miramos a los ojos, no hace falta hablar. Nuestras respiraciones están acompasadas y crecen en ritmo e intensidad, nuestros corazones laten desbocados, el momento de liberar todo el fuego acumulado está a punto de llegar, nuestros músculos se tensan, ambos dejamos de respirar,

-¿Y por cuánto tiempo vuelves a España?- , me pregunta en francés el escocés que va sentado en el asiento de copiloto.

-Ehhh...una semana. Para visitar a mi familia.- respondo, tardando unos segundos en volver al mundo real. Doy el intermitente izquierdo para indicar que voy a adelantar al camión que tengo delante.

Giro ligeramente la cabeza hacia mi derecha, y con el rabillo del ojo alcanzo a ver al chico que va sentado detrás del escocés. Al presentarnos, cuando les he recogido en el punto acordado, me ha dicho que se llama Stephane. Buena gente, simpático, hemos intercambiado bromas durante el primer rato de viaje. Ahora duerme apoyado contra la ventanilla.

Echo un vistazo por el retrovisor interior y veo a su novia, Samou, que observa distraída el paisaje. Antes de devolver mi vista al frente, su mirada felina viene a cruzarse con la mía.

En mi cabeza le doy las gracias, con un punto de sarcasmo, a la empresa que nos ha facilitado el contacto para compartir el trayecto.


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