En la playa 5 (Maray)

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Maray, ¿quién era ese? ¿Por qué estábais juntos en el cuarto de baño?

 

Me quedé mirando a mi cuñada, que estaba de pie ocupando toda la salida. Era una rubia despampanante, que le gustaba ir siempre muy arreglada y pintada. Todo lo contrario a mí, que no me gustan los artificios.

 

A veces me preguntaba qué había visto mi hermano en ella, pero enseguida apartaba esos pensamientos por considerarlos yo misma demasiado crueles. En realidad no era mala chica, quizás yo era demasiado inflexible con ella.

 

No sé. Es que vi que estaba en el lavabo y no me atrevía a salir del cuarto de baño. Cuando noté que abría y cerraba la puerta, tras tus voces, entonces salí.

 

¿Y quién es? - volvió a preguntar.

 

Y yo que sé, Ana. Un tío, le terminé de replicar mientras llegábamos a la mesa donde estaban los niños.

 

Y en realidad no lo sabía, excepto que se llamaba Héctor, pero quién sabe si era verdad, y que se encontraba por aquí temporalmente en un proyecto de su empresa. Me dijo que era ingeniero y que cuando acabara su trabajo debía volver.

 

Eso, y que un día de esos en que le parecía que todo estaba nublado, abrí mis ojos y lo vi allí. Después de eso, hemos tenido un encuentro y hemos follado como locos, pero de una forma extraña.

 

Me daba la impresión que a él le gustaba llevar la iniciativa siempre, pero no me imponía nada, sólo me sugería. O eso pensaba yo.

 

Y hacía un rato me había calentado de tal manera, que a punto estuve de tirarlo todo por la borda si mi cuñada se da cuenta de todo.

 

Por una parte estoy deseando que vuelva a llamarme, porque sé que lo hará, pero por otra... temo que lo haga.

 

De repente me llegó otro mensaje. Esperé a llegar a casa a leerlo. Aunque conducía Ana, no me atrevía a leerlo allí.

 

Cuando llegamos, me fui al cuarto de baño y lo leí:

 

“Mañana quiero verte en el chalet, después del trabajo. Quiero que lleves un vestido ligero y debajo una medias sujetas con un liguero, sin bragas y sin sujetador. Desnúdate a excepción de las medias el liguero y los zapatos. Usa la llave que te di el otro día.”

 

Seguí sus instrucciones, al pie de la letra. Estuve un buen rato esperándole. Me había dejado una nota diciéndome que tenía champán preparado y algo de picar.

 

Iba ya por la tercera copa, cuando él llegó. Me besó con suavidad y me llevó hasta el dormitorio. Allí me ató con una corbata al cabecero de la cama y luego me vendó los ojos.

 

No sé explicar las sensaciones que experimenté el tiempo que estuve con los ojos vendados y las manos esposadas.

 

Yo no podía verlo a él, así que teóricamente no podía saber qué hacía conmigo, como recorría mi cuerpo con su lengua, como besaba cada centímetro de mi piel...

 

Pero sí puedo decir como tensó cada uno de mis poros y como se me enervaron los vellos de todo mi ser.

 

No lo veía pero con solo pensar qué me estaba haciendo en aquel momento conseguía excitarme aún más de lo que lo había logrado hacer antes.

 

Sin poder usar los ojos y las manos consiguió que experimentara con mayor placer el resto de mis sentidos.

 

No sabría decir que es lo que me hizo exactamente porque de lo único que me preocupaba era de gritar y gemir.

 

Sentía algo de vergüenza por encontrarme expuesta ante él de la forma en que lo estaba.

 

Cómo me había usado con decisión pero a la vez una ternura que me hizo perder la cuenta del número de orgasmos que tuve.

 

Al parar cogió mis labios con los suyos y creí que me iba vaciar entera. Cómo me gustan sus labios. Es lo que más me gusta de él.

 

La violencia con que atrapa los mios con los suyos para luego jugar con suavidad con ellos, igual que un león pudiera jugar con una pequeña gacela antes de devorarla.

 

En el momento que me tiene más excitada es cuando vuelve a atraparlos y a usar su lengua para acariciar la mía.

 

Cuando pensaba que ya no existía más placer que pudiera darme, me soltó los labios con un pequeño mordisco y volvió a mi vagina.

 

No se limitó a besarme, lamerme o mordisquearme sino que me comió entera, devorándome, no dejando atrás ni un solo trozo de mi vientre.

 

Luego empezó a succionar con mayor fuerza y ya perdí totalmente la consciencia y ya no recuerdo cuánto tiempo estuvo haciéndolo, solo que me tuvo allí haciéndome gozar y sufrir al mismo tiempo.

 

Después de terminar, me pareció como si aterrizara tras finalizar un mareante vuelo.

 

Intentaba razonar qué es lo que había pasado, cuando de repente volví a sentir cómo me besaba, cómo no se conformaba con haber sorbido los jugos de mi sexo, sino que también quería los de mi boca.

 

Me quedé quieta un momento, pero enseguida reaccioné, besándolo con todo el ardor que pude poner.

 

Me quitó la corbata de los ojos y se quedó mirándome un instante, callado. Yo tampoco dije nada. Entonces me dijo: “Esto es para compensarte por el otro día”.


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